15. Confesiones

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AITANA

Mi cuerpo se encoge bajo el edredón y las dos mantas que anoche puse por encima para no pasar frío, pero aun así las células de mi cuerpo buscan abrazarse para entrar en calor o para protegerme de lo que mi cuerpo teme al notar un brazo, ya familiar, rodearme mi cintura, y una pierna buscando las mías para apresarlas y no dejarme salir de la cama al notar que me removía en la cama buscando calor o, quizás, inconscientemente, huir.

Bajo su cinturón con su brazo y pierna, dejo de lado mis intentos de salir de la cama, de huir de donde estaba e irme a mi piso con Marta, para así, poder dormir más de tres horas seguidas sin abrir los ojos por temor a algo, que mi subconsciente me alertaba y que yo le hacía caso omiso y no me quería dar cuenta de ello.

Me acercó un poco más a él y noto nuestros cuerpos desnudos, fríos, chocar bajo las sábanas y me sobresaltó ante tal.

Al notar nuestros cuerpos sin ropa, recuerdo la noche anterior con total detalle y precisión.

- No me podré ir muy tarde - le advertí cuando ya estábamos en su casa.

- Tranquila, si necesitas irte y yo estoy dormido puedes irte - asegura. - Además te he echado de menos estos días que has estado con tus padres y tu familia, y quiero pasar tiempo contigo.

Asiento algo más convencida y me dirijo a su habitación, donde hay algún que otro pijama o ropa suya que me pueda valer como uno.

No me podía sentir más extraña, desde que había vuelto de mi pueblo, tenía una mala vibración y necesitaba alejarme de él un tiempo más para concienciarme de que era Lucas, el chico y amigo de Madrid con el que pasaba horas y horas riendo en clase y que durante tantas veces me ha demostrado que está para mí.

No puedo evitar no mirarme en el espejo cuando ya no me queda ropa en el cuerpo, solo la ropa interior. Mis costillas se notaban más de lo habitual, porque aunque tengo una constitución delgada nunca se habían marcado tanto. Mis manos las tocan, empujándolas hacia dentro para hacerlas desaparecer, no me gustaba ver dos picos sobresaliendo de mi cuerpo como si quisieran atravesar y rasgar mi piel por hacerme esto. Por reducir mi alimentación para que a Lucas le guste lo suficiente.

Me frustro y noto como mis ojos se inundan de lagrimas por no ser capaz de pararlo, por estar ciega y darme cuenta que no me hacía bien. Quería no ver mis costillas intentar atravesarme.

Mis caderas también han menguado y muchos de mis pantalones me quedan demasiado grandes y necesito ponerme cinturones más grandes.

Me había creado unos complejos que nunca habían aflorado a mí y la necesidad constante de compararme con chicas con el abdomen plano, que en realidad, yo siempre he sido una de ellas gracias a mi constitución. Me había repetido en alguna ocasión que yo nunca llegaría a ser  una ellas con línea de los abdominales marcada y un pecho un poco más generoso. Había comenzado a utilizar ropa un poco más ancha para esconder mi cuerpo y mis huesos salientes. Empezaba a querer taparme la frente con el flequillo para que no se me viese. Había aceptado que nunca sería una de ellas, no tendría un cuerpo, ni un pelo como los suyos.

Pasaba hambre, pero sabía que si no sufría nunca llegaría a gustarle lo suficiente como novia.

Y quizás hay estaba el problema, me había dejado llevar y guiar, con la venda en mis ojos demasiado tiempo y ahora me encontraba en un estado que nunca hubiera imaginado y, que en alguna ocasión he recibido insultos relacionados con este trastorno por ser tan delgada. Pero ahora era verdad, ahora lo sufría de verdad.

Posdata: Te Quiero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora