Estereotipos de una amistad

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Estoy cansada de que todos especulen de la cercanía de mi amigo y yo, y es que parece haber un afán de sexualizar nuestra relación, de que no podemos pasar pegados el uno al otro si no se nos romantiza o idealiza en un canon de placer erótico y corporal.

Estoy cansada, porque no entiendo ese afán, porque si lo que nos uniera fuera la posibilidad de conseguir placer sexual, sería muy ingenuo creer que no podríamos conseguir ambos ese mismo interés en otras bocas y en otros cuerpos, si ese fuera nuestro propósito.

No, el hecho de que yo lo quiera no debe ser la sensualidad que expresen nuestros cuerpos, porque eso está vacío del contenido que se encuentra en un estado fraternal; ni debe estar atado a parámetros románticos que encadenan a compromisos posesivos y llenos de agresividad.

El hecho de que yo lo quiera y lo defienda se encuentra enmarcado en todas esas noches de dolor y sufrimiento ante las que nunca volvió la cara, ante las que mi desesperación creciente de no tener rumbo o compañía en la vida se lindó a su atenta escucha, a su atento consejo y su presencia fraternal y sincera.

Se debe a que, a pesar de no tener responsabilidades ligadas a su objetivo de estudio, me escuchara repasar los mismos problemas teóricos de mi carrera y del período histórico que estaba viendo al prepararme para un examen extremadamente definitorio. Se debe a que me lea, me interprete y me apoye, aunque nos diferenciemos y no seamos capaces de ser un equipo en los trabajos de clase.

En que ha dado todo de sí para acompañarme, para aliviar mis cargas y yo lo he intentado en cada paso que he podido.

Porque de otra manera, ¿De qué me serviría pasármelo rico con él unas horas para encontrarme luego sola en mi cama llorando y sin poder contarle a nadie sobre mis crisis existenciales?

El cariño y el afecto que le tengo se debe a que es el único capaz de apoyarme y animarse por cosas que no son suyas, que no construyen su proyecto personal, de alegrarse de mi crecimiento espiritual y físico, de burlarse de mi humor absurdo y permitirme reírme del suyo, de respetar mis gustos, de compartir sus sensibilidades y problemas a su modo y confiarme la capacidad de analizarle y aconsejarle, aunque a veces no vea las cosas a mi modo.

De tomar muy enserio mis caminos guerreros y mis problemas mentales, inconsistencias y subjetividades que conforman el entresijo de preocupaciones cotidianas, de no dudar de mi valentía y acompañarme en mi desgracia.

Y me disculpo por lo repetitiva, pero la verdad es que en la tristeza es el que le da color a mi alma y no lo digo por cosas románticas, lo digo porque no compite por quien tiene más problemas y porque las barreras temporales pueden desaparecer en nuestras charlas, porque su compañía con cada una de las letras en mayúscula y negrita, ha sido sino la, de las más fundamentales para convertirme en quien leen durante este proceso duro y difícil de la vida universitaria.

Entiendo que desde el exterior se pueda estereotiparnos, porque quizá él o yo nos transformemos al estar con el otro por cuestiones de la confianza, pero nada se pierde preguntando sin asumir formas, ni relacionamientos entre ambos sin comprometer o limitar las definiciones y términos de nuestra alianza, sin prejuicios ante si está bien o está mal, porque eso no nos permite comunicarnos, expresarnos libremente sobre lo que conforma el contrato que llevamos denominado amistad.

Porque las lecciones que hemos adquirido el uno del otro no bastan con una página y media y bien podría anexar todo un testamento a este breve desahogo, porque no somos perfectos, pero cada uno da hasta donde puede y lo entendemos, y por eso y más, somos amigos permanentemente pendientes del otro, porque nos conocemos y queremos seguir haciéndolo.

Así que estoy harta de los calificativos, de las definiciones y limitantes, somos amigos y ya está, no busquen problemas y no asuman cosas, porque frecuentemente las palabras se quedan cortas ante la realidad.

Firma: la nieta de una bruja.

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