— Brandon.
Se dio la vuelta cuando escuchó aquella voz. La sonrisa de Sebastien le recibió tal y como estaba acostumbrado. Eran como la noche y el día. El complemento perfecto del otro en una relación de amistad que pocos podrían llegar a entender.
— Descansa, aún es pronto.
Negó antes de quitarse la mascarilla de oxígeno que tenía puesta sobre el rostro. Le mantenían el oxígeno por las noches, pero el resto del tiempo respiraba sin ayuda. Llevaba allí un par de días y había mejorado lo bastante como para permitirse tener la esperanza de irse en algún momento de esa habitación de hospital. Su propio cuarto no distaba demasiado de todos los aparatos que había en aquella sala, sin embargo, era suya, su habitación, era distinto. Un hospital, pese a ser el mejor lugar donde uno podía estar atendido, no le hacía gracia a prácticamente nadie.
— ¿Está todo listo?
El abogado suspiró profundamente sabiendo que sería más que imposible lograr que se durmiese una vez más. Bastante es que le hacía caso cuando no se encontraba del todo bien, cuando no tenía fuerzas para discutir. Era rebelde y buscaba quitarle hierro al asunto a todo lo que le pasaba. Así que, se sentó en el butacón tan incómodo donde había pasado más horas de las que hubiese querido a lo largo de su vida.
— Sí. Enterraron ayer a Rosa. Le he mandado las flores que pediste. Debe ser la mujer con la tumba más adornada de todo el cementerio en este mismo momento. He pedido que limpien la casa y me han asegurado que mandarán a otra enfermera y/o acompañante para que no estés solo mientras trabajo. Han colocado un nuevo aparato en tu habitación y han logrado instalar un botón que te permita a ti solo poder abrir y cerrar tanto puertas como ventanas. En realidad son dos de hecho o un mando, a saber. No quiero que vuelva a pasar lo mismo y menos si tenemos la suerte de que solo es una acompañante extranjera a la que le tenemos que explicar cuanto son dos más dos en nuestro idioma —la mordacidad solía acompañar a Brandon cuando hablaba de personas que para él no tenían realmente valía. Sin embargo, salvo que se pusiese a buscar él mismo a alguien más adecuado, la selección tendría que hacerlo una empresa ajena a sí mismo. Se conocía, en realidad, ambos sabían que si Brandon debía elegir al candidato o candidata para ese puesto quedaría permanentemente vacante, ni tan siquiera la buena de Rosa lo hubiese logrado con el criterio tan estricto de selección que crearía.
— No. Me refería a si está listo el informe de mi alta.
Brandon iba a quejarse, pero su amigo le interrumpió sabiendo cuáles iban a ser los pasos del mayor.
— Quiero irme. Sabes que los hospitales no me gustan y estoy allí tan bien como aquí. Tengo mis cosas, más acceso a todo. En el hospital dependo de todo el mundo y aún no terminé mi cuadro. Detesto dejar mis proyectos a medias si no es por decisión propia —indicó en ese mismo tono en que sabía que su amigo no podía negarle nada.
Usaba sus armas, no le gustaba hacerlo, pero en las relaciones sociales todo el mundo encontraba su manera de ganar. Él lo hacía a través de un atisbo de culpa que despertaba en el otro, además de hacerle ver que no tenía sentido seguir en un lugar que ambos detestaban. Brandon, igualmente, estaba reticente al asunto. Si Sebastien quería irse ya, tendría que ser él mismo quien le cuidase durante el resto del día o bien diese prisa a la agencia para que le mandasen a la primera persona que tuviesen libre lo que para el abogado significaba un fracaso de proyecto antes o después. Las decisiones no había que hacerlas a la ligera y menos aún una como esa.
Se quedaron en silencio, retándose con la mirada. Ninguno iba a ceder con facilidad, pero uno de ellos tenía a su favor la incomodidad de ambos en el edificio. Finalmente, un suspiro de Brandon le indicó al paciente que se había salido con la suya.
Sacó el teléfono dispuesto a realizar distintas llamadas mientras caminaba hacia la puerta. Tenía que organizar todo para que le permitiesen marcharse y para ello debía pagar facturas pese a que algunas de ellas debían ir por el seguro y, por otro lado, asegurar a los médicos que realizaría todas las indicaciones, incluyendo las nuevas, a rajatabla. No sabía quién iba a tener la mala suerte de acabar trabajando para él, pero solo por la inmensa cantidad de actividades que tendría que aprenderse con sus respectivos horarios estaba más que seguro que le odiarían desde el primer minuto. No le suponía ningún problema que así ocurriese, por lo que tampoco era un impedimento para nada.
La mañana fue intensa entre llamadas, el traslado de Sebastien y todos los papeles de alta voluntaria que se tuvieron que firmar. Por suerte, uno estaba tan acostumbrado a todo tipo de documentos que le explicaba sin problema los términos de todo lo que tenía que firmar y el otro, sabiendo que estaba en buenas manos, solo tenía que preocuparse de lograr que la rúbrica quedase lo más legible posible en el folio estándar del hospital.
Una vez instalado en su habitación, Brandon dejó la silla de ruedas cerca de la cama de Sebastien. No podía ir a trabajar, no ese día, por lo que debería estar en su despacho para adelantar aquello que hubiese gestionado en su oficina. La agencia le había asegurado que la nueva acompañante llegaría a lo largo de la mañana y él, como un incentivo había hecho entender que si la persona no era correcta acabaría por romper todo tipo de relación comercial con ellos además de demandarles por servicios negligentes. El abogado siempre iba haciendo amigos por la vida. Por lo que, a las once, cuando sonó el timbre de la puerta y tuvo que ser el mismo letrado quien la abriese, su cara de humor de perros fue la carta de presentación que se encontró su futura asalariada.
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Brandon
RomanceUn hombre que nadie pensaría que tiene corazón, sin embargo, esconde uno de los secretos que haría a cualquiera entender su frialdad. Una tarde tiene que pedir ayuda contratando a una cuidadora y será ahí cuando empiece una revolución en su hogar.