El viento soplaba frío por las vacías calles, pasando a través de los escombros de lo que una vez representó la arquitectura humana. La brisa levantaba algunas hojas marrones, haciando que algunas acabaran taponando alcantarillas y otras sobre los parabrisas de los coches abandonados.
Eduardo iba a la cabeza del pequeño grupo de exploración, y agradeció aquel frío y el aire fresco y puro. Estar encerrado durante dos días con demasiada gente no le gustaba. Realmente necesitaba salir de aquel restaurante. Le hacía falta despejarse y aclarar la mente. Aún tenía las palabras de Gonzalo sobre que los iba a abandonar. No podía obligar a quedarse, era libre de hacer lo que quisiera, como cualquiera en esos momentos. Era algo que traía el nuevo mundo en el que vivían y Eduardo necesitaba adaptarse a él.
Sergio llevaba una pistola en una mano, y con la otra cogía la de Mónica. Ambos eran pareja, y nadie lo sabía, a excepción de Emma, Rebeca y Ryan. BUeno, ahora Eduardo también lo sabía. Y le hacía sentirse super incómodo y le molestaba oír las risitas de enamorados y los ruiditos que hacían cuando se daban algún beso, fuera en la mejilla o en la boca.
Los tres iban recorriendo el camino que debían haber cogido cuando huyeron. Habrían ido por el que tomaron cuando corrían de allí hacia el punto de encuentro, pero estaba taponado por sillas de terraza. Cuando llegaron a lo alto de las escaleras Eduardo se fijó en una mancha roja que había en el último escalón. «Es la sangre de Ursula —pensó Eduardo al ver la sustancia roja—. Lo van a pagar caro por hacerle daño a alguien que es como mi hermana»
Por fin llegaron a las puertas de la escuela de música. Eduardo tiró de ellas y seguían tan cerradas como hace dos días, cuando se fueron de allí. Sergio resopló.
—No vamos a encontrar nada —dijo con una voz cansada—. Vamonos.
Eduardo le echó una mirada cargado de odio y resentimiento. Por culpa de esa gente, una persona que quería mucho había acabado con un balazo en el gemelo, y cuando tienen la oportunidad de presentar sus condolencia y enmendar lo que ha pasado por su culpa, se muestran indiferentes.
—Sergio, sabes muy bien que la gente de El Nido es muy peligrosa y podrían rondar por aquí —se giró hacia Eduardo—. Perdónale, a veces puede ser un insufrible. Pero a veces tiene razón. —Sergio asintió con la cabeza y luego lanzó un sonidito de queja. Mónica se rio.— Aquí no hay rastro de ellos. Han pasado dos días. Supongo que se habrán vuelto.
Eduardo la escuchó e hizo caso a Sergio y volvieron. Cuando pasaron al lado de la biblioteca Eduardo se paró y dijo que iba a entrar a coger algunos libros para el pequeño Javier. Las puertas estaban bloqueadas por grandes rocas que eran imposible de moverlas. Se pusieron a pensar en un modo de entrar. Miraron a todos los lados, buscando alguna solución.
Al final dieron con ella. La entrada de la biblioteca tenía una parte en la que la pared era cristal y daba hacia la calle. Si querían pasar tenían que girar en una esquina que había a la izquierda de las puertas. Eduardo cogió una piedra y la lanzó contra el cristal, rompiéndolo en miles de pedazos. Los tres pasaron e hicieron el típico ruido que sale cuando se pisa cristal roto.
Cuando entraron al vestíbulo se llevaron una sorpresa. Las paredes, junto con el suelo que estaba más cerca, estaban cubiertas de hollín, dando a entender que hubo un incendio allí. Por suerte solo fue en el vestíbulo el fuego, pues cuando Eduardo fue a la zona infantil/joven vio que los libros estaban en perfecto estado. Mónica se subió a la planta de adultos a coger libros para ella. Sergio se quedó solo en el negro vestíbulo, sin saber qué hacer.
Al final salieron satisfechos. Eduardo había cogido diez libros, los cuales tres eran de aventuras, otros tres de fantasía y los demás de géneros varios. Mónica también estaba muy contenta. Había conseguido salvar tres libros de los gordos, que eran las mejores novelas escritas en el siglo XX.
Cuando estaban girando la esquina, un hombre le golpeó a Eduardo en la coronilla con la culata de una escopeta. Otro hombre le puso una pistola en la sien a Mónica. Tres hombres más aparecieron, uno de ellos con una capa negra. Sergio le dirigió una mirada cargada de odio y malos deseos.
—Pero mira qué tenemos aquí —dijo el hombre de la capa—, unos traidores. Era cuestión de tiempo que salierais de vuestro cutre restaurante —se acercó a Sergio y le puso una pistola en el pecho—. Necesito que hagas una cosa por mí. Vas a ir allí y vas a hacer que todos salgan, ¿entendido?
—Jamás —le gritó a la cara.
—Que mala persona eres. No valoras la vida de tus amigos —le cambió completamente la cara a Sergio—. Esa expresión quería ver yo. Muy bien. Y como te has negado en primer lugar... —bajó la pistola y apretó el gatillo, haciendo que el pie derecho de Sergio quedara herido.
Sergio salió corriendo hacia el restaurante. Le daría tiempo a llegar avisarles de la amenaza y contratacar con otra trampa. Sergio pensaba que funcionaría. Cuando estaba a poco de llegar, salieron Emma, Gonzalo y Ryan. Intentó avisarlos en la distancia, pero cuando le alcanzaron los hombres del hombre de la capa, que ahora eran el doble de los que le habían atacado, les cerraron el paso y les apuntaron. El hombre de la capa de adelantó. Dio dos palmadas y dos hombres avanzaron con Eduardo y Mónica inmovilizados y con una pistola en la cabeza cada uno.
— Ahora, vais a venir conmigo y sin ningún tipo de resistencia, ¿entendido? Nos espera un camino un poco largo hacia El Nido, y no quiero que haya problemas.
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New World
AksiyonTodo lo que conocía Gonzalo ha desaparecido. Aquellos buenos días de verano en la playa, los días de frío esperando la entrada a clases de su hija, o los viajes en carretera al pueblo. Pero la guerra es cruel, y la felicidad de muchas personas fue a...