Oscuridad. He sido eso por tanto tiempo, he caminado a ciegas, sin suelo en que afianzarme, sintiendo que no pertenezco a algún lugar. Soy nada y ya no sé cómo volver a ser, ese vínculo, ese cordón invisible que nos ata a la vida y a las emociones se había cortado de mí, dejándome ser con el aire frío y denso.
Dios, tengo tanta carga sobre y dentro de mí, que acaba por derrumbarme, ya no puedo seguir aguantando las ganas de llorar, ¿qué había hecho con mi vida en estos últimos años? Aislé a todo el que pude, no volví al pueblo en el que había crecido, porque de ese modo no recordaba el dolor. No tengo una vida social activa que no sea una salida cada mes con mis ex compañeras de universidad. Me sumergí en el trabajo, reemplazando mi coraza por una más dura, logré ser inmejorable en mi profesión, demandante y exigente. He superado cada percance, aunque parecía infranqueable, cualquiera que ha querido establecer una relación sentimental conmigo ha terminado con un portazo en las narices.
Me escudé en el dolor por tanto tiempo, que se me hizo costumbre esconder lo que siento. Me alejé de mis padres, para que no vieran los residuos que había dejado la pérdida en su hija, odié el que me dijeran Annie o Ann, más que cuando era una mocosa, porque lo asociaba con el Anita la huerfanita, era como si lo dijeran con lástima o compasión, me molestaba todavía más una vez que me enfrenté a la pena y la devastación del dolor, cuando tuve que perder mis sueños, deseos y esperanzas de ser feliz junto al ser más maravilloso que pude tener en mi vida.
Yo no estaba lista para despedirme de él, para dejarlo ir, lo quería en mi mundo, en mi vida y de manera inopinada estaba allí, frente a una lápida fría en ese lúgubre cementerio diciéndole adiós a una parte de mí de la que no me podía despedir aún. Entonces me obligué a respirar bajo el agua, a lidiar con mis emociones y mi dolor de otra manera, ocultándome. Debía dejar de sentir pena por mí misma, de llorar por lo que la vida o el destino me quitaba, odié tanto estar viva enfrentando todo que me aferré a ese odio imperecedero, asiéndome a él con tanta fuerza para tomar el impulso que necesitaba y salir del ardor, hui de lo que pretendía arrastrarme consigo a la luz, esa que no existía en mi vida.
Dejé de llorar, aparté los sentimentalismos de lado y me convertí en lo que no debía porque solo así, controlaba las emociones e impedía que alguien pudiera lastimarme. Siempre controlada, siempre altiva. Nadie podía ver lo que en realidad era, nada podía tocarme.
Ahora que empiezo a sentirme libre y me acerco a la luz, siento que voy en picada. Me siento perdida, mientras lucho sin querer, por encontrarme. No es culpa de Christopher, ni de Alexander, ni de algún humano, ni siquiera es culpa mía sentirme como me siento cuando estoy con Christopher.
Es miedo. Ese que se mantiene tras los muros que construyes para que nada te hiera. Porque el tiempo no aminora el dolor que no se vive mientras te saltas el duelo por la pérdida, el tiempo no se detiene, ni te protege, no te espera mientras te reconstruyes, él avanza y no puedes correr para alcanzarlo. Que el tiempo pase no aminora el miedo, ni arranca el dolor. Lo entumece más no lo quita, porque las heridas no desaparecen y dejan su cicatriz como recordatorio de que dolió y que haya cicatrizado no impide que sientas dolor o que recuerdes qué la causó. Somos heridas con cicatrices, somos luz y oscuridad, miedo y valentía, somos todo y somos nada. Decidimos si avanzamos o claudicamos. Yo avancé, a mi modo, pero lo hice.
Con el tiempo aprendemos que el dolor y el miedo es parte de estar vivo, eso significa estar vivo. Miedo y dolor.
Ahí están de nuevo esas palabras, abriendo un hueco en mi pecho y alojándose en mi cerebro. Pero, odio a Christopher porque no me dice nada. Temo y anhelo como un famélico sus roces, su voz, su calor traspasar mi cuerpo cuando toma mis manos.
¿Qué cree que hace, si se niega a dejarme sola, y me mira como deseando algo más? ¿Cómo espera que me sienta cuando él me quema como una supernova? ¿Cómo debo sentirme si se desvive en hacerme sentir única en su presencia? Le da calor a mi mundo frío y amenaza con derretir el hielo que cubre mi corazón protegiéndolo del fuego que quema y devora.
Y me estoy confundiendo. Y me estoy deshaciendo. Me estoy elevando y sé que por ley todo lo que sube ha de bajar, como ahora que me estoy cayendo y no hay nadie que me detenga en el camino a estamparme contra el piso. El problema no es problema hasta que aparece él en la ecuación.
Mi problema es él. El problema soy yo y el resultado es la incertidumbre aunado a aquel cuestionamiento que surge cuando sus ojos se adentran hasta el fondo de mi alma, me estremecen y me hacen sentir ingrávida.
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Con miedo a amar
Romance¿Hay acaso una ley para el amor? ¿Se puede establecer leyes para los sentimientos? ¿Serán capaces de coartar lo que sienten? y... ¿Alguna vez dejarán ir el pasado, sin importar cuán doloroso o feliz este haya sido? Riesgos, Riesgos... la vida está...