12. Imágenes

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AITANA

Los rayos de luz colándose por los poco agujeros de la persiana de mi habitación de mi infancia, la voz de mi madre hablando por teléfono con alguien, el piano que tengo a mi derecha ansioso a que sea acariciado y soltar melodías, las fotos desde mi infancia hasta mis dieciocho años decorando mi habitación, el olor a café y a tomate proveniente de abajo, el sonido de la cisterna dando los buenos días a mi padre, y los besos de Bella en la piel desnuda de mis tobillos, me dan los buenos días.

Hacía mucho tiempo que no tenía un despertar así, en mi casa, con mis padres.

Palpo la mesita de noche en busca de las gafas para poder enfocar el entorno y que el dolor de cabeza no llame a la puerta un día como hoy. Sacó a mi perrita de los pies de la cama que me saluda dándome lametazos por toda la cara hasta que la dejo sobre la cama panza arriba para hacerla cosquillas en su tripa rosada.

Echo un vistazo a las redes sociales y a los WhatsApp que deje pendientes y prometí contestarlos a la mañana siguiente mientras veía una película con mis padres y mis primos en mi casa.

Estaba nerviosa por el día de hoy, era el primer fin de semana que lo pasaba en mi pueblo de Barcelona desde que llegue, hoy vería a todos los miembros de mi familia y todos me dirían lo mismo "que guapa estás ", "como has crecido", "el flequillo sigue igual que la última vez", "sigue estudiando", o "¿qué tal con el chico de Madrid?"

Porque sí, los únicos que sabían que ya no estaba con él y que ya no vivía en la capital, sino aquí en Barcelona, eran mis padres. Y a decir verdad no quería que se enterasen porque me sentiría una persona horrible por ocultar cosas a mi familia cuando ellos siempre sabían todo de mi. Bastante tenía con la culpa que llevaba arrastrando desde que llegué aquí y dejar toda mi vida en Madrid como para echar más piedras a mi mochila de la culpabilidad.

Salí de mi habitación con Bella pisandome los pies y baje las escaleras de mi casa para reencontrarme con mis padres que estaban terminando de preparar el desayuno.

- Bon dia - digo usando el catalán que era algo inusual en mí.

Mis padres me miran y el primero en acercarse a darme los buenos días es mi padre que me envuelve entre sus brazos y besando mi cara. Siempre he tenido mucha complicidad con él y ha sido mi mayor ejemplo a seguir junto con mi madre.

- Buenos días, hija - me saluda mi madre dejando una pequeña caricia en mi cara y soplándome el flequillo aposta.

- ¡Mamá! - Protesto.

Me saca la lengua a modo de burla y se sienta en la mesa.

Huele que alimenta, tres vasos de café, tres tostadas con tomate y un bol de cereales que me llama pidiéndome que me eche un puñado, bueno varios, en mi taza de café.

- ¿Qué tal has dormido? - Me pregunta mi padre.

- Muy bien - digo llevándome una cucharada de cereales. - Oye, me gustaría llevarme el piano al piso con Marta, ¿podría?

Mis padres se quedan en silencio, sorprendidos ante mi petición. Ellos pensaban que la música era algo que había dejado de lado y que solo en ocasiones recurría a ella, pero lo que no sabían es que antes de venirme aquí casi todas las noches de viernes y sábado mis amigos y yo íbamos a un karaoke y yo salía a cantar casi siempre. Y aunque nunca lo admito, echaba de menos mis momentos de intimidad tocando el piano y dejando a mi mente volar. Echaba de menos esos momentos en los que desconectaba del mundanal ruido para conectar conmigo misma.

- Ehhh... Sí - dice mi padre todavía sorprendido y meditando su respuesta.

- Pensaba que ya no hacías mucho caso a la música - dice mi madre.

Posdata: Te Quiero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora