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CAPÍTULO 1:

Un borracho sin auto.

Es un día normal— dije y casi de inmediato pensé: O lo más normal que se puede en un lugar como en el que vivo.

Vivo en un barrio peligroso, uno de los muchos en donde todos te vigilan, todos saben quién eres, donde trabajas, a qué te dedicas y si es necesario hasta te investigan.

Observé las ventas apenas abiertas lo suficiente para que entre la luz del sol y el aire para que la pequeña sala se ventile, pues a pesar de que es un día muy hermoso, cosas malas ocurren y no podía darme el lujo de abrirlas del todo.

Y de ahí es la razón por la que todas las noches tengo que asegurar bien las ventanas y cerrar con doble traba la puerta de la entrada.
Además de tener que dormir con un arma bajo la almohada que, aunque el arma parece real, no lo es.

Es de juguete y solo dispara balines. Como mucho le dejará una marquita rosa y dolorosa al intruso y que con el paso de los días se transformará en un hematoma, pero si recibió uno de estos balines es porque se lo ha merecido y no me sorprendería que eso sucediera en cualquier momento.

La mañana, la tarde y la noche es igual para los ladrones.

Como todos los días, hice mi rutina, desayuné mi tan preciado capuchino, realicé mis estiramientos matutinos para estar en forma, me di una ducha y cuando llegó la hora de ir a trabajar, tomé mi bolso y salí caminando de mi pequeña casa.

Observé a mi alrededor, el barrio se veía tranquilo, apenas había unos pocos niños jugando en las aceras de sus casas, pero como en todos y cada uno de los días, hay peligrosos pandilleros en la esquina.

Siempre me pregunté si tenían familias de las que cuidar, personas que los amaran o que se preocuparan por ellos, pero hasta ahora no tuve respuesta. Nunca he hablado con ninguno de ellos, no sé como suenan sus voces y si alguna vez lo hice, no podría reconocerlas.

Pasé muy cerca de ellos, como todos los días sus miradas estaban en mí, pero ninguno se acercaba, supongo que entendían que soy una persona más del montón y que me esfuerzo para salir adelante, no obstante, uno de ellos tiró de mi mano, sorprendiéndome, haciendo que un chillido saliera de mi boca.

—Mueve tu trasero y súbete al auto o te vuelo los sesos— me dijo el mismo chico que tenía mi mano atrapada entre las suyas.

Alcé bastante la cabeza y lo vi, no es alto, es un gigante. Su pelo está peinado hacia a un lado de su frente dejándome ver dos piercing, uno en su ceja y otro muy cerca del ojo pero que a pesar de que tenía agujeros en la cara a causa de esos piercing, lo hacían ver guapo y no tan intimidante como se veían los demás. Sobre su otra ceja había un tatuaje con cuatro letras, era muy pequeño, pero se notaba lo suficiente para que gritaras "¡Peligro!" Al verlo y de alguna forma lo hacía ver sexy.

Como a cualquier otro pandillero, lo ignoré y traté de liberarme.

—¿No escuchas?— gruñó y salí de mi trance, observé hacia todos lados y reí al no encontrar el dichoso auto.

Es antes del mediodía, pero seguramente ya tiene bastantes botellas encima, anda a saber dónde dejó su auto, si es que tiene uno.

—No veo tu auto, idiota, así que sigue drogándote en la esquina y déjame hacer mi vida que yo no molesto a nadie— me solté de sus dedos que apretaban mi brazo y continué caminando mientras me acomodaba la ropa que por el forcejeo se había arrugado un poco.

Llegué a la oficina y como es costumbre fui invisible ante todos y nadie notó que llegué tarde.

En este trabajo me sentía sola, encerrada. Era más joven que todos aquí y los colores grisáceos no ayudaban con la fachada. Incluso daba la ilusión de que este lugar se llevaba la personalidad de aquellos que trabajaban día a día conmigo.

Secuestrada Por Adonis {Libro 1}[Saga: Amores Peligrosos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora