Capitulo 3

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Gonzalo se despertó de madrugada, con la ropa mojada por el sudor. Había poca luz, pero consiguió ver en la penumbra de la estancia. Vislumbró la silueta del piano roto poto por la mitad y la pizarra de pentagramas caída detrás. Se restregó los ojos y se levantó. Buscó su mochila y bebió de una botella que tenía guardada.

Salió de la sala y se encontró a Ursula, andando a lo largo del pasillo, con una escopeta atada al hombro derecho. La chica no se asombró de ver a Gonzalo a esas horas. Llevaban haciéndose compañía desde hacía tres días, cuando llegaron al centro cultural.

Aquel centro cultural tenía una biblioteca, un teatro y una escuela de música. Además, contaba con varias cafeterías y restaurantes en la zona de abajo, bajando por unas escaleras por fuera. La única zona a la que pudieron acceder cuando llegaron fue a la escuela. La entrada del teatro estaba enterrada en piedra y la de la biblioteca estaba bloqueada, pero con cuidado se podría entrar y conseguir salvar algunos libros. Lo primero que hicieron nada más entrar en la escuela fue registrar cada una de las aulas que había en las tres plantas. Por suerte no se encontraron con nadie. Solo cosas rotas. Las ventanas de la planta de abajo estaban todas rotas, con lo que tuvieron que hacer barricadas y cerraron con llave las aulas de la planta baja. Habían pasado los tres días en la planta de arriba, haciendo turnos por la noche. Basicamente eran los mismo, solo que el puesto del difunto Marcos lo ocupaba Gonzalo.

—¿Otro mal sueño?— se aventuró Ursula.

Gonzalo asintió. Era una ridiculez que le preguntara eso, pues ya sabía de sobra porqué se levantaba a altas horas de la noche. Y todas esas noches le contaba su pesadilla. Siempre tenían algo en común: su mujer o su hija, o ambas morían de nuevo.

—Las volvías a perder de nuevo, ¿verdad?

—Sí. No sé si seré capaz de quitarme esas pesadillas.

—Los sueños es lo único que no podemos controlar. Es nuestro subconsciente. Pero, a lo mejor, si te pasara algo bueno en la vida que te quitara esas pesadillas...

Ursula le miró a los ojos, y Gonzalo no le apartó la mirada. Los ojos marrones de ella se encontraban con los ojos claros de él. Entonces, Ursula se ruborizó un poco, pero Gonzalo no lo vio por la falta de luz, y rompió el contacto visual. Ambos se apoyaron en la barandilla.

—¿Le sigues oyendo en tus sueños?— preguntó Gonzalo.

—A veces. Le oigo repitiendo las mismas palabras. Cuando quería que lo dejáramos. No debimos haberle abandonado.

—Ya sabes que no quería que cargáramos con él. Tenía el miedo de que por culpa suya acabáramos todos muertos.— la intentó consolar, pero ya era tarde, estaba llorando.

—¿No te has sentido alguna vez solo aun cuando estabas rodeado de personas?

—Me pasa constantemente ahora.

Ursula se apoyó en el pecho de Gonzalo y él la abrazó por cortesía, mientras ella seguía llorando. Entonces, miró hacia arriba. Le cogió la cara a Gonzalo y le besó. El hombre no puso resistencia, pero se separó de ella. Ursula le malinterpretó y se encerró en su sala asignada. Gonzalo intentó detenerla, pero no pudo.

Por la ausencia de Ursula, Gonzalo se encargó de despertar a todos al amanecer. Pero no se atrevió a llamar a la puerta de Ursula, con lo que Eduardo lo hizo, y ella salió un poco apagada, con los ojos rojos de llorar. No le dirigió la mirada ni la palabra a Gonzalo en todo el día.

Gonzalo y Eduardo se equiparon para salir a buscar alimentos. Aún tenían de sobra de los que habían cogido del almacén de la comisaría, pero necesitaban ser previsores. Podrían pasar una época en la que no encontraran nada y el alimento se les acabara. No querían correr ese riesgo. Eduardo se equipó con la escopeta que había tenido Ursula de guardia y un cuchillo de caza. Gonzalo optó por una pistola y una navaja.

Ursula, Isabel y Javier se quedaron solos en una sala, con la puerta abierta. Isabel estaba en una silla cerca de la puerta, cosiendo un roto de una camiseta de Javier, mientras Ursula estaba apoyada en la barandilla hablando con Isabel. Javier estaba jugando con unos bolígrafos que había sobre una mesa.

—¿Qué te pasa? Estás rara esta mañana.—preguntó Isabel desde la puerta.

—No es nada.— mintió Ursula.

—Ursula, cariño, yo también soy mujer y soy más mayor que tú. Algo te pasa.— insistió.

—He besado a... Gonzalo y él me ha rechazado...

—¿Le quieres?

—Sí. Me pareció mono cuando le vi por primera vez, y su forma de ser y su forma de pensar me cautivaron. Lo pasaba muy bien hablando con él por las noches.

—Es viudo, como yo. Hace poco perdió la poca familia que le quedaba. Yo me sentiría una traidora a mi difunto marido si llegara a tener algo con alguien ahora. A lo mejor él se sintió igual, que estaba traicionando a su mujer.

—Puede ser... Soy una estúpida.

—Oh, cariño, no digas eso. Cuando vuelvan, habla con él y zanja este asunto.

Gonzalo y Eduardo volvieron agotados a mediodía. Su búsqueda no había salido como ellos esperaban, pero no volvían solos. Traían atada de las manos a una mujer delgada, rubia y con gafas. Tenía la ropa sucia y un poco rota. La llevaron adentro y la dieron un poco de comida y agua. Antes de encerrarla en un aula le preguntaron su nombre.

—Rebeca. Me llamo Rebeca.— dijo la mujer forastera.


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