Capítulo 1

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Había preguntado todo lo que necesitaba saber. La gente le había inundado con información confusa, pero presentía que estaba en el lugar correcto.

Había dejado su transporte esperando. Aunque apartado, lo podría ver desde la entrada, algo que le sería muy útil si la situación se ponía fea ahí dentro y tenía que salir corriendo.

La noche antes, en la penumbra de la habitación de su hostal, había preparado todo lo necesario para su visita del día siguiente: comida, pues el lugar donde tenía que llegar estaba bastante apartado, transporte, ropa adecuada, y por supuesto, las armas.

Se había ido pronto a la cama para asegurar un buen descanso. Necesitaba que todos sus sentidos estuvieran al máximo de su capacidad. Aun así, apenas pudo dormir. El sólo pensamiento de la tarea que tenía que realizar era suficiente para bañarle la espalda de sudor y hacerle levantarse de vez en cuando, con la estancia a oscuras, y dejar su mirada perderse en la lejanía, siguiendo el camino que tendría que recorrer a la mañana siguiente.

Como si las sutiles tonalidades del cielo nocturno pudieran darle alguna pista de lo que le esperaba...

Esa mañana había esperado hasta que vio colarse las primeras luces del alba. Con todo el tiempo del mundo, se había aseado, vestido, y había preparado el equipaje. Lo había desplegado todo encima de la cama con religioso orden y cuidado, y lo había repasado mil veces.

Había dejado todo como estaba para comprobarlo una vez más antes de partir, y había bajado a desayunar. Sabía que era un viaje largo, así que, sin mucha gana, había terminado como había podido un plato de guiso de ave con verduras que había sobrado de la noche anterior, empujándolo con trabajo hacia su encogido estómago con tragos de la insípida cerveza local.

El dueño del hostal le había estado observando comer esa mañana con una mezcla de cautela y respeto. Sabía lo que había venido a hacer. Todo el mundo lo sabía. Al verle levantarse para salir del comedor le había salido al encuentro y le había obsequiado con timidez con algo de fiambre, pan, y queso para el camino. Él lo había aceptado agradecido, aunque con la atención puesta en otra parte.

De vuelta en su habitación, había realizado un recuento de cada una de las piezas expuestas sobre la cama, y de las posibles situaciones en las cuales se podría ver obligado a utilizar cada una de ellas. Tras esto, las había envuelto en dos grupos separados, por un lado las vestimentas protectoras, y por otro las armas ligeras.

Después de echar la vista atrás una última vez, había cargado los dos macutos en su transporte, y se había dirigido al trastero donde habían pasado la noche las armas pesadas. Recordaba haber dedicado un momento a admirar el buen hacer de su fabricación, a notar el fino acabado bajo la caricia de sus dedos. Recordaba haberlas empuñado y haber notado su solidez y su perfecto contrapesado, para luego depositarlas encima de una mesa y limpiarlas a conciencia, haciendo especial hincapié en sus precisos engranajes. Aquella tarea le había ayudado a preparar su mente y su espíritu para lo que le esperaba.

También recordaba lo especialmente agradable que le había resultado la brisa de las primeras horas de la mañana barriendo su rostro con cariño, mientras cargaba las armas pesadas en el remolque y las cubría con una recia lona.

En este momento, esos recuerdos de hacía unas horas le parecían tan lejanos como de una vida pasada. Su mente los estaba apartando poco a poco de manera inconsciente como consecuencia de un instinto de supervivencia reflejo.

Había atravesado el umbral, ahora necesitaba toda su concentración. 

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