Capítulo 8: Luna.

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Nunca antes en mi vida había corrido tanto como lo hice aquel día. Debían ser las cinco y media de la tarde, y el cielo estaba teñido de los últimos colores del atardecer mientras yo esquivaba a la gente que paseaba tranquila por las calles, doblaba las esquinas tratando sin éxito de chocarme contra ellas y hacía un gran esfuerzo para ahuyentar a los mosquitos que me perseguían con los brazos.

No era religioso ni lo había sido nunca, pero aquella tarde rezaba porque ella siguiera allí, y que no se hubiera marchado. Porque tenía el presentimiento de que Pinkie me había dado por perdido y no esperaba que la volviera a encontrar.

Zigzagueé entre los árboles y me adentré en el bosque que ella me había enseñado la primera vez que nos vimos. Caminé durante unos minutos hasta encontrar la colina que buscaba, y otros cuantos hasta llegar al agujero tapado con las hojas marchitas.

Antes de entrar cerré los ojos y pedí a quien fuera que estuviera escuchándome que, por favor, Pinkie no hubiera desaparecido para siempre.

Aparté la cortina que cubría aquel escondite y me agaché para poder entrar. Era un lugar oscuro, pero yo ya había pensado en esa posibilidad: saqué de la mochila que llevaba colgada a la espalda una linterna e iluminé la pequeña cueva.

El suelo estaba cubierto de hojas verdes y rojas, al fondo del todo había un colchón agujereado y junto a él una caja de zapatos a modo de mesilla de noche. Sobre ella no había nada. Giré sobre mí mismo para buscar algo más, algún indicio de que Pinkie pudiera seguir allí, pero no encontré nada.

Pinkie había desaparecido.

Me llevé las manos a la cabeza y blasfemé por lo bajo. Me desplomé sobre el colchón y emití un pequeño gemido de dolor. Algo había bajo aquella cama, y ese algo se había clavado contra mis costillas.

Lo levanté y encontré, envuelto en polvo, una especie de cuadernillo blanco. Al limpiarlo me di cuenta de que era el cuaderno en el que estaba escribiendo cuando la vi en Café y Letras. Me levanté, lo guardé en la mochila, y salí de allí tan rápido como había llegado.

Nada más entrar en la habitación cerré la puerta con pestillo y saqué el cuadernillo de la mochila. Lo coloqué sobre la mesa y puse ambas manos sobre él. Podía abrirlo en ese momento. Podía descubrir todos los secretos de Pinkie, y quizás llegaría a entender por qué había significado tanto para ella la promesa que nos hicimos el uno al otro de niños.

Y al mismo tiempo no quería hacerlo, porque sería invadir su intimidad, leer algo que ella no había escrito para que yo lo disfrutase.

Cambié de idea en cuanto leí la primera frase: "Querido Al:". Pinkie lo había escrito para mí. Continué leyendo.

"Una vez alguien recitó un micropoema que me hizo pensar. Este era el siguiente: "si le sumo mi soledad a la tuya, qué es lo que obtengo ¿dos soledades, o ninguna?". Creo fielmente en que la verdad de la poesía se encuentra en la interpretación que le demos cada uno. Es tan subjetiva y tan personal, que incluso el hecho de que la leamos de una forma u otra determina cómo serán nuestras vidas.
Quiero que leas esto que te escribo como si fuera un poema, aunque sea prosa y carezca de rima alguna. Dependiendo de cómo lo interpretes, podrás o no llegar hasta mí. Porque, si ahora estás leyendo esto, significa que yo ya me he marchado.

Con toda la suerte de esta galaxia,
Luna."

Nebraska.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora