Capitulo 2

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Según pasaban los días más pequeña se le hacía el almacén. Allí era donde guardaban la comida para los detenidos que tenían que pasar la noche en los calabozos. Por suerte, nadie había saqueado esa parte de la comisaría. Tenían comida para unos quince días más, sin contar nuevos supervivientes. Sinceramente, Gonzalo se sintió muy raro al ver que le daban una buena bienvenida, con abrazos y apretones de manos. Pero aún así no se fió de ellos, y las cinco primeras noches dormía a ratos. Después, empezó a dormir bien, aunque cuando tenía pesadillas, se levantaba y hablaba con el hombre que le salvó, que se llamaba Marcos. Era una buena persona. No solo le había salvado, sino que le había dado esperanzas en el ser humano y en la vida. Se lo debía todo.

Gonzalo estaba terminándose una lata de guisantes, en un rincón de la sala. Mientras, observaba a los demás. Marcos estaba en la puerta, vigilando, junto con una mujer de pelo moreno y que no hablaba mucho. Su nombre era Ursula. Debía de tener veintimuchos años, casi treinta.

Al lado de la puerta, sentado sobre una caja había un hombre absorto en su pasatiempos de sacarle brillo a su pistola. Se llamaba Eduardo, tenía el pelo en una batalla entre el castaño y el blanco, además de tener entradas. Desde el primer momento que vio a Gonzalo entrar en el almacén lo empezó a mirar con malos ojos. Algunas noches, cuando se despertaba por pesadillas, lo veía en una esquina, vigilándolo. Al principio, Eduardo era algo gruñón, pero una vez se le conocía llegaba a ser una persona agradable; al menos eso le había dicho Ursula. Eduardo estaba entre gruñón y amable con Gonzalo. Eduardo le miró y rápidamente apartó la vista.

Se fijó en Isabel, una mujer rubia, de treinta y cinco años, tejiendo una bufando. Bueno, intentándolo. Era una mujer viuda desde hacía poco. La guerra también le arrebató a su marido. Por suerte pudo sobrevivir con su pequeño, Javier, de once años, el cual estaba jugando a la construcción con latas de conserva vacías. Gonzalo sonrió y se acordó de Paula, de esos días en los que tenía que leerle un cuento para que se durmiera, o cuando jugaba con sus Barbies. Gonzalo se obligó a pensar en otra cosa para evitar ponerse a llorar.

Marcos cerró la puerta y encendió un candil. Eso indicaba que estaba anocheciendo y debían dormir. Ursula le entregó una manta a cada persona. A Gonzalo se la entregó rápido y sin mirarle a los ojos. Él se extrañó mucho. No le dio importancia y se acurrucó en su rincón. Marcos se puso en la puerta, junto al candil y con una escopeta en la mano.

Gonzalo no recordó haberse quedado dormido, pero cuando se levantó por las pesadillas y cubierto de sudor, se dio cuenta de que había pasado mal noche. Todos dormían, a excepción de Ursula, que ocupaba el sitio que había tenido Marcos antes de dormirse. Gonzalo entonces supo que quedaba poco para despertar. Podría intentar dormirse de nuevo, pero si quedaba tan poco tiempo sería mejor no hacerlo. Se levantó, caminó con cuidado entre los cuerpos durmientes y se sentó al lado de Ursula.

—¿Malos sueños de nuevo?— preguntó Ursula sin mirarle.

—Sí. Creo que cada noche va a peor.

—Yo antes casi no dormía. Primero estaba sola. Vigilaba las calles desde la ventana de mi casa. No me atreví a salir hasta después de dos semanas. En ese tiempo tenía pesadillas cuando intentaba dormir, incluso a veces me parecía oír los gritos de mis sueños en la realidad. Entonces, aprendía que debía dejar la mente en blanco. No puedo evitar que vengan las pesadillas, pero cuando vienen, ya he dormido unas seis horas.

Gonzalo se quedó en silencio. No sabía que decir. Le resultaba doloroso hablar del pasado. Sobre todo si se trataba del pasado reciente. Habían pasado ya siete semanas desde que su mujer murió, y cinco desde que Paula se reunió con ella. Los ojos se le humedecieron. Ursula lo vio bajo la luz del candil.

—Ya no estás solo. Yo estaba sola. Hasta que me encontré a Isabel y a Javi. Estaban los dos en un portal, buscando en los cubos de la basura. Yo los ayudé. Entonces, un par de semanas después, nos encontramos con Edu y Marcos. Hemos podido crear un buen grupo. Ya nada va a ser como antes, y nunca podremos traer de vuelta a aquellos que se fueron. Pero si trabajamos juntos, podremos llegar a un nuevo futuro, mejor.

Ursula le sonrió con cariño, y Gonzalo sonrió también. Ambos despertaron a los demás. Marcos dio la orden de guardar toda la comida necesaria en las mochilas y armarse todo lo posible. Iban a desplazarse a otra ubicación. Las últimas noches, Marcos había oído disparos y temía que ese sitio ya no fuera seguro. Irían hasta un centro cultural que estaba a diez minutos andando. Nada más salir de la comisaría, girarían a la derecha hasta acabar la calle, entonces tomarían la calle hacia la derecha y seguirían recto hasta que vieran el gran edificio gris.

Salieron con Marcos en la cabeza. Luego Isabel, Javier y Ursula. Y finalmente Edu y Gonzalo. Eduardo iba cambiando de posición de vez en cuando para asegurar. El exterior estaba peor de lo que se imaginaban. Cadáveres por todos lados. Inmediatamente, Isabel le tapó los ojos a Javi. Gonzalo aguantó la bilis que le subía por la garganta.

Llegaron a la esquina de la calle y tuvieron que parar. Había un gran hueco en el asfalto. Se podía ver el sistema de alcantarillado a través de él. Marcos lanzó una maldición y empezó a buscar otra solución. No podía saltar, era demasiado grande. Entonces, Javi encontró la solución. Había un coche que estaba a centímetros de tocar la pared del edificio de su derecha. Por allí podrían pasar y evitar el gran agujero.

Todos pasaron a excepción de Marcos, que se quedó el último. Cuando estaba pasando, un sonido ce roto sonó fuertemente. Miró hacia arriba y vio que el edificio se estaba inclinando, y algunos ladrillos cayeron al lado de él. Marcos de dio prisa. Los demás empezaron a corren en cuando vieron la cara de preocupación de Marcos. Cuando Marcos cruzó el coche, su grupo estaba a unos veinte metros. El hombre empezó a correr. Tropezó y el edificio se le vino encima, levantando una gran nube de polvo.

Cuando el polvo se disipó, vieron un gran montón de piedras. Buscaron a Marcos con angustia. Lo encontraron al borde del montón, con una pierna atrapada bajo una gran piedra. Estaba haciendo esfuerzos por sacarla pero era imposible. Entre todos la intentaron mover pero solo consiguieron moverla unos pocos centímetros y le causó algo de dolor a Marcos.

—Pared ya, chicos— dijo Marcos, entre gritos—. No podéis. Dejadme aquí.

—No te dejaremos. Eres como de nuestra familia.— le gritó Eduardo.

—Es lo mejor. Es preferible a dejarme morir a mí a que muráis todos por mi culpa.— les espetó Marcos.

Todos miraron apenados a su líder. Se les empeñaron los ojos por las lágrimas y Eduardo se puso a llorar. Cogieron sus cosas y le dejaron allí, a merced de la naturaleza. No aguantaría mucho. Mientras se alejaban, en ambos lados lloraban. Una gran persona se iba, para no volver.

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