IV

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Seúl estaba preparado para huir de aquella confrontación familiar cuando oyó aquello. Sus ojos se movieron con curiosidad.

-¿Qué pasa con él? -inquirió Anna.

Ni siquiera parpadeó en dirección a Seúl. Comprendió que no quería rebelar su identidad y no la cuestionó.

- Necesitamos un técnico para la expedición. No necesita ser un experto, tan solo algunos conocimientos básicos están bien.

- Son el maldito ejército, ¿no les sobran los técnicos?

- Nuestros técnicos no son suficientes. No sería bueno arriesgarlos en una misión tan pequeña. No es necesario que....

Anna lo cortó, furiosa.

-¿Estás diciendo que es mejor que un niño se arriesgue? ¿Crees que soy estúpida? ¡Esa misión de la que tanto hablas se trata de enviar un grupo de corderos al matadero! ¡Vete de aquí! ¡No sé cómo tus padres tuvieron un hijo como tú! ¡FUERA!

Los gritos atrajeron la atención de la gente, aunque para aquellas horas el mercado comenzaba a vaciarse. El pequeño escándalo no fue fácil de apaciguar; Anna se mantenía gritando que se largara, arrojando algún que otro cigarro a la cabeza de su nieto. Y este nieto seguía diciendo que se calmara, que afectaría su salud. Al final solo pudo irse.

Seúl se quedó allí en silencio y observó hasta que el militar desapareció del mercado. Solo entonces se acercó a la anciana. Exprimió su cerebro para encontrar algo que decir, pero nuevamente fue Anna quien habló.

- Volverá a buscarte - le dijo. Ambos se quedaron en silencio por un momento. Anna prendió el cigarro en su mano: el humo floto en el aire con un ligero olor afrutado. Al final agregó -. Si aceptas probablemente acabes muerto. Están reclutando chicos sin experiencia, dándoles un entrenamiento precario. No sé atreven a usar a sus propios soldados - se burló -. No sé de qué se trata, pero es una misión suicida.

- Entiendo - asintió. Esperó a que el cigarro de Anna fuera solo cenizas, entonces recogió su mochila. Antes de marcharse miró a la vieja Anna, aún apoyada contra la columna del puesto -. No sé que tan bien sabe, pero la mezcla de arándano y tabaco es un buen aroma - mencionó, en referencia al cigarro.

Anna le dió una sonrisa desdentada. Su ojo titilante parpadeó hacia él en la penumbra.

-Lo sé. Tengo talento.

Seúl soltó una risita. Luego se fue de allí.

El día había sido especialmente largo y realmente necesitaba dormir.

Seúl era un cyborg de veinte años. Era joven y pobre. Con estas características, de haber vivido toda su vida en la ciudad sería especialmente ignorante sobre asuntos relacionados con la milicia. Pero Seúl se crío en una tribu que peleó por su autonomía. Está tribu se irguió durante la gran devastación, formada por un pequeño grupo de sobrevivientes que logró mantenerse  vivo sin la ayuda del gobierno. Desafortunadamente, cuando las cosas se calmaron está pequeña tribu quedó atrapada entre el territorio cyborg y el territorio contaminado.

Seúl era muy pequeño en ese entonces. Nunca conoció el mundo anterior y sus primeros recuerdos estaban plagados de destrucción. Las modificaciones en su cuerpo fueron hechas cuando apenas era un bebé, luego de perder el brazo en un derrumbe. No recordaba bien cuando sus padres se unieron a la tribu, solo sabía que aquella gente era suya. Su familia.

Su cultura era un poco arcaica; se negaban a las excesivas modificaciones en el cuerpo. Esto era bien aceptado cuando el cuerpo era herido y necesitaba de la tecnología avanzada. Pero mantenerse siendo humano era su lema. Está era la razón tras la baja modificación en Seúl.

En las ciudades era normal que las familias pasarán años ahorrando para las modificaciones de sus hijos; para mejorar sus organismos. Hacerlos más resistentes. En cambio, su tribu se conformaba con intercambiar información sobre el territorio contaminado con el gobierno, a cambio de unas pocas modificaciones necesarias.

Seúl a menudo pensaba que si su tribu no hubiese tenido costumbres tan estrictas, entonces su fuerza no hubiera sido tan escasa. De esta forma no hubieran sido masacrados por el ataque de unos pocos críptidos.

Se preguntaba si la misión de la que el militar hablaba tenía que ver con aquellas bestias.

Gracias a su origen estaba al tanto de que no estaban al borde de la extinción, como se decía usualmente en las ciudades. Sin embargo tampoco creía que la misión se tratara de aquello: para lidiar con los críptidos estaban los soldados altamente calificados, no un grupo de (repitiendo las palabras de la vieja Anna) corderitos.

Seúl reflexionó sobre esto mientras subía las escaleras hacia su departamento. Hurgó sus bolsillos en busca de un cigarro. Ya no le quedaban.

Aquella noche meditó sobre sus orígenes con más profundidad. No esquivó los recuerdos. Pensó en Abel, el hombre que le enseño todo lo que sabía de informática. Abel solía ayudar a reparar antigüedades, como él. También ayudaba a reparar las modificaciones de los cyborgs, demasiado nuevas e imperfectas.

Un día le dijo que antes de la gran devastación era considerado un genio. Había mencionado esto riendo, con un ego exagerado. Pero Seúl nunca lo dudó.

Abel era una especie de médico, técnico e inventor. También era uno de los pocos en Wilva que creía que las modificaciones no significaban rechazar su humanidad: era tan solo un ligero ajuste. Seúl había heredado aquel pensamiento. Fue gracias a esto que tuvo varias discusiones con sus padres.

Se arrojó en la cama luego de cambiarse la ropa. Sus pensamientos se mantuvieron girando en torno a su pasado, solo para distorcionarse en pesadillas sangrientas cuando por fin logró dormir.

Tierra de LataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora