Capítulo 2

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Carlos adoraba los domingos por las mañanas. Desde siempre, había sido su día favorito en la semana. Sus hijos solían dormir hasta tarde, todo lo contrario a su padre, quién solía despertar temprano para aprovechar al máximo la tranquilidad de su hogar, para hacer ejercicios, relajarse o aunque más no fuera, ponerse a ver las noticias en la TV. Cuando Francisco y Federico estaban despiertos, ésa paz que tanto anhelaba, solía desaparecer en medio segundo.

Esa mañana, decidió que podría hacer un poco de ejercicio. Su abdomen, otrora perfecto y duro como roca, ahora mismo estaba algo más hinchadito y unos pequeños rollos asomaban por los costados de su camisa. Debía hacer algo urgente o pronto luciría unos antiestéticos "flotadores".

Escogió la máquina caminadora. Nada de gran impacto, pero sí efectivo para mantener su cuerpo agraciado. Empezó con un ritmo normal, al que le fue agregando un pequeño trote. Sin embargo, el día estaba siendo demasiado cálido y pasada una hora, el hombre necesitó parar un poco la velocidad. Posteriormente, decidió que no podía avanzar ni un metro más y detuvo la máquina ejercitadora. Había sido suficiente, pensó, dejándose caer en el sillón que tenía en su mini gimnasio.

Dios! Qué agotado se sentía! Los años no vienen solos... se murmuró con una triste sonrisa. El próximo mes cumpliría los 57 y el cansancio empezaba a notarse más seguido en su cuerpo. Las canas hacía mucho tiempo habían poblado su cabeza, sin embargo, a él no le molestaban. Sentía que le daban algo de misterio a su estilo y muy equivocado no estaba. Su abundante cabellera grisácea solía llamar la atención de las damas de distintas edades.

Tras darse un baño, Carlos se vistió con ropa cómoda y salió al patio de su casa, donde tenía una gran reposera bajo el lapacho. Llevó el periódico con él y una taza de café con leche. Adoraba sentir la brisa bajo ése majestuoso árbol que había plantado junto con su padre cuando apenas tenía 7 años mientras leía las páginas del diario.

Estaba tan entretenido con la sección internacional, que no escuchó el momento en que sus "niños" despertaron hasta que unos gritos e insultos llamaron su atención.

-Ufff- Suspiró, pasándose una mano por el rostro. Cuando sus hijos peleaban tan temprano, generalmente, no solían parar hasta que él los ponía boca abajo sobre sus rodillas y les daba una buena paliza a cada uno. Esperaba poner fin a lo que fuera que hubiera motivado el pleito sin tener que recurrir a métodos dolorosos.

Con algo de pereza, se puso de pie, dejó el diario y la taza en la mesita que había junto a la reposera e ingresó a la casa, rumbo a la planta alta, que era de dónde venían los gritos. Cuando llegó a la habitación de Federico, se encontró con que no sólo se estaban gritando sino que además estaban envueltos en una batalla campal.

Federico se abalanzó sobre su hermano, dejando caer un poderoso golpe en su nariz, que comenzó a sangrar copiosamente.

-Idiota, mira lo que me has hecho. - Renegó a voz en cuello Francisco, que aprovechó la distracción de su hermano (que miraba hipnotizado la sangre que brotaba de la nariz de Fran) para conectar un derechazo que impactó dolorosamente contra la barbilla del menor de los Salinas, dejando un corte que a su vez empezó a sangrar.

-Pero qué diablos están haciendo ustedes dos?! - Preguntó furioso Carlos, dirigiéndose a Francisco para tomarlo de un brazo, girarlo y entregar un azote al trasero cubierto por el slip negro que vestía.

PLAFFF!!!

-Auuuuuuuu!!!

Resonó el golpe que arrancó un fuerte grito al dueño del trasero en cuestión.

Federico sabía que lo mismo iba a sucederle a él, por lo que intentó salir de su habitación, sólo para encontrarse apresado por el brazo de papá, que siguió el mismo procedimiento aplicado en su hermano, para estampar su mano en la nalga derecha de su retoño.

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