25. Descubrimientos

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A media noche Sirio, Al-Veor y Calea partieron siguiendo el olor del ronin, pero por más extraño que pareciera, éste venía justo del lado contrario al camino que daba a la ciudad de Shu, atravesando el extenso bosque de bambú. No estaban seguros de, si sería correcto seguir adelante, pero su intrepidez los llevó a ignorar sus malos presentimientos y continuaron su camino.

...

Jeral alquiló un carruaje para hacer más fácil el viaje y menos sospechoso. Si alguien los detenía, solo verían el rostro de la hermosa Geisha a la que escoltaban al castillo y los dejarían pasar, o ese era el plan. El único inconveniente era que, gracias al profundo odio que sentía ella por todo el maquillaje y atavíos que cargaba encima, su rostro marcaba líneas de expresión denotando ira y sus ojos daban más miedo que de costumbre. Sentados cada uno a los lados de ella, Procyon y Jeral tiritaban de los nervios y sudaban por la presión.

— Piensa que todo es por salvar a nuestro amigo —trató de calmarla Procyon.

— Y más le vale estar vivo o...—decía con candente mirada y gruesa voz. Jeral miraba hacia la ventana para no verla. Procyon solo rogaba que todo saliera como lo planeado.

...

Leo estaba siendo llevado esa misma madrugada al castillo de Shu por un grupo abundante de ninjas y samuráis. Por un momento se sintió algo importante por tener un conjunto tan grande de escoltas para él solo, pero las ataduras en sus muñecas le recordaban que era todo lo contrario a un noble. Se preguntaba constantemente qué estarían haciendo sus amigos y si estarían buscándolo, pero como antes no había pasado nada similar, no podía siquiera imaginar qué reacciones tendrían.

Por un momento quiso escapar, pero adelante iba el samurái de la máscara y sabía que él entorpecería sus planes así que desistió de pensar en ello. Entonces logra divisar a lo lejos el imponente castillo de Shu sobre una pequeña colina, rodeado por muchos árboles de cerezos en flor.

 Entonces logra divisar a lo lejos el imponente castillo de Shu sobre una pequeña colina, rodeado por muchos árboles de cerezos en flor

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— Allí es donde te darán muerte, destajador —alegó uno de los samuráis que caminaba junto a él.

Leo lo ignoró por completo admirado por la belleza del lugar, el cual comenzaba a recibir los primeros rayos de luz solar haciendo más sublime el ambiente. Le habría encantado compartir aquella vista con sus amigos, luego recordó que allí era donde lo ejecutarían y por un momento dejó de parecerle maravillosa.

No todos tenían el privilegio de ver al emperador en persona y mucho menos los criminales, pero éste caso era diferente. Naruhito estaba interesado en conocer al destajador, aunque no era su prioridad en ese momento, por lo que Leo fue nuevamente enviado al calabozo, ésta vez en el castillo de Shu.

El shogun en persona quería asegurarse de que se le diera muerte, así que también fue a Shu para presentarse como testigo. Toda esa mañana estuvo inquieto merodeando por los pasillos del lugar ansioso por que diera inicio el juicio. En uno de sus paseos por los solitarios jardines del palacio, donde el sonido de las cañas golpeando las rocas, el agua del río y el sonido del viento moviendo las hojas de los árboles era lo único que se oía, se detuvo al ver acostado en el césped al samurái de la máscara aparentemente dormido.

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