capítulo 13.

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Durante un mes no salí de casa.
Todo me recordaba a mi mejor amigo, cada rincón de mi habitación y cada cuadra de ésta maldita ciudad. Al menos estar en mi habitación me reconfortaba porque nadie se atrevía a entrar, ni siquiera mamá quien esperaba mucho de mi. 

Luego de lo sucedido, el único día que salí de casa (además de para ir a la escuela) fue el día en que le quitaron el yeso a mi mamá. Por un momento pude olvidar que mi mejor amigo había muerto; mi tía vino a casa, trajo a sus horribles hijos y con ellos un pastel de tres leches. <Todo está mejorando, ¿Que no?> Se atrevió a decir con una incipiente sonrisa en la cara, que solo me hizo mirarla fijamente hasta hacer incomodar a mamá, quien entró en el momento incómodo con un: <Vaya, que rico se ve el pastel, debemos partirlo> entonces todos fuimos a la cocina.

—Sabes que no lo hizo con mala intención, cariño.— me susurró para luego darme un beso en la cabeza.

—Si me lo permites, quisiera ir a mi habitación.— respondí.

Quizá fue egoísta, pero no estaba de humor para las personas. Mamá entendió, pues no dijo nada más al respecto. Sonrío con amabilidad y yo intenté devolver el gesto con una sonrisa mal articulada.

Todo eso de ver a mis primos tan felices e inocentes me hizo odiarlos, o quizá odiar lo que ellos tenían. Cero preocupaciones.

La primera semana luego de la muerte de Ronaldo, preferí no asistir a la escuela y parecía que estaba todo justificado hasta que mamá decidió que no.
Llegar a ese sitio, pararme junto al árbol donde habíamos discutido por primera vez, dónde nuestra pelea de separación tuvo lugar, fue lo más difícil de llegar a la escuela. Miré aquel sitio esperando que su fantasma estuviera ahí, deseando verlo como lo ví aquella noche afuera de mi casa luego de haber muerto, pero no estaba.

Todos me miraban como si supieran algo de mí, juzgando cada uno de mis pasos, aunque en realidad miraban mi torpeza. Nadie me juzgaba, nadie si quiera tenía idea de lo qu había sucedido más que mis compañeros de salón y nadie se atrevió a decir palabra alguna.

Me senté en el pupitre de siempre, esperando que Roni entrara por la puerta con su mochila enorme que lo hacía parecer una tortuga, pero nunca sucedió. Su pupitre estaba completamente vacío, como mi alma. Detrás de mí estaba Francisco, quien intentó acercarse a mí en más de dos ocasiones en el descanso, pero notó que no deseaba estar con nadie más. ¿Por qué es tan difícil aceptar que ya no está?

Todos y cada uno de los lugares en los que Roni y yo estuvimos alguna vez, se había vuelto para mí una especie de santuario y yo ni siquiera me había dado cuenta. ¿Cómo lo estarán pasando sus padres? Parecía que eran más lejanos que yo, pero a fin de cuentas eran los que le dieron la vida. Supongo que no estarían mejor que yo. Acababan de perder sangre de su sangre, y Ronaldo no era fácil de ignorar. Siempre fue de las personas que terminas amando sin querer. Y eso precisamente pasó conmigo; ahora no sé cómo vivir sin él.

La casa de los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora