Capítulo 2.

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Había ocasiones en las que despertar a Se Hun parecía imposible, pero esa mañana no fue una de ellas. El castaño se removió entre sus sábanas y abrió los ojos ante los primeros ruidos que escuchó en el exterior, mismos que venían desde la casa que estaba junto a la suya, separada únicamente por algunos metros de jardín.

¿Pero cómo era posible que fuera tan ruidosa una casa que llevaba al menos tres años sin habitantes? A su mente no venía otra respuesta que no fuera la más obvia: nuevos vecinos.

Se Hun soltó una especie de gruñido, estirando su brazo hasta que alcanzó un cojín y pudo abrazarse a éste. No tenía ganas de levantarse, pero ya podía imaginar el discurso que su madre le tenía preparado acerca de cómo era importante ser amable e ir a saludar a los que recién llegaban al vecindario.

—Entre más pronto empiece, más pronto terminaré —pensó en voz alta y, aún sin muchos ánimos, dejó su cojín a un lado para ponerse de pie y caminar hacia el cuarto de baño.

No se esforzó demasiado en su apariencia, pues creyó que bastaría con verse "aceptable"; ropa limpia, cara recién lavada y cabello no tan desordenado, eso fue suficiente para él. Incluso bromeó consigo mismo, susurrando algo como que no iría a darle la bienvenida al presidente de la nación.

Sacó un par de pastillas del frasco que contenía su nuevo medicamento y las arrojó al inodoro con cierto fastidio, tirando de la cadena poco después para deshacerse de ellas. Hacer que toda esa medicina desapareciera le tomaría algo de tiempo, pero hacerlo rápidamente sin duda alguna levantaría sospechas, cosa que era mejor evitar.

La señora Oh ya no estaba en casa debido a que esa mañana tuvo que salir a trabajar un poco más temprano de lo usual, pero le había dejado una nota a su hijo para que éste supiera que regresaría antes de las diez de la noche y que el desayuno estaba dentro del microondas.

—Qué curioso... —Murmuró—. Cuando se vende una casa, mi mamá casi siempre es la primera en enterarse y preparar una canasta de regalos para los nuevos vecinos, pero no mencionó nada en su nota y no dejó algo así esta vez. ¿Será posible que no se haya enterado?

Como no tenía hambre, Se Hun decidió dejar el desayuno para después y salir a recibir a los recién llegados con tal de quitarse ese pendiente de encima y evitar un conflicto con su madre más tarde.

Se acercó sin muchas ganas a la casa de al lado, alcanzando a ver cómo un joven más bajito que él se hacía cargo de levantar una caja del suelo con algo de dificultad. Tenía piel blanca, cabello café de una tonalidad más clara que la suya y una mirada llena de bondad que atrapó su curiosidad desde el primer segundo.

—Es la última, ¿cierto? —Escuchó al más bajo preguntar aquello amablemente al hombre que vestía con un uniforme de la misma compañía de mudanzas que su familia y él habían contratado tiempo atrás, cuando su padre aún estaba con ellos y la promesa de una vida mejor era creíble.

—Así es —contestó el hombre—. ¿Necesita ayuda para llevarla al interior?

—No, gracias. Yo me encargo —mostró su sonrisa y, al verla, Se Hun se quedó paralizado durante unos instantes.

El empleado de la empresa de mudanzas se despidió con una leve reverencia y cerró la puerta posterior de su vehículo antes de subir al mismo y marcharse. Se Hun entonces se acercó corriendo al nuevo vecino y no dudó en ofrecerle su ayuda.

—Ah... Esa caja se ve pesada —fue lo único que se le ocurrió decir en el momento.

El más bajo parpadeó un par de veces, algo confundido por la repentina aparición del contrario, a decir verdad, pero terminó por sonreír de nuevo y asentir.

—Sí, sí es un poco pesada —confesó—. Tengo la mala costumbre de comprar libros nuevos sin antes haber terminado de leer los que ya tenía en casa, así que sólo se van juntando más y más. El resultado es una caja así —terminó de explicar, riendo con suavidad.

—Por favor permítame ayudarle —dijo tímidamente.

—Te lo agradezco, pero no es necesario, en serio...

—Mi nombre es Oh Se Hun —se presentó súbitamente, interrumpiendo así al otro castaño—. Mi madre y yo vivimos en la casa que está aquí al lado y... Bueno, yo sólo... pasaba a darle la bienvenida.

Sintió ganas de darse un fuerte golpe en el rostro, pues no había sido su intención hablar encima de su vecino; no entendía por qué se sentía tan nervioso de un momento a otro ni por qué estaba comportándose como un tonto.

—Gracias, Oh Se Hun. Eres muy amable —la tierna sonrisa del más bajo volvió—. Yo soy Lu Han, acabo de llegar desde Pekín.

—¡¿Desde China?! —Preguntó realmente sorprendido—. Vaya... Eso es genial. ¿Qué lo ha traído a Corea?

—Un avión —bromeó.

Se Hun soltó una risa leve, pero auténtica. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que reía así, pues incluso en compañía de su mejor amigo Baek Hyun había veces en las que tenía que forzarse a reír para no causarle preocupaciones.

—Es usted muy simpático.

—¿Sabes? No es necesario que me hables con tanta formalidad, puedes llamarme "Lu".

—Lu... Está bien.

—Te invitaría a pasar y tomar una taza de té, pero mi casa es un desastre en estos momentos —dejó salir un suspiro—. ¿Te parece bien si me visitas cuando haya terminado de ordenar mis cosas?

—Claro, no hay ningún problema. Yo... —Se rascó la nuca con algo de nerviosismo—. Ah... Perdón si vine en un mal momento.

—Descuida. Te buscaré en unos días, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Y en un segundo, lo único que Se Hun podía desear era que los días pasaran rápidamente.

Continuará.

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¿Qué tal, mis queridos lobitos?

Ay, esto de actualizar mensualmente sólo un fanfic y sólo una vez es horrible. ¡Lo bueno es que ya vienen las vacaciones de invierno! Faltan como cinco semanas, más o menos.

Gracias por tanto, perdón por tan poco. (?)

Espero que este capítulo haya sido de su agrado. No olviden votar y comentar, pues eso me inspira y me ayuda a seguir. ¡Les mando un fuerte abrazo!

Una buena dosis [HUNHAN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora