AFIEBRADOS [Fratt]

VIII - "La cura que más necesita este mundo enfermo se llama: Amor"

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Llámame cuando dejes de pensar con el pene, esas fueron las cortas palabras de ánimo que Micro le dedicó antes de meterse en su auto y pisar el acelerador hasta llegar a casa con su amada esposa y revoltosos hijos, se notaba a leguas que su pobre aliado había necesitado de un solo encuentro con su monaguillo para decidir no querer cruzar sus caminos ni una sola maldita vez más. Pero la cosa era diferente con él, Frank deseaba enormemente tener a ese peligroso hombre sobre él con cada segundo que pasaba encerrado en su apartamento en Lenox Hill mientras intentaba convencerse de que no necesitaba del toque del pelirrojo y que con su mano bastaría para calmar su lujuria; pobre idiota desesperado en el que se convirtió.

Podía sentir a la maldita auto-compasión escalándole la espalda, ¡oh no! Eso no era lo que se encontraba ahí con él, más bien era una neblina verde la que comenzaba a rodearle y no tenía ni una mínima idea del lugar por el cual se originaba. La puerta principal liberó un irritante chirrido cuando alguien del otro lado la abrió, ¡Qué raro! Juraba que la había cerrado, pero era difícil estar seguro de eso cuando la niebla verde se volvía cada vez más espesa a su alrededor y su visión se iba dificultando.

Matthew estaba con él, recocería ese pisar descalzo donde y cuando fuere.

— ¿Me has estado esperando? —le escuchó preguntar acercándose tanto a su cuerpo que la niebla al rodearles no le permitió ver más allá del defensor con pelirrojo como el infierno que se moría por jalar mientras empotraba ese delicioso cuerpo contra la primera superficie que se les cruzara. Jamás sintió a ese fiel tan cerca como lo tenía ahora, era tanto el sentimiento que no pudo reprimir el abrazarle y besar sus mejillas como si fuese una despedida sin un hasta luego, como si no pudiese escapar y luego regresar como ya lo había hecho anteriormente. Algo definitivo —Qué lindo es ser extrañado.

El dolor de la fiebre se esfumó en cuanto entraron en contacto y sólo quedó lo mismo de antes; necesidad por el placer carnal, más sin embargo se encontraba un extra dentro de ello. Algo que saltaba con entusiasmo en la punta de la lengua del tan temido castigador.

—Te extrañé, Matthew.

—Qué raro que no me llames Rojo, Frank. —el aludido quiso borrar la estúpida sonrisa de pura calma que el monaguillo cargaba consigo como si ya se hubiese más que acostumbrado a esa mierda que les rodeaba además de la puta niebla, quiso que Matthew le gritase, le insultase, le maldijese, le golpease hasta el cansancio, no eso que hacía... No eso. No que sonriese como se estuviese rindiendo ante todo y dejase que los problemas pasasen sobre él con tanta naturalidad, como si ya lo comprendiese todo.

Todo lo que Frank jamás entendería ni un poco.

—Veo que sigues enfermo, seguimos enfermos —el abogado se relamió los labios y acunó el rostro del castigador entre sus manos para repasar cada rasgo que ya se había aprendido de memoria hace mucho tiempo, fue una sensación tan agradable para Castle que de haber sido un gato no hubiese parado de ronronear ni un solo segundo. Matt le dio un beso casto antes de proseguir, Frank estaba mareado por tanta dulzura dañina que su monaguillo le cedía con esa estúpida sonrisa de conformidad. — ¿No deberías ir a dormir?

—Sabes que no podemos, esto entre nosotros no los permitirá.

— ¿Qué es esto entre nosotros, Frank? —la sonrisa de autoexpresión que se afiló en el rostro de Matthew le hizo sentir un gélido escalofrió que recorrió toda la extensión de su cuerpo— ¿Tus ganas de usarme como a un prostituto ocasional o tu maldita indecisión para alejarte para siempre junto a tus masacres? Por favor, dime qué es, no logro entender lo que abunda en esta cabezota tuya.