Capitulo 7

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El grupo de El Nido les superaba en fuerza considerablemente. Ellos contaban con más armas en esos momentos, y tenían mucha más munición. Emma levantó su pistola y apuntó al hombre de la capa.

—Emma, querida, te tenía por una persona más inteligente —dijo él con una sonrisa burlona-. Aunque no lo suficiente para saber qué bando elegir. Juan —un hombre del grupo corrió a su lado, con una pistola en cada mano—, entra y saca a los que queden.

Juan asintió e hizo un movimiento de cabeza. Dos hombres más abandonaron la formación y entraron en el restaurante. Gonzalo temía que les hicieran daño a Ursula, Isabel y Javier. En cambio, Rebeca podía defenderse, pero no ante tres hombres armados.

Al cabo de un rato de interminable angustia, los tres hombres salieron del local, con Ursula, Isabel, Javier y Rebeca por delante, apuntándolos. Los unieron al grupo y los tres hombres tomaron su posición inicial. El hombre de la capa sonrió al ver a Rebeca, y se acercó a ella.

—Pero si es mi dulce Rebeca. ¿Qué tal estás, amor mío?

—Que te zurzan. —Rebeca le escupió en la cara.

El hombre se limpió con su guante y le echó una mirada de asco a Rebeca. Entonces, la abofeteó tan fuerte que hizo que se cayera al suelo. Mónica se escapó de su captor y corrió a ayudarla, pero el hombre le apuntó con la pistola.

—¿Ibas a alguna parte? —Mónica no le hizo caso y se agachó al lado de Rebeca.— Bueno, no has hecho caso, pues aquí van las consecuencias. Traedme a Sergio.

Juan cogió a Sergio y lo obligó a ponerse de rodillas delante del hombre de la capa, dándole la espalda. El hombre puso su pistola en la parte de atrás del cráneo, a la altura de la frente por el otro lado. Sergio notó el arma y empezó a llorar. A Moni se le empezaron a humedecer los ojos. El resto del grupo contuvo la respiración.

—Estas son las consecuencias por no hacerme caso —miró una última vez y, sonriendo, apretó el gatillo.

El sonido del disparo inundó el ambiente. La sangre de Sergio salpicó a Rebeca y Mónica. Mónica se quedó en el sitio, llorando. Ryan, en cambio, gritó y corrió a por el hombre de la capa, que se estaba dando la vuelta.

—Menuda manía le tenía a ese imbécil —dijo antes de ser embestido por Ryan. Los dos cayeron al suelo.

Ryan empezó a pegarle con todas sus fuerzas mientras sus lágrimas mojaban sus mejillas. Juan reaccionó rápido y cogió a Ryan. Le inmovilizó en poco tiempo, y le puso de rodillas, al igual que hizo con Sergio. El hombre de la capa se puso de pie y escupió un poco de sangre a Ryan.

—¿Estás bien, Carlos? —Le preguntó Juan.

—Te he dicho miles de veces que me llames Raven cuando hay gente de fuera —fue lo que respondió Carlos, algo molesto—. Llevaos a este fuera de mi presencia. Ya pensaré su castigo —se dio la vuelta—. Bueno, es hora de volver a El Nido. Los polluelos no pueden estar tanto tiempo solos.

El grupo de Carlos se puso manos a la obra. Les requisaron las pocas armas que tenían Gonzalo y sus compañeros. Revisaron el local y les dieron sus mochilas a sus dueños. Le ataron las manos a Ryan para que no intentanse atacar de nuevo a alguien.

—¿Todo en orden? Pues vámonos. —Carlos se reajustó su capa negra y, con un movimiento de cabeza, empezó a andar, seguido de sus fieles hombres, los cuales empujaban a golpe de pistola a sus presos.

Iban andando a marcha forzada, pasando entre escombros y cadáveres. En una ocasión, encontraron un camión con una decena de distintas partes de distintos muertos repartidas por encima y a los lados.

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⏰ Última actualización: Jan 01, 2017 ⏰

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