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Pasaron más de seis meses luego de la muerte de Ronaldo, dejé la escuela. Estar en ese sitio me recordaba todo lo que amaba y perdí; puede sonar estúpido pero lo único bueno de estar en ese lugar era mirar a Francisco ¿Y te preguntarás por qué? Si el fue la principal causa de nuestras peleas.

Durante los meses siguientes a la muerte de mi mejor amigo, cuando conseguí entrar a ese salón de clases, Francisco se volvió parte de mi dolor. Él también había perdido a un amigo y ciertamente creo que para él, Ronaldo era algo más que eso.

Una noche mientras salía del mismo bar de siempre, Francisco había tenido la misma idea que yo. Ahogar sus penas en el ardiente licor. Me miró tambaleándose y sin pensarlo más corrió hasta donde me encontraba, con los ojos perdidos en su propia furia y los nudillos tensos esperando a cobrar una venganza, que sin más, se detuvo al llegar frente a mí.

—Tú le hiciste eso— sus palabras sonaban firmes pero temblorosas por tanto alcohol.

—¿Qué quieres Francisco?

—¡Tú lo mataste!

Sus palabras fueron directo a lo que esperaba. Liberarse.

No dije más, reí nervioso y triste, entonces él comenzó a hablar de nuevo. — Já, y pensar siempre tuvo la esperanza de que cambiaras...

Me detuve en seco, mi garganta se había convertido en un nudo y mis ojos estaban a punto de responder con lágrimas.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Vamos Carlos, como si te importara realmente ¡Nunca lo quisiste!

Entonces llegué al límite, la sangre caliente comenzaba a elevarse, la furia era mayor que la frustración o quizá era al revés. Lo tomé de la camisa y lo pegué contra la pared.

—No te atrevas a decir que no lo quería, era como un hermano para mí — lo solté, el cayó al suelo. Parecía un trapo, estaba tan ebrio que las fuerzas le traicionaban.

Lo miré con un poco de lastima, pero el enojo era más grande. Así que solo me fui. Lo escuché decir que Roni siempre me prefirió a pesar del mal trato que le daba y entonces él lloró. Yo simplemente lo ignoré.

Dos días más tarde se disculpó conmigo en la escuela, parecía ser otro completamente. Tranquilo, apenado y lleno de dolor. Ciertamente me compadecí demasiado de él; esa misma tarde hablamos sobre todo lo que queríamos decirle a Ronaldo y me llevó por fin a ver su lápida. Lloré como la aquel día en que supe que había muerto.

Si bien, no había superado su muerte. Al menos ese día pude aceptarla.

La casa de los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora