Se hizo tal silencio en aquella habitación que pudieron oírse los pasos de la mujer. La señora Rinaldi les dedicó a ambos una sonrisa de aquellas que solamente mantenía para sus propios intereses y, sin ser realmente invitada a ello, se sentó en una de las sillas que quedaban libres. Como quien está en su propia casa, se apoyó en el respaldo de la misma con toda la comodidad del mundo. Casi parecía que todo lo que había a su alrededor le pertenecía, incluyendo a Naiara y Brandon que aún no comprendían cómo había podido irrumpir alguien en su tranquila comida.
— Señor White, me alegra volver a verle.
— Me gustaría decir lo mismo —apretó la mandíbula tanto que sus dientes se encajaron logrando que aquella respuesta fuese en cierto modo difícil de comprender por la prácticamente inexistente vocalización.
— No creería que iba a dejar a medias nuestra conversación telefónica, ¿verdad?
Las piezas encajaron para el abogado. No le había hecho más preguntas ni le había dejado decir nada más porque quería oírlo y verle en primera plana. Puede que, de alguna manera, supiese que podía pasar, pero imaginaba que con aquella retahíla de sucesos que involucraban a ambos miembros de la pareja con él mismo, dejarían de tener encuentros fortuitos e innecesarios.
— Podía haberse quedado en una simple conversación si me hubiese permitido contarle lo que sabía. Unos segundos más y no hubiésemos tenido que volver a dirigirnos la palabra nunca más —apuntó enarcando una de sus cejas en busca de hacerle entender a la mujer que no había hecho otra cosa que perder el tiempo.
La señora Rinaldi dejó que una sonrisa de suficiencia apareciese en sus labios haciéndole saber a cualquiera que la mirase que no había un solo comentario que fuese a ser capaz de arañar ni lo más mínimo la coraza que había construido contra ataques aún peores con el paso de los años. Sus codos en la mesa, lograron que se inclinase hacia delante, sin tener un aire amenazante estudiado en cada gesto, pero viéndola desde lejos se era consciente que estaba en su elemento. Su seguridad llegaba a ser insultante y a Naiara la había dejado sin palabras tan solo con su presencia.
— Relájese. Sé que le resulto intolerable, puedo leerlo en su expresión, pero no he venido para enturbiar su día más de lo que ya lo hizo el fuego —sus ojos chisporrotearon como si una misma llama hubiese empezado a arder detrás de sus pupilas—. Quería que nuestra última conversación, por el momento, fuese lo más amigablemente posible. Además, detesto la frialdad que da el teléfono. El otro lado de la línea, tan impersonal, que impide que se puedan apretar las manos para cerrar cualquier case de negocio.
Brandon empezaba a sentir cómo la ira se iba acumulando por su torrente sanguíneo. Algo que no estaba acostumbrado a hacer, dejar que sus emociones fuesen mostradas libremente, parecía ser la única solución que encontraba para que su propio cuerpo no empezase a explotar de un modo incontrolable, pero los años de práctica con la frialdad calculada de su profesión tomaron las riendas de la situación logrando que diese una impresión de serenidad muy distante a lo que sentía en su interior.
— Le doy toda la razón en eso último.
Con una sonrisa que casi parecía cómplice, la mujer se fijó en Naiara que observaba a ambos con la misma expresión que un espectador que no sabía en qué película empezaba se había metido y preguntándose si sería demasiado inoportuno salir de la sala si no lograba ubicarse.
— No nos conocemos personalmente, querida. Soy una de sus clientas. Imagino que si es tan discreto como debería ni tan siquiera habrás oído mi nombre, ¿me equivoco?
Naiara se vio en un callejón sin salida. Brandon sí que le había contado algunas cosas sobre los Rinaldi hacía tan solo minutos por lo que no sabía si tendría el valor de negar lo que sabía delante de aquellos ojos que la estaban escrutando igual que si estuviese ante un tribunal. Casi se creía desnuda ante ella, como si cualquier pensamiento que cruzase por su mente pudiese llegar a la ajena en cuestión de un parpadeo. Sabía que leer las mentes no era una habilidad más allá de la ciencia ficción, pero, en ella, no resultaba disparatado al observarla dispuesta a saltar sobre su presa con el mínimo descuido que esta tuviese.
— Lo imaginaba —susurró la mujer de pronto sin permitirle a la pelirrosa contestar y así, regresó su plena atención al abogado—. Debido a que dudo que vaya a pronunciar palabra alguna sobre mí misma o mi marido, no tomaré medidas legales. Sabe que no me gusta que los planes no salgan como los tengo planeados, pero no diré que no había visto venir la posibilidad de que alguien más supiese de mi existencia por sus labios.
— Yo...
— Tan solo dígame lo que quiero saber, White. Sea rápido.
La manera de decir aquella última frase logró que el abogado se pusiese a la defensiva en un tiempo récord. Sabía que esa mujer no daba puntada sin hilo por lo que probablemente algo, lo que fuese, se estaba escapando de sus manos sin tan siquiera darse cuenta.
— ¿Qué quiere decir?
Adorando que su propia advertencia no hubiese caído en saco roto, la mujer dejó escapar una sonrisa genuina que se tiñó tan pronto de malicia como completa apareció en sus labios.
— ¿Le está gustando la comida? Me permití escoger uno de los menús favoritos de mi esposo. Dice que no hay nada en la vida como disfrutar del estómago lleno como un placer de los dioses. Yo, por mi parte, discrepo. Creo que hay muchas otras cosas, pero adoro hacerle feliz con tan poco. Supongo que no debe estar muy errado cuando en la misma Grecia y Roma comían en abundancia dejándose llevar por la gula propia de aquellos que no temen a los pecados por creerse iguales a quienes han de temer...
— ¿Qué ha hecho?
La interrupción del monólogo no le resultó molesta, al contrario, su sonrisa se ensanchó dando claro dato de su más que nula humanidad.
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Brandon
RomanceUn hombre que nadie pensaría que tiene corazón, sin embargo, esconde uno de los secretos que haría a cualquiera entender su frialdad. Una tarde tiene que pedir ayuda contratando a una cuidadora y será ahí cuando empiece una revolución en su hogar.