Mejillas sonrojadas.

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Jungkook siempre había sido un chico fuerte. La vida le obligó a madurar desde muy pequeño, ya que no debía cuidar sólo de sí mismo sino también de su madre.

Su padre siempre fue un hombre ausente y Jungkook no se enteró de su pequeño gran interés sino hasta meses antes de que dejara a Seungmin, así que él, desde muy niño, tuvo que encargarse de las medicinas de su madre y, incluso cuando la mujer ni siquiera podía levantarse  gracias a los efectos de las drogas, debió alimentarla él mismo.

¡Y ni hablar de sus propios problemas! Pasar de ser obeso a anoréxico, casi morir y luego salir adelante por sí mismo no es algo que cualquiera hubiera hecho.

Todo esto nos deja una conclusión: Jungkook era un chico fuerte. Supo afrontar las circunstancias y, a pesar de que muchas veces se lamentó, nunca llegó a quejarse en voz alta.

Pero, ¡vamos! Todos sabemos que, cuando se trata de la mujer que nos dio la vida, siempre estaremos en una posición vulnerable.

Vulnerable. Así se sentía Jungkook en esos momentos y lo odiaba. Ahí, justo cuando su madre le miró con ojos idos, pero llenos de reproche y resentimiento, alzó lo que parecía ser su segunda botella de vodka hacia él. Odió el hecho de que las barreras, que tanto se había esmerado en construir, estuvieran derrumbándose gracias a ella.

Se preguntarán cómo es que la hermana de Seungmin soportaba su estadía en esa casa, y es que la respuesta es muy fácil. Su madre podía ser una bipolar no medicada pero no tenía un pelo de tonta. La mayoría del tiempo se la pasaba encerrada en su habitación y, cuando al fin salía, siempre llevaba una magnífica sonrisa falsa pegada al rostro. Había momentos en los que se le notaba tan tranquila que hasta Jungkook llegó a creer que al fin había vuelto ser a regular con su medicamento, no sólo tomarlo esporádicamente.

No podía estar más equivocado.

Aquella mujer simplemente fingía frente a su hermana y sobrino, pero no era capaz de desaprovechar sus ratos libres. Como en ese momento.

—¡Tú! ¡al fin has llegado! —chilló, arrastrando las palabras.

—M-mamá…

—¡Calla, calla! Y-yo t-tengo muchas cosas que d-decirte, chiquillo

Seungmin siempre le llamaba así antes de empezar a soltar mierda por la boca. Mierda que, irremediablemente, siempre caía sobre Jungkook.

—Mamá —habló un poco más fuerte, tratando de imponerse—. Estás borracha, deberías subir a tu habitación y…

—¡HE DICHO QUE TE CALLES!

Jungkook la miró dolido. Su madre solía ser su pilar. De pequeño, cuando los niños lo molestaban, ella sólo le cantaba canciones de cuna hasta que se tranquilizara. Luego, probablemente harían galletas o un pastel y seguirían con su vida.

Para ese entonces, solamente lo recibía alcoholizada y con una bofetada al llegar de la escuela.

—Te pareces tanto a él… ¡ERES IGUAL A ÉL! Y tú… tú… —volvió a señalarlo con la botella para tomar un gran trago, haciendo una mueca por el sabor— ¡por tu culpa ya no me ama! ¡me dejó!

—Mamá, no sé de qué estás hablando…

—Tú… siempre estabas enfermo, ¡y YO tenía que cuidarte! Me quitaste tanto tiempo, chiquillo tonto.

—Basta —pidió.

—No te quería…

—Mamá, basta, por favor.

—Yo no quería tenerte.

A veces, las palabras duelen más que una simple bofetada.

Ella nunca le había dicho algo así, pero debía tener en cuenta que tampoco se había puesto tan borracha alguna vez. Siempre eran cosas relativamente tontas, casi inofensivas, como que era feo o tonto, pero jamás mencionó algo de ser un hijo no deseado.

Repárame. [TAEKOOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora