El recibimiento en su hogar no fue nada más que un recordatorio de las pocas cosas que podía hacer sin tener un mínimo de privacidad. No le molestaba que quisiesen saber más de ella, pero había ocasiones en las que una llegaba cansada que lo que menos deseaba era ponerse a hablar o estar en modo fiesta permanente. Por eso, Naiara no podía evitar preguntarse dónde estaría su cama para abrazarse a la almohada con todas sus ganas.
— ¡Adivina lo que me acaba de pasar!
Acaba de poner un pie en el último peldaño que llegaba a la puerta de su casa y ella había aparecido igual que un truco malo de magia, pero dándole un considerable susto que esperaba que no le repercutiese a la hora de seguir conteniendo su corazón en su lugar correspondiente.
— Mmmm, te ha vuelto a llamar José —respondió aunque sabía que no tenía nada que ver con eso.
— Puff, ¡ojalá! No, no es eso. ¡He aprobado el examen de tintes gracias a tu preciosa cabellera! —levantó los brazos igual que si estuviese celebrando la victoria más absoluta de un equipo o de sí misma contra el horrible escuadrón de profesores examinadores que querían acabar con ella en cada uno de sus encuentros.
— ¡Enhorabuena!
Metió la llave en la cerradura de su casa y pudo entrar tras el consabido giro de muñeca. Ni corta ni perezosa la puertorriqueña entró también porque estaba acostumbrada a ello. Era casi como su segunda residencia y no tenía vergüenza alguna. ¿Cómo iba a tenerla vestida como iba? Una falda con flecos de un color verde tan intenso que casi parecía brillar por sí solo mezclado con una camiseta de tirantes con más lentejuelas que las que Naiara había podido ver juntas alguna vez que no fuese en su cuerpo. Lo que le sorprendía siempre era la inexistente necesidad de llevar algo para protegerse del frío. Ella era así. Una tea ardiendo. Desprendía casi más calor que los radiadores de aquel edificio.
— ¿Qué tal te ha ido a ti en el trabajo?
Molly se sentó en el sofá haciéndolo suyo pues levantó las piernas hasta quedarse con ellas estiradas sobre la otra mitad del sofá. Naiara no se había percatado de los zapatos, pero con tanto brillo y de un rojo imposible casi parecían los de Dorothy recorriendo el país de Oz.
— A ver... he llegado tarde y me ha recibido mi jefe con una cara de perro cabreado que daba miedo. Por suerte, si me quedo con el trabajo, no será con él con quien tenga que lidiar. En cambio, el chico al que tengo que cuidar es todo un encanto. Pobrecito. Está ahora mismo en la cama moviéndose más bien poco y agarrado a una bombona de oxígeno, pero espero que pronto pueda estar mejor.
— Si está mejor no tendrías que cuidarle, ¿no? Porque haría todas sus cosas...
— Está en silla de ruedas y tiene que tener una enfermedad, la que sea, que no he querido preguntar, que no le permite salir demasiado de la casa. Se toma los medicamentos casi como gominolas, es... descorazonador ver que una persona tan joven tiene que pasar por algo así. Será como mucho un poco mayor que yo, y si he entendido bien, lleva mucho tiempo así —hizo una mueca demostrando que sentía cierta empatía por Sebastien.
Era mucho más sencillo poder colocarse en el lugar del enfermo o, al menos, intentarlo, por eso su máxima animadversión hacia el abogado que la había mirado como si fuese tonta y, aunque ella no lo supiese, él le había colocado ese calificativo como una de las etiquetas que no podría quitarse en la vida.
— Entonces, ¿te has quedado con el trabajo?
Se encogió de hombros una vez que se fue hacia su habitación para cambiarse de ropa tan rápido como le obligaba siempre su ser algo friolero. Era como las modelos, en segundos estaba más que arreglada. Salió con un pantalón de chándal, una camiseta de manga corta y una sudadera gris con el nombre de la marca deportiva en rosa claro cosida cada una de las letras en la tela quedándose como relieve.
— No lo sé. Según la viva imagen del enfado, estoy de prueba. Si no rindo como él quiere que rinda me echará con tanta facilidad como uno chasquea los dedos. Ojalá, al menos, le haya caído bien a Sebastien, porque parece tener cierto poder sobre ese malhumorado. De todos modos estoy en duda y ya sabes lo que eso significa —comentó encogiéndose de hombros antes de coger en sus brazos las piernas de Molly, levantarlas del sofá, sentarse ella donde estaban y dejar que las extremidades de la joven descansasen sobre sus propias piernas.
— Nada de caprichos, nada de excesos, nada de vida... Lo sé muy bien —resopló antes de echar su cabeza hacia atrás.
Ambas estaban en una situación económica bastante parecida. Se dejaban la mayor parte del sueldo que tenían de manera intermitente, en el alquiler de su hogar. Había meses, cuando no tenían suficiente, que debían hacer lo posible por no juntarse jamás con el casero. Era comprensivo hasta cierto punto, porque sus ingresos también dependían de los pagos del alquiler. El único problema es que si no había... ¿cómo iba una a pagar nada?
En el piso más bien pequeño, no había televisión, solo una radio vieja donde podía permitirse escuchar la música que poco a poco iba cambiando con el paso de las semanas, eso sí, se aprendía las canciones del momento hasta las que no soportaba porque no le gustaban ni un poquito. Pero no había otra cosa. Sus únicas formas de recrearse y disfrutar eran tan económicas como salir a pasear y leer y releer novelas que se había llevado de su hogar, de esos tiempos mejores y que siempre la llenaban de cierta paz aunque se supiese los pasajes enteros. Cualquiera hubiese cambiado esos libros, pero para ella eran como un tesoro. Para conseguir nuevo material ya estaba la biblioteca, que pese a no ser los últimos éxitos del mercado editorial eran un cambio a su lectura cotidiana.
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Brandon
RomanceUn hombre que nadie pensaría que tiene corazón, sin embargo, esconde uno de los secretos que haría a cualquiera entender su frialdad. Una tarde tiene que pedir ayuda contratando a una cuidadora y será ahí cuando empiece una revolución en su hogar.