VI

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Esa noche pudo volver a casa e incluso durmió por última vez en su apartamento. Le habían puesto un rastreador. Como técnico, mientras descansaba sobre su incómodo colchón se preguntó si podría desactivarlo.

Probablemente. Pero no valía la pena.

Seúl había pasado toda el día escuchando explicaciones y haciendo un mapa mental. La razón tras su repentino y obligatorio alistamiento era una expedición en busca de ganar nuevo territorio.

Cuatro grupos conformado por cinco personas. Un capitán, un rastreador, un médico, un técnico y la persona encargada de llevar el censor. Cada grupo sería colocado en un punto de la frontera y deberían marchar al norte. De hecho, era una misión bastante simple. Por cada kilómetro el censor se activaría y escanearia al cuadrado. Mandaría la información a la base.

Esto le daría una idea a los militares sobre la estructura del lugar así como la ubicación de los críptidos.

Duraría veinte días. Veinte días marchando al norte y otros veinte días en la vuelta. Pero, claro, probablemente nadie volvería.

Veinte días caminando por los escombros de antiguas ciudades, dependiendo de algunas raciones y lo que pudieran encontrar para sobrevivir. Rodeado de bestias. Cinco chicos con un solo mes de entrenamiento.

Era, de hecho, una misión suicida. La vieja Anna tenía razón.

Después de la gran devastación la milicia era el punto en dónde se centraban casi todas las inversiones. Cyborgs con modificaciones propias de la tecnología más avanzada. Pero, como todo, escaseaba.

Nadie estaría dispuesto a mandar a sus propios soldados a morir tan fácilmente. Por ello mismo iría un grupo de civiles dispuestos a dar la vida por la patria. Dispuestos, coaccionados u obligados. Era lo mismo. El mismo resultado.

Seúl giró en la cama y pensó sobre su vida años atrás y la de ahora. Como un técnico del mercado Auster, abriendo su puesto por la mañana y cerrando por la noche. Hablando y fumando con los clientes.

Había estado bastante bien.

Aunque, si hubiera tenido que elegir dar la vida por la patria, hubiera elegido darla por su tribu. No estaba dispuesto a dar la vida por un grupo de ricos despiadados.

Cuando el sol entró por la ventana y calentó su brazo de metal ya estaba despierto. Probablemente no durmió en toda la noche. Se levantó, metió su ropa y algunas cosas en su mochila. Los jeans, el suéter, su abrigo y las botas. Las llaves.

Cerró antes de salir.

El mercado de Auster apenas comenzaba a dar señales de movimiento. Caminó hacía su puesto y frenó frente a la vieja Anna que armaba cigarros con dedos nudosos sobre una lona en el suelo.

- No volveré por un tiempo - informó.

La vieja Anna lo miro con su ojo rojo, titlante. En su cara medio robótica y medio humana se asomaba un poco de tristeza.

- No volverás - le contestó.

Seúl se ahogó con una risita.

- Bueno, parece que no vas a desearme buena suerte. Como sea. Te dejaré la llave de mi puesto, si viene un cliente a buscar algo, solo dáselo. No hace falta que paguen.

-Bien.

Seúl quitó la llave de la abertura de su brazo y se agachó para dejarlo sobre la lona. Luego acomodó su mochila sobre su hombro.

- Entonces, nos vemos.

Se iba a dar la vuelta cuando una bolsa de cigarrillos fue empujada hacía sus manos.

- Son de uva. Creo que te gustan esos, como a todos los niños blandos de hoy en día. Cuídate.

Seúl asomó una sonrisa a su boca. Acepto los cigarrillos sin decir nada y volteó, yendo hacía la base del ejército.

Levanto una mano para saludar aún de espaldas.

- Adiós.

Tierra de LataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora