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Siempre pasaba frente a el. Rara vez era cuando tomaba otra ruta. El brillo en esos jóvenes ojos dejaba al peligris inmóvil, contemplando aquello como si fuera una experiencia inolvidable. A veces venía acompañado, en otras regresaba solo.

Se convirtió en rutina pero ¿qué más podía hacer? Era lo único que lo hacía sentir esperanzado. Aún que esta vez fue diferente.

Mientras caminaba a su trabajo, finalmente, después de un largo tiempo, chocaron miradas. La respiración se le detuvo. Aquel chico a la distancia levantó una mano para saludarle, Aesop no dudo en hacer lo mismo.
Sintió los nervios a flor de piel, el estómago le cosquilleaba.
¿Acaso era una colegiala? Tenia 28 años, debería de actuar como se debe ante esa situación.

Era la primera vez en años que se sentía así de feliz, aquel estudiante  había notado su presencia entre la multitud.
Esos días fueron los que más lo pusieron "infantil", tomaban el mismo camino pero no se atrevía hablarle, no tenía temas de conversación o una excusa válida para hacerlo.
Solo podía conformarse viéndole de lejos. Sin involucrarse.

Aún que, el joven decidió romper con esa distancia, con algo tan simple como "¿Qué horas son?"
Había escuchado su voz, contuvo los nervios y sacó su celular para ayudarlo.

— Muchas gracias.

Una leve sonrisa invadió el rostro del estudiante, era tan dulce que podría morir.
El se alejó después de responderle, desvaneciéndose en el paisaje. Esta sensación era tan cosquillosa, lo hace querer pegar brincos.

Ahora tendría que esperar el día de mañana para poder verlo.

Escritos tontos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora