Capítulo 46

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Llegó la noche. Naiara había apoyado su cabeza en el sillón en el que estaba sentada. Brandon había pasado más tiempo de pie que otra cosa desde el momento en que había notado como a duras penas si podía controlar su cuerpo. Junto a la puerta se había apoyado en la pared dejando que la mujer siguiese deleitándoles a ambos con las historias que se habían creado hacía años. Sebastien intentaba mantener los ojos abiertos, pero estaba agotado.

— ¿No tienes sueño?

— ¿Es eso lo que pregunta?

Naiara rió negando enérgicamente con la cabeza logrando que todos esos cabellos rebeldes que no querían permanecer en la coleta que se ponía siempre, se moviesen con facilidad para escaparse lo antes posible de la cárcel que era aquella goma.

— No. Eso lo digo yo. Parece que se te están cerrando los ojos y si te soy sincera, a mí también.

— Entonces, sí, te diré que tengo mucho sueño, aunque podría quedarme despierto toda la noche escuchándote.

— Creo que mi garganta se resentiría mucho antes.

Brandon se llevó el vaso que se había servido con whisky media hora antes a los labios para darle el último trago. Se sentía completamente fuera de la escena y pese a que debía ser así, detestaba que fuese de esa manera.

— Buenas noches, Sebastien —se inclinó sobre el hombre dejando un beso en la frente de este.

— Buenas noches...

El pelirrojo se quitó de la puerta para dejar que la fémina saliese de allí como no había hecho la noche anterior. Sin embargo, estar tan cerca, que pasase a su lado, fue igual que despertarle los peores instintos. ¿Por qué si la catalogaba como prohibida era aún más apetecible? Su aroma, esa maldita fragancia, esa necesidad de tenerla entre sus brazos era algo aún más doloroso de lo que hubiese podido imaginarse, porque aunque sus instintos gritaban por dar tantos pasos como ella le permitiese, solo quería abrazarla para sentirse completo.

Maldito Rinaldi, maldito Sebastien, maldito Tolstoi, maldita lectura del infierno que había logrado despertar en él la fiebre de un amor prohibido. ¿No podían haber optado por leer El perfume? Quizá leyendo esa novela se hubiesen incrementado los deseos de asesinarla, por lo que no era una buena opción.

— ¿Lo has sentido, Brandon? —preguntó cuando solo quedaron los dos en la sala.

— No. Supongo que el amor te permite ver cosas que a mí no —mintió antes de con un gesto de cabeza, desearle buenas noches.

No cerró la puerta. Quería escucharle si necesitaba algo, lo que fuese. De hecho, no sabía si iba a poder pegar ojo en aquella ocasión. ¿Quién podía dormir cuando alguien estaba enfermo hasta ese grado? Se imaginaba a los padres con niños pequeños, a los niños ya adultos con sus padres a las puertas de la muerte. La angustia que había pasado tantas veces, en ese momento solo se incrementaba pues temía que fuese a peor.

Se sentó en su despacho, una de las salas más cercanas a la habitación de Sebastien. Dejó la puerta entreabierta. Puso el vaso vacío sobre el escritorio y se quedó mirando por la ventana maldiciendo todo lo que conocía incluyéndose.

Una hora después golpearon la puerta con los nudillos. Se sobresaltó porque creía a todos dormidos hasta que la melena despeinada de Naiara apareció en el marco de la puerta.

— ¿No puede dormir?

Él se incorporó un poco en su asiento al ver que los ojos de ella estaban tan rojos como cuando los había visto unas noches atrás.

— Veo que no soy el único.

Ella negó intentando sonreír pese a que le era imposible.

— ¿Le importa si le acompaño?

Él hubiese preferido que no, pero viéndola de ese modo no podía ser tan cruel por mucho que lo desease. Con un gesto de su mano le indicó que se sentase y se levantó para coger otro vaso para servirle a ella whisky, aunque decidió preguntarle antes.

— ¿Quiere?

— Sí, por favor... —su voz salió ahogada, como si las palabras se le quedasen atravesadas de tal modo que le costase pronunciar cada una sin dolor.

Sirvió dos dedos del líquido en el vaso para ella y se lo entregó. Sus dedos se rozaron en ese momento, pero ella ni tan siquiera se había percatado en eso. Solo parecía haber sido Brandon quien había notado esa sensación fugaz recorrerle toda la espina dorsal.

— ¿Puedo preguntarle algo?

— Puede. Otra cosa es que le responda.

Ella asintió, se mojó los labios con la bebida y se armó de valor para preguntar aquello que siempre había querido saber porque no llegaba a comprenderlo o porque creía que él tenía todas las respuestas de todos aquellos que habían sentido lo mismo.

— ¿Por qué me odia?

Brandon suspiró con pesar sabiendo a qué se refería y porqué estaba diciendo todo aquello. ¿Qué le respondía? ¿Le decía que ni él mismo sabía lo que estaba sintiendo?

— No la odio... Me enerva de una forma que aún no entiendo cómo puede ser capaz, pero no es odio.

Envolvió con sus dedos el vaso hasta que unas nuevas lágrimas recorrieron sus mejillas. No sabía reaccionar ante ese tipo de cosas y le resultaba muy incómodo ver a alguien llorar. Sebastien sí era un hombro en el que poder descargar frustraciones, pero debido a la situación en la que estaba no era lo mejor que fuese a molestarle y menos aún cuando parecía que podía dejar fluir sus emociones estando frente a él. En cierta forma se sentía especial porque le incluía en eso, sin embargo, le aterraba hacerle más mal que bien.

— Sé que lo que menos desea es que le pregunte qué le está pasando, porque no la comprenderé, me odiará más de lo que me odia y terminaremos discutiendo despertando a medio planeta. Pero dígame, ¿qué hago para que no llore?

La desolación en los ojos de la joven era real. Seguramente se tomaría mucha más confianza de la merecida, pero lo quería, lo ansiaba, estar protegida en ese pequeño mundo que había creado para ella en un abrazo noches atrás y que solo las palabras graves e hirientes de ese hombre podía llegar a destruir. Así que, se subió al regazo del mayor, escondió su rostro en su cuello y agarrada a su camisa sollozó en silencio.

— Perdóneme...

— ¿Por qué?

— Por casi haber matado a Sebastien hoy.

Estaba tan temblorosa como una niña pequeña. ¿Dónde estaba la mujer rebelde? ¿Dónde estaba aquella que parecía no sentir ni padecer plantándole cara como si tal cosa? Se recordó que no dejaba de ser una persona y que podía ser tan cruel como para llegar a resquebrajar espíritus indomables.

— Solo fue un accidente —susurró el mayor sintiéndose estúpido, pero logrando quitar un peso enorme de encima de los hombros de ella. 

BrandonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora