capítulo 7.

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Sentí la mirada de mi mejor amigo sobre mí, impaciente, deseando que abriera los ojos para poder hablar conmigo.

—¿Que haces?— digo aún con sueño.

La peor sensación (para mí) es cuando una mirada está fija en alguna parte de mi cuerpo. Me hace sentir inseguro, como si estuvieran juzgándome aunque no sea así. Roni estaba causando esa sensación sobre mi rostro, lo que me obligó a cubrirme la cara con la sabana de su cama.

—Ya despierta. Es tarde.

Agradecí al cielo, o mejor dicho a quien sea que haya establecido que los sábados no haya escuela.

—No, no es tarde. Es sábado —dije.

Por un momento olvidé todo lo que sucedía, pero como siempre ocurre, luego de despertar todo regresa a tu memoria y con ello, la tristeza.

—Iremos a ver a tu mamá— dijo Roni, más preocupado que yo. Quizá porque no ha visto que se encuentra mejor.

Me quité las sabanas con pesadez y mi mejor amigo, parado junto a a la cama, vestido con unas bermudas azules y una playera blanca, me dio la mano para levantarme.

Con todo lo que había pasado, no tuve tiempo de cambiarme la ropa con la que estaba. El pantalón me mataba, siempre odié dormir con pantalón.

—¿quieres que te preste algo de ropa? —preguntó Roni.

—No, no te preocupes. Luego me iré a casa a tomar una ducha. No tiene caso.

Me lavé la cara. El espejo del baño de Ronaldo es grande, con forma ovalada y adornos tallados en madera color blanco. Mi madre amaría esa decoración.

Miré mi reflejo detenidamente. En éstas ultimas semanas adelgacé al menos tres kilos, cosa que comenzaba a notarse en mi cuerpo. Me miré con desaprobación. Sentí un vacío en el estomago.

Cada vez juzgarme se hace mas sencillo, tengo miedo. Aunque me obligue a creer que no es así.

Salí del baño. Roni ya no se encontraba en su habitación, por lo que decidí dirigirme a la cocina.

—Hola Carlos.

Por un momento olvidé que Marisa estaba en la casa. Su mirada fría me obligaba a tratarla con respeto. Debo admitir que siempre sentí miedo de esa mujer, a pesar de su apariencia común.

Marisa es una mujer de 56 años, con canas y las arrugas muy marcadas en los ojos. Eso sí, la madre de Roni siempre dice que envidia la figura de esa mujer. Para sus 56 años, se mantiene erguida y con un cuerpo esbelto.

—Buenos días —me limito a decir.

—Imagino que buscas a Ronaldo.

—Sí.

—Está en el patio, fue por limones.

—Esta bien —digo.

Marisa se limita a asentir con la cabeza, mientras toma una tabla para picar, un cuchillo y unas cuantas zanahorias del fregadero.

Me senté del otro lado de la mesa, manteniendo mi mirada fija en el cuchillo, produciendo cortes finos a las zanahorias.

—O te gustan mucho las zanahorias, o sucede algo contigo— dijo Marisa, aun cortando zanahorias.

—Un poco de ambos —contesté con ironía.

—Los jóvenes de ahora se mortifican demasiado con el amor.

—No es por amor — contesté a la defensiva.

—Lo siento, divagaba.

—En realidad es porque mi madre está en el hospital.

Su mirada se fijó en mí.

—¿Te ha dado la carta? —preguntó casi sorprendida.

—¿La carta?— dije extrañado.

Estuvo apunto de decir algo cuando Roni apareció por la puerta que da al patio.

—Aquí están los limones que me pidió Nana —dijo mi mejor amigo.

—Gracias Ronaldo, colocalas en el fregadero.

Roni se dirigió hacia el fregadero, dejando a Marisa sin decir nada más del tema.

No comprendí a qué se refería con "las cartas", por lo que solo decidí ignorarlo. Después de todo, es una mujer mayor.

—¿Quieres desayunar antes de irnos? —preguntó Roni mirándome.

—La verdad no tengo hambre, igual y me compro algo en el hospital.

—¿seguro?

—Sí.

Antes de salir de la casa, Marisa se dirigió con nosotros hacia la puerta principal.

—Cuidense— dijo, mientras Roni y yo salíamos. —Espero que se mejore tu madre —esta vez dirigiéndose a mí.

—Gracias— dije.

Esta es la primera vez que Marisa y yo tenemos una conversación con más de tres oraciones.

Y fue algo extraña.

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