capitulo 11

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Esa misma tarde recordé que tenía apenas 19 años de edad, lo suficiente para comprar alcohol y beber hasta olvidar que nada en mi vida parecía estar saliendo como yo esperaba.

Luego de aquel decepcionante encuentro con Ronaldo caminé hasta casa donde mamá esperaba sentada en una silla de ruedas que el hospital nos había rentado mientras su pierna se recuperaba.

—¿cómo hiciste para llegar hasta ahí? —le pregunté.

—Me las ingenié, no había nadie en casa, ¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—Fui a ver a Ronaldo... creo.

Mamá me miró con lástima, de la misma manera en que Hippie Bee me miró en la mañana. De pronto me dio la sensación de que mi madre podría ser Hippie Bee si algo malo me sucediera y me sentí terrible por haber querido desaparecer en algunas ocasiones.

Cuando dieron las seis de la tarde, el sol comenzaba a esconderse tras los techos de los edificios altos de la ciudad, que alcanzan a verse desde mi casa. Las aves comenzaban a volar hacia los árboles en parvadas y las ardillas subían a sus troncos. Mientras tanto yo me preparaba para olvidar aquel horrible sentimiento de vacío en mi pecho.

Llamé a mi tía para que cuidara una noche de mamá. Parecía correcto en esa situación, después de todo ella se ofreció aquella tarde en el hospital a ser de ayuda cuando más lo necesite. Esta noche parece ser una emergencia, al menos para mí.

Mi tía llegó en su espantosa camioneta familiar con dos bolsas de comida china, para ese momento yo ya estaba dispuesto a salir de casa con nada más que quinientos pesos, una sudadera gris, jeans azules y mis converse negros.

Le había dicho a mamá que saldría a bailar con unas amigas, que ni siquiera existen. Ella pareció estar contenta de aquella situación y me pidió que me cuidara, a lo que respondí con un simple "si".

Caminé sin sentido alguno hasta llegar a un bar que ni siquiera conocía, "BAR MICO" anunciaba en letras neón color azul, el lugar parecía más un antro que un Bar, pero cumplía su propósito. Una vez adentro caí en cuenta que esos sitios no habían sido hechos para mí, en la mesa de al lado se encontraba una pareja joven discutiendo al calor del alcohol. La chica se notaba molesta y el chico preocupado. Del lado contrario se encontraba un chico solo, al igual que yo, vestía una chamarra negra de cuero y unos jeans como los míos. Motociclista seguramente, no pude fijarme más a detalle del chico cuando un mesero se me acercó con una pequeña libreta en una mano y un bolígrafo en el otro.

—¿Ordenarás algo? —preguntó.

—Creo que iré a la barra mejor, gracias.

El mesero se retiró haciendo un gesto de amabilidad con la cabeza. Entonces me levanté y fui directo a la barra, donde otro chico con un mandil negro atendía.

—Dame una cerveza— ordené y en menos de dos minutos ya tenía un tarro de cerveza en las manos.

La barra estaba extrañamente sola, de no ser por mí y por una chica rubia sentada del otro extremo. La miré de reojo y ella me sonrió nerviosa. Llevaba el celular en la mano, casi rezando porque alguien apareciera por la puerta del bar cada que miraba la pantalla de su móvil. Luego de haberme tomado tres tarros de cerveza, la chica dejó su teléfono en su bolso y se animó a pedir algo por fin. Una bebida color azul, servida en una copa. La miré suspirar decepcionada, y supuse que sería una buena compañía para no morir solo en el bar.

Me acerqué a ella con una sonrisa en la cara y le saludé amablemente con un "hola, soy Carlos" a lo que ella solo sonrió.

Pasamos lo que sentí como media hora platicando, mientras los tarros de cerveza se acumulaban a un lado mío, hablando sobre las decepciones amorosas de aquella chica rubia de la que ni siquiera puedo recordar su nombre. Contarle a una extraña sobre la relación con mi mejor amigo me hizo darme cuenta que mis acciones parecían ser muy incorrectas. <No te sentirás mejor hasta que vayas a casa de tu mejor amigo y le digas que sientes ser un idiota y que estarás a su lado sin importar que él no pueda estar para ti. ¡Diablos! Está en depresión>. Sus palabras fueron concisas, estaba comportándome como un idiota, Para cuando dieron las 11:00 P.M. me encontraba afuera de la casa de Ronaldo, era domingo, su nana no estaba en la casa, lo que significa que Roni se encuentra completamente solo.

Muy dentro de mí estaba temblando, quizá sea porque el alcohol ya se había hecho parte de mi sangre o porque mi hígado no podía procesarlo aún, sentía entumidas las mejillas y parte de los dedos de las manos. Suspire armándome de valor, el alcohol ayudó más de lo que esperaba. Crucé la calle hasta llegar a la puerta de la casa de Ronaldo, mis pies se sentían más ligeros que de costumbre y dentro de mí caminaba en línea recta, aunque para los demás me estaba tambaleando.

Toqué el timbre una vez, las luces de la casa estaban encendidas por lo que Roni debía estar adentro. Pero ningún ruido se escuchaba. Pasaron aproximadamente tres minutos y nadie salió. Toqué el timbre nuevamente, nada.

Comencé a desesperarme, entonces recordé que debajo de la alfombra hay una pequeña llave, aunque no pertenece a la puerta de la casa, si no, a una roca de utilería en el jardín que guardaba la llave de la puerta, levanté con cuidado la alfombra, cuidando no caer al suelo, y tomé la llavecita entre los dedos. Dentro de mí, allanar la casa de mi mejor amigo parecía una buena idea, después de todo, he estado en ese lugar muchísimas veces. Busqué la piedra de utilería con la mirada hasta dar con ella, entonces la abrí y ahí estaba la llave buena. Con todo el cuidado del mundo la introduje y entré.

Algo no cuadraba, a pesar de que la casa es enorme, y de que solamente se encontraba Ronaldo, se sentía diferente. Vacía, como si algo hubiera sucedido. Él jamás habría salido de casa dejando todas las luces encendidas, sé que su ansiedad no se lo permitiría.

Caminé por la sala hasta llegar a la cocina, nada parecía diferente, pero seguía pensando que había algo que no cuadraba.

De pronto sentí miedo, como si un extraño estuviera en la casa, como si alguien hubiera entrado a robar y estuviera escondido detrás de las cortinas esperando a saltar para herirme, pero nada sucedía. Me dirigí hasta las escaleras de la casa para encaminarme a la habitación de Ronaldo, deseando que estuviera dormido en su cama y entonces mi celular comenzó a sonar. Grité. Lo tomé entre las manos y el numero era desconocido. Colgué la llamada.

Subí por las escaleras y llegué a la puerta de la habitación de Ronaldo, escuché el ruido de la regadera abierta, supuse que estaba bañándose, así que entré a su habitación. Era perfecto, cuando saliera del baño me vería sentado en la cama y entonces le pediría perdón.

Lo primero que vi al entrar era la puerta entreabierta del baño, cosa que Ronaldo jamás habría hecho, odiaba tener el sentimiento de haber dejado alguna puerta abierta, algo similar le ocurría con las luces y con dejar objetos conectados, libretas abiertas, libros fuera de su lugar... era un fanático del orden.

No tomé importancia por un minuto, pero luego pasaron cinco, el agua aún se escuchaba caer, pasaron diez, lo mismo, entonces pasaron veinte minutos y todo seguía igual. No pude aguantar más, cerré la puerta entreabierta y toqué con el puño cerrado, no hubo respuesta.

—¿Roni? —dije.

Nadie contestó.

Entonces un escalofrío recorrió mi cuerpo. Incluso el estado de ebriedad había desaparecido. Abrí la puerta y entré al baño.

Lo que vi, fue aquello que me marcó para siempre.

Ronaldo estaba sentado en una esquina de la pileta del baño, vestido con su pijama azul, la regadera caía a chorros sobre su cuerpo pálido y su muñeca tenía un corte vertical. La sangre aún caía mezclándose con el agua de la regadera, y a su lado derecho estaba la navaja para afeitar.

Lo miré desconcertado, sin saber qué hacer. No sentía mi cuerpo, no pensaba nada, mi vista se nubló, mi respiración se acortaba, de pronto todo estaba silencio absoluto, el ruido de la regadera era sordo, me desmayé.

La casa de los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora