Tímido.

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—Deberías comer, al menos, la mitad, cariño…

—No tengo hambre.

—Jungkook, basta.

Una semana había pasado desde la discusión de Jungkook con su madre y Yoongi sólo podía sentirse cada vez más frustrado.

Esa noche, el menor había llegado en compañía de Taehyung, decidido a no sólo enseñarle las fotos en su celular sino  también las que tenía en su cámara y, ¿por qué no? Tal vez incluso le enseñaría algunas de sus pinturas. Pero eso nunca pasó. Al llegar, Seungmin estaba postrada en el sofá de la sala con un bote gigante de helado mientras vía televisión. Al verlo, le dedicó la mejor de las sonrisas, como si nada hubiera pasado.

—¡Hola, cariño! ¿es tu nuevo amigo?

Su voz sonaba tan normal, toda ella se veía normal. Tal vez su comportamiento no era tan adecuado para alguien de su edad, pero, a simple vista, sólo era una mujer en un sillón, comiendo helado y viendo algún drama. Eso fue lo que más le molestó. A Jungkook le preocupó el sentimiento parecido al odio que comenzaba a nacer en su pecho cuando de su madre se trataba. Y, a pesar de que esto le generaba cierto remordimiento ya que al fin y al cabo era una persona con un problema mental —su propia madre—, no podía evitar verla como alguien egoísta quien ni siquiera podía hacer el intento de medicarse por su propio bien y el de su familia.

Recordaba cómo Taehyung le había mirado cuando él simplemente siguió de largo hacia su habitación. Apenas reparó en la presencia de Seungmin, como si le hubiera salido una segunda cabeza. Al llegar, se dio cuenta de que el peso, que había perdido de sus hombros luego de hablar con Jimin, se había mudado a su corazón

Creo… yo… creo que deberías irte, Tae, lo siento.

Y así había decido echar al muchacho, quien se fue con muchas dudas rondando en su cabeza.

Luego de eso, su primo se encargó de golpearlo un poco para después abrazarlo y decirle que lo quería, que era un idiota por haberse ido así.

A eso de las nueve y media, Yoongi le había dejado solo para que pudiera dormir.

Pero él no pudo hacerlo.

Había sido una suerte que, extrañamente, su primer día de clases fue un viernes y el chico no se sintió presionado de ir a la escuela el día siguiente, aunque igual hubiera faltado.

Para entonces, era viernes de nuevo. Había estado estrenando ojeras toda la semana y su apetito se había reducido a un plato de cereal cada cuatro horas, algunas galletas y toda la leche de plátano que su estómago podía soportar.

Se sentía culpable por su madre, por su tía, por su primo y por haber tratado a Taehyung de esa manera.

Se sentía culpable de haber nacido.

—Necesitas comer, punto. No quiero tener que cuidar que no te desmayes en medio de una clase. Te conoces, Jungkook, sabes que esas cosas te pasan cuando no tienes suficiente energía.

Sus labios habían sufrido la peor parte: los mordía cada vez que su primo le reprochaba sobre su aspecto o su falta de apetito, como ahora, y estaban verdaderamente maltratados.

—Yo… —comenzó, teniendo en mente negarse de nuevo, pero los ojos asesinos de su primo le hicieron desistir— de acuerdo, comeré la mitad.

Su tía acarició su mejilla y, seguidamente, su cabello, acomodándolo y dedicándole una sonrisa bonita, cálida.

Maternal, ¿verdad?

Su estómago se revolvió al escucharlo, pero siguió comiendo hasta que se hizo hora de salir de casa e ir a clases. Estaba decidido a no dejar que su madre le afectara más de lo necesario.

Repárame. [TAEKOOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora