Interferencia

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Y son ellos, con sus pasos que siempre van por los mismos caminos, porque son los únicos que conocen y que desean conocer; con sus jugadas en un mundo donde la gente parece pertenecerles; con sus discursos amorfos y sus peores caras potenciadas por el poder, los que pisan en las calles como si éstas les perteneciesen, son quienes ríen ante la desamparada miseria de aquél que se encuentran perdido en sí mismo, de aquel que despierta y se va a dormir sin hacerlo realmente porque por dentro está muerto y su libertad es un concepto tan frágil que se atreven a plantearle que la esclavitud no es más que el éxito disfrazado, señalan a aquél otro que contempla las cadenas atadas a sus manos sin poder deshacerse de ellas porque es la única opción, una que se presenta como un muro imposible de escalar o como una dignidad mostrada cual premio, igual que un hueso a un perro triste habitante de los más lejanos callejones

Mientras continúan riendo, observan a través de sus pantallas a otros tantos romper a golpes sus espejos, porque el enojo no es más que el reflejo de quiénes solían ser y lo que luego hicieron de ellos, no es más que la lucha entre el odio y la resignación, no es más que conocer aquello que el futuro depara y no poder hacer nada para cambiarlo porque siquiera tu vida se encuentran en tus manos.

 Las carcajadas continúan aumentando, es entonces cuando las falsas plegarias alimentadas por los secretos a voces se hacen presentes en el lamento diario de una existencia sin escapatoria, y al final demuestran ser simplemente más golpes que dejan moretones en el rostro ya ensangrentado por la violencia que día a día recorre las olvidadas veredas contaminadas de nombres e identidades que terminarán extraviadas en el tiempo, en un lugar donde nadie quiere ni puede ser más.

 Ningún rosario, ninguna esperanza, ningún dios puede salvar a esos que se hunden en la mugre que alguien más dejó, ni a quienes se sumergen en alcantarillas de eterna desgracia e infortunio porque fueron empujados hacia allí.

 Hay días en los que se desea que el sol nunca se vaya, también hay noches que nunca llegan y se escuchan entonces los llantos y los gritos silenciosos en casas de una habitación, se golpean las paredes insinuando que el futuro ha sido robado, que hay una soga que todos se niegan a ver atándolos por sus cuellos y entrañas, que la justicia es una palabra usada por los letrados y justamente, sólo en el confort  de las palabras y los letrados se queda. Entienden que no deberían hacerlo, pero en aquel momento lo único que los invade es la aversión hacia sus repulsivas realidades de cartón y de anhelos desgastados que poco a poco desaparecen de sus mentes, vacías por el hambre de un mundo en el que no son ni representan, no forman parte ni son excluidos, siquiera llegan a formar parte de esos que son llamados los ningunos. Porque los límites de los cuales es más difícil deshacerse son de esos de los que nadie habla, de los que nadie advierte, de los que son una distopía indiferente frente a ojos y palabras que resuenan cual falsas profecías en forma de idealismos pintados e igualdad desechable.

Mientras se manejan los hilos desde arriba y estas palabras se pierden en la simple teoría, las risas resuenan y hacen eco, toscas y humillantes, una vez más. Susurran: "la realidad es la que es, y no podemos (queremos) cambiarla".

Catarsis de lo infameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora