Perdida en el paraíso

107 9 0
                                    

Perdida en el paraíso

Ha vuelto a suceder. Estoy gritando de nuevo y las lágrimas corren a borbotones por mi rostro, sollozo llevando la mano hasta mi pecho. Siento mi alma partirse en dos cada vez que ese sueño regresa para fustigar mis noches. Me acurruco entre las sábanas al recordarlo y continúo llorando sintiendo como las lágrimas hacen arder mis mejillas, como brasas ardientes. Cuando parece que no resistiré el dolor que me desgarra, algo me impulsa, sacándome del fondo y obligándome a respirar.

He muerto cada vez que me sucede. Estoy muerta desde que todo pasó.

Miro el reloj despertador sobre la mesa de noche, son las 4:00 am; ya no podré volver a dormir. Me aferro, me aferro a ese halito de aire que me sostiene respirando, cuando la crueldad de mi propia realidad me pierde. El dolor me apresa y me sostiene en la punta, en el filo de la vida y la muerte. No sé por cuanto tiempo resistiré o si me dejaré arrastrar alguna vez por el dolor. Cuando sientes que has perdido todo, que no tienes nada a qué aferrarte, cuando solo te quedas a ti mismo, sientes que nadie será capaz de rescatarte y puedes estar perdida en el paraíso o encontrándote en el infierno.

Me levanto cuando comprendo que no puedo continuar regodeándome en el dolor que me atenaza. Tomo una toalla del closet y decido comenzar mi día con un buen baño, abro el grifo del agua caliente en la ducha y me sumerjo en ella cuando el vapor comienza a opacar la mampara, cierro los ojos y exhalo, necesito que este baño repare mi alma cual bálsamo que cura. Vierto una cantidad generosa de shampoo sobre la palma de mi mano para aplicarlo sobre mi extensa y rebelde cabellera. Intento concentrarme en cada paso para no seguir pensando en ese sueño infame y evitar que las lágrimas fluyan como el dique roto de una represa.

Hoy no presto atención a la ropa, a lo que vestiré. Esta mañana, mi alma está cansada de batallar contra el dolor, este día me siento balanceándome al borde de mi propio abismo. Al fin, me decanto por una falda negra entallada hasta las rodillas, una camisa aguamarina de seda y el sobretodo que coloco sobre mi cama, elijo unos stilettos negros, son de marca, aunque no soy buena en ellas, no tanto como mi hermana Antoniette. Ella es diseñadora de modas, así que se encarga cada vez que viene de visitas en preparar mis outfits más Chic y distinguibles para cualquier ocasión. Seco mi cabello de modo natural, aplico una espuma para controlar mis rizos, seco un poco con el secador y recojo en una trenza de medio lado dejando caer al natural unos bucles, seco mi flequillo antes de vestirme y maquillarme.

Observo el almanaque como si necesitara confirmar la fecha, dudo que algún día pueda olvidarla por completo o que deje de doler como si fuera ayer. Siento que desde hace cuatro años mi vida se halla en stand by, si bien he avanzado en el ámbito profesional, no lo es así en el sentimental. Esa parte de mi vida está cancelada por completo.

Ser feliz es muy difícil cuando no se tiene una razón.

—Sí, eres un completo desastre sentimental —murmuro mirándome en el espejo, mientras observo mis ojos marrón caoba, rojos aún por haber llorado.

Busco mis bragas Victorias Secrets, regalo de mi hermana menor, una vez más. Siempre he pensado que no es necesario excederse en gastos y se lo reprimo cada vez que puedo. Sin embargo, ella hace oídos sordos a mis sugerencias y me agota con sus pensamientos —de que una mujer siempre debe estar preparada para cualquier ocasión y que a los hombres les encantan las mujeres con buen gusto y todo lo demás—, aun cuando le he dicho que los hombres no ven primero las bragas de la mujer, ansían meterse debajo de ellas; de que, en verdad, son orangutanes a los que les vale un pepinillo las marcas.

Sonrío. Siempre que recuerdo a Antoniette no puedo evitar sonreír y sentirme bien, tengo una hermana loca pero única y es la que logra hacerme escapar de la tristeza.

Con miedo a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora