Epílogo

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La mansión ardió por completo, los motores de electrodomésticos fueron la chispa que hacía falta, sin mencionar el gas de la cocina. Una docena de mini explosiones adornaron el amanecer, apenas hubo algunas tablas de madera, piezas de oro y plata más algunos afortunados libros supervivientes. Por lo demás solo había escombros y un océano carbonizado en el cual se ahogaba toda posibilidad de la policía de conseguir algo que esclareciera el enigma al que se enfrentaban.

Los estoy observando, los oficiales buscan pero solo consiguen cenizas de las propias cenizas, nada logra disipar ni un poco las brumas de misterio que se extienden sobre sus cabezas. Levantan tablas, delimitan el perímetro, recogen objetos inusuales; pero nada les va a servir.

El corazón me arde cuando los veo levantar los cadáveres ennegrecidos de Gris y el príncipe. Parecen carne a la barbacoa, verlos lastima mis ojos, o tal vez lo hacen las lágrimas que me inundan en este momento. Esperaba que todos murieran, menos ella, Gus me prometió que ella no moriría.

Siguen recogiendo cadáveres, ¿cuánto tardarán en conseguir el que se ocultó en el fondo falso del closet de aquella habitación de la ventana rota y la sangre en la cama? Ojalá se quede ahí para siempre, sepultado junto a todas mis mentiras, mis errores de confianza, mis miedos.

Ya no sé qué camino debo tomar, Gus era el que sabía todo. Se suponía que esto era simplemente  una manera de salvar a Cenicienta y matar a su príncipe todo en un mismo día y repartiendo las sospechas fuera de nosotros. Él ya no podía con locuras de ella así que la invitó a una última gran travesura, Cenicienta no imaginaría que luego de decir aquellas palabras al comienzo del juego, asustar a unos aquí y otros allá, y de que yo la dejara cortarme el dedo para guardar las apariencias sobre mi participación en el acto, Gus se encerraría con ella en mi cuarto, la mataría y escondería su cadáver en el sitio que solo yo conocía porque el payaso me lo mostró en mis sueños. Ni siquiera mi hermana había descubierto el fondo de nuestro closet en el que perfectamente podría caber una persona inmóvil.

Tenía tanto miedo. Solo íbamos a matar a Cenicienta y a su príncipe  que tan celoso ponía a mi Gus, nadie más. No esperaba que se lo tomaran tan en serio y que comenzaran a matarse. O peor, que terminara en ese incendio. Maldito incendio. Lo arruinó todo.  Cuando fui a buscar a Gus para juntos escaparnos por la puerta trasera con la llave que yo guardaba, ya estaba muerto. Maldita anciana, se merecía las quince puñaladas que le di.

—Tienes que aprender a amoldar tu carácter —dice el payaso negando con la cabeza—, es imposible que permitas a tu novio sentir celos de otra mujer, lo ayudaras a matar al objeto de sus celos y después lo vengaras así. Estás loca.

Escucho su regaño pero lo ignoro. Ya perdí a mi hermana, estrangulé a mi mamá para asegurarme de que no había visto a Gus escapar de la habitación luego de matar a Cenicienta, y ahora el cadáver del hombre de mi vida yace calcinado con una de sus cuencas oculares vacías. Era único que sostenía mi cordura y que me cubría de todos mis miedos. Muerto, dejándome sola con la carga de un acto del que ni siquiera estuve de acuerdo al principio y del que solo participé por miedo o por amor, tal vez siempre ha sido las dos cosas en una. Me parece que ya es momento de que el payaso me abandone también.

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora