#7. ¿Padre o Papi? (parte I)

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-...Amén. Pueden ir en paz, dios esté con ustedes.

Algunas personas se persignaron y otras simplemente se pusieron de pie, abandonando la iglesia en que acababa de terminar a misa.

La iglesia iba quedando sola de poco a poco y mi espacio no estaba despejado. Fue un día en el cuál no había monaguillos sirviéndome, pues todos ellos pertenecían a un campamento y ésta semana saldrían a acampar al bosque; todo esto a excepción de uno: tan sólo había un monaguillo.

El peor de todos, un niño que no le gustaba ser monaguillo y eso lo convertía en una piedra en el zapato.

Las demás ocasiones en que estaban los demás niños él los mandaba y ayudaba poco, hubo momentos en los cuales éstos se rebelaban y le tocaba ensuciarse las manos. Muchas veces le llamé la atención y me respondía de buena forma, aunque realmente no me hacía caso.

El papel de niño bueno lo cumplía cuando le convenía, pues los motivaba a hacer las cosas a cambio de panecillos sabor a chocolate y cosas así.

Sólo así lograba que ese niño obedeciera y fuera eficiente.

La iglesia quedó totalmente sola y yo me encontraba de brazos cruzados esperándolo; luego de un rato se hizo presente su figura.

Apenas se venía colocando su vestimenta y caminaba lentamente, sin prisas e interés. No parecía importarle que lo regañaría o que estaba molesto con su irresponsabilidad.

-Al fin llegas, James.

-Paul, digame Paul -me respondió aquel niño.

-¿Por qué apenas llegaste? -tomé la biblia.

-Tenía cosas mejores que hacer que ser sirviente de un sujeto al que no conozco -sus palabras me hicieron enfurecer.

-¿Por qué estás aquí si no te gusta hacerlo? -contuve mi ira.

-Me obliga mi mamá, yo de mis ganas ni me vería nunca aquí.

-Ni debes hablar de esa forma, es bueno servir a dios, y una de las tantas formas es ser monaguillo.

-Eso es falso, ese tal dios no es como lo pintan, no es posible que sepa quién y quién lo sirve...

-Dios es omnipresente...

-¡Diis is imniprisinti! -comenzó a burlarse él niño, lo que hizo que derramara la gota del vaso.

Levanté al niño, tomándolo de su ropa. Su reacción fue una cara aterrada, abrió sus caídos ojos hazel, dejándome ver que su pupila estaba dilata de la adrenalina. Jamás había hecho eso pero me hizo perder la razón.

-¡Ahh! -gritó aterrado, con sus ojos acuosos -. ¡¿Señor Lennon?!

Mis ojos recorrieron el rostro del monaguillo, verlo asustado me causó ternura y eso me tranquilizó.

Mi mente es una gran pecadora, es la serpiente en mí que me intenta hacer pecar: a pesar de que ese niño era un malcriado sentía una atracción por él.
"Dios, perdoname por tan mundanos y pervertidos pensamientos" me repetí en ese instante, aún sin soltar al niño.

-L-lo siento, no lo vuelvo a hacer, padre.

Sus súplicas me hicieron tener una idea nada buena, de todos modos era un niño que no tenía noción de muchas cosas.

-Los pecadores y mal portados deben pagar con castigo -dije con voz ronca -; ayudame a poner las cosas en su lugar y espera aquí.

El niño obedeció sin más, y en un santiamén el lugar quedó en orden. Tan sólo éramos él y yo dentro de la iglesia.

Cuando terminó lo llevé a mi cubículo que se hallaba en el jardín trasero de la iglesia, esa zona siempre estaba sola y tranquila. Razón por la cuál decidí asentarme allí.

Abrí la puerta y le dije a Paul que entrara, asintió y se quedó parado en medio de la habitación. Cerré la puerta detrás de mí y puse candado.

-¿Me dolerá mucho el castigo, padre Lennon?

-No podrás levantarte en una semana, te lo aseguro -dije con malicia en mi cara, obviamente dándole la espalda.

-No -susurró.

Caminé a mi escritorio y me senté en la silla, Paul sólo observaba con temor. Froté mis manos, sudaban de los nervios; no estaba muy seguro de lo estaba a punto de hacer. Le indiqué a Paul que se acercara y lo hizo, con lentitud.

-Acuestate en mis piernas, de forma perpendicular a ellas -Paul me miró con miedo y no supo qué hacer, así que yo lo acosté como indiqué y levanté su toga, bajé su ropa interior y apliqué fuerza en él para que no intentará fugarse.

-Oh -su voz tembló del miedo, con el rabillo del ojo noté cómo cubrió sus ojitos.

Mi mirada de posó en su trasero desnudo, tenía unos glúteos grandes para su edad y complexión, entonces con mayor razón debía pegarle.

Levanté la mano y la azoté contra su trasero, él ahogó un grito. Repetí de nuevo la acción y pronto empezó a llorar; sin embargo las nalgadas dejaron de ser rudas y se volvían lujuriosas.

La última nalgada que le di terminó aprentando su glúteo derecho, lo soltaba y apretaba, repitiendo el acto muchas veces. Paul pronto notó algo raro porque intentó verme a los ojos y le di otra nalgada.

-¡No te vuelvas! -exclamé fingiendo furia y esto lo hizo cubrirse la cara.

Volví a lo mío, ahora tocaba sus dos nalgas, con ansiedad. Pasé mi mano encima de su espalda y lo recorrí hasta su trasero.

-Padre Lennon...

-No hables, y no mires -advertí.

Con ambas manos separé sus glúteos y mis ojos se abrieron como platos al ver su entrada, era pequeña y tierna. Lo que significaba que estaba intacta.

Lamí mi dedo índice y acaricié la comisura de su entrada, Paul gimió asustado, no comprendía lo que le estaba haciendo, era tan inocente.

-Lame mis dedos -le exigí a Paul, y obedeció. Él me veía a los ojos y lamía mis dedos -. Chupalos y lamelos, como paleta.

Ahora succionaba mis dedos y pronto estaban tan mojados, sus movimientos me excitaron y una erección se hizo presente en mí. Caí en la cuenta y arrojé a Paul al suelo.

Me levanté antes de que notara mi erección y empezará a hacer preguntas.

-No hablarás de esto, es un castigo que te he proporcionando por ser malcriado en la iglesia y sólo yo puedo hacerlo -me acerqué a él -. ¿Está claro?

-Sí, padre Lennon.

-Ahora acomoda tu ropa y vete de aquí.

Me salí del lugar para darle privacidad. Cuando terminó y salió le recordé la advertencia y se fue.
Di vueltas en círculo, reflexionando lo que acababa de hacer, eso no era bueno y menos en un cura como yo.

Temía porque Paul hablara al respecto pero la tentación fue muy fuerte.
Cuando decidí entrar a mi cubículo me vino a la mente la edad de Paul. Su madre Mary me dijo que tenía once años y yo tenía treinta, había hecho una excepción con él.

Su madre insistió mucho y terminé por acceder, esa era la razón de porqué se sentía jefe de los demás monaguillos. Pero debe entender que su superior soy yo.

Fui a enjuagarme las manos y el sentir el agua correr por mis manos me recordó a la boquita de Paul lamer mis dedos, tan cálida.
Me di una bofetada y tranquilicé mi mente; opté por salir a caminar.

Me siento tan sucio.

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