III

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Era pasando el mediodía. El mercado no estaba tan lleno por aquella hora: el ambiente se mantenía tranquilo. Seúl estaba reparando una vieja tableta gráfica a la que podría sacarle bastante dinero.

El calor pesado que descansaba sobre las frutas puestas a la venta llenó el lugar de un ligero olor a podrido.

La vieja Anna llevaba hecho poco más de una docena de cigarrillos saborizados. Sus dedos se movían con agilidad y su expresión concentrada denotaba un poco del aura de espeso malhumor que la rodeaba.

Como podrán imaginar, Seúl no había reunido suficiente valor para preguntarle sobre la razón trás su estado de ánimo.

Tampoco lo haría pronto.

Gold se pasó por allí un poco más tarde, cuando el sol había aminorado su potencia. Se trataba de un cyborg en sus veinte, con el cabello teñido de violeta atado en una trenza. Se sentó sobre la mesa de madera del puesto y balanceo los pies.

-¿Terminaste con la tableta? - preguntó.

Gold era un tipo raro. El único hijo de una familia que se ganaba la vida diseñando las refacciones de los edificios en el centro de la ciudad. Era un cyborg con dinero. Este era uno de sus clientes exéntricos que gustaba de jugar con antigüedades. Le había encargado la tableta hace unos pocos días y apenas hoy había tenido tiempo para sentarse a trabajar en ella.

También era un poco molesto, siempre girando a su alrededor para ver lo que hacía. Demasiado curioso, pero se trataba de su mejor fuente de ingresos. Con el tiempo Seúl había aprendido a mantener la calma ante su presencia.

Apenas lo miró mientras seguía trabajando. Las herramientas iban y venían de sus dedos con agilidad.

- Estoy en eso - le dijo.

- Tan lento - se quejó Gold.

Seúl chasqueó la lengua.

- Ve a revisar el armario, tengo algunas cosas nuevas que acabé - sugirió, haciendo una seña vaga en dirección a la parte trasera del local. Lo pensó un poco y agregó: - si rompes algo tendrás que pagar por ello.

Los ojos de Gold brillaron y se apresuró a ir a jugar. Seúl había comenzado manejarlo de la misma forma en la que se maneja a un niño.

Lo oyó revolver entre sus artilugios durante un rato mientras él seguía trabajando.

Una vez satisfecho pasó por el puesto de la vieja Anna y compró algunos cigarros. Encendió dos y le dió uno a Seúl. Quizás si fuera otra persona lo habría rechazado, pero Gold tenía tanto dinero que unos pocos cigarros no significaban nada. De todas formas Seúl no era tan tímido.

El sol fue perdiendo su brillo mientras ambos fumaban en silencio.

Cuando por fin terminó de arreglar la tableta ya eran pasadas las ocho. A Seúl no le extraño que Gold aún estuviera pululando por el mercado, sacando conversación a cualquier cyborg mínimamente interesado. Actualmente estaba hablando con el zapatero de las nuevas modificaciones auditivas que compró a su hija (y que Seúl se había encargado de implantar). Le hizo una seña para que se acercara cuando captó su mirada.

Gold se despidió educadamente y troto a su lado.

- Aquí tienes - Seúl presentó la tableta con orgullo.

Los ojos de Gold brillaron.

-Eres un genio.

Estaba encantado con su nuevo juguete.

No mucho después de acabar con aquel último trabajo Seúl se estaba encargando de cerrar su tienda. Gold había desaparecido del mercado ni bien obtuvo lo que quería.

Mientras bajaba la persiana notó que el nieto de la vieja Anna hizo una aparición en el mercado. El uniforme militar (así como la soberbia en sus pasos) eran inconfundibles. La vieja Anna también lo notó, pero fingió que no. En cambio su ojo titilante se fijó en Seúl.

-Chico, ¿quieres probar el último cigarro que arme? Este lo mezcle con saborizante de arándanos - se apresuró a cerrar el cigarro con sus dedos nudosos -. Te lo dejaré gratis, necesito una opinión. No estoy muy segura de que el arándano se mezcle bien con el tabaco.

Parecía pensativa.

Seúl estaba un poco rígido. Abrió la boca para hablar cuando el nieto de Anna lo interrumpió.

- No deberías regalar tu trabajo - se quejó.

Anna ignoró el aspecto intimidante de su nieto. Apenas volteó para alzarle una ceja.

-¿Y tú qué sabes? De todos modos, ¿por qué estás aquí?

Su nieto no pareció notar su tono áspero. O pretendió no hacerlo. 

- Tengo órdenes para salir en una misión la próxima semana. Vine a avisarte. También para pedirte que se lo comuniques a mi madre.

- ¿Entonces si irás? -Anna estaba indignada, pero un poco de preocupación se deslizó en su pregunta. Lo corrigió rápidamente -. Eres tan tonto que dudo que tengas mi sangre. Espero que una de esas bestias te de una paliza, a ver si sigues siendo tan entusiasta cuando pones en riesgo tu vida.

-Abuela...

- Sé lo comunicaré a tu madre. Entonces, si eso es todo - la anciana hizo una seña con la mano, indicando que podía marcharse. La expresión de su nieto se oscureció.

- No lo es. Recuerdo que dijiste que un niño del mercado trabaja como técnico.

Tierra de LataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora