Muchas veces ignoramos la voz de nuestros corazones, el miedo a perder nos mantiene no solo pasivos, sino renuentes a aceptar la verdad de nuestros propios sentimientos. Estamos perdiendo el tiempo y el esfuerzo al hacerlo con tal fervor. No obstante, nos empecinamos en hacernos sordos y buscamos mantenernos lejos del caos y el dolor que puede causar un desamor, un corazón roto o la desilusión. Siempre pensamos que nadie puede cuidar nuestro corazón y muchas veces ni nosotros podemos evitar lastimarlo.
Siento mi cuerpo irse con sutileza hacia atrás y de inmediato reacciona a ese delicioso hormigueo que suele despertarlo con su tacto.
—¿Qué crees que haces? —Su mirada es severa.
—No. ¿Qué crees tu que estás haciendo al agarrarme de ese modo? —Le reprocho.
—Estás huyendo de mi Annabelle y quiero saber... ¿Por qué? Habías quedado de esperar por Erick para ir a casa —dice en un tono afable, como si fuera el vaho de la cobra antes de atacar a su presa. Niego con la cabeza.
—Puedo cambiar de opinión si me de la gana —en este momento estoy ofuscada por sentirme acorralada.
—Puedes. Pero no llamaste para cancelar —dice con su voz sosegada, pero su mirada intimidante.
Touché.
—Me disculpo por ello. ¿Está bien? —asumo mi culpa.
—No —su voz es distante.
—No me importa —digo con indiferencia.
—Dios, dame paciencia. ¡Mujer! —masculla.
—Sólo quiero caminar Christopher. Necesito caminar libre sin pensar en nada, se me antojó, es solo un impulso. No tengo porqué rendirle cuenta a otra persona sobre lo que quiero hacer.
—Tuviste un accidente hace menos de quince días, mujer deja de ser tan testaruda. —Sé que está abogando a mi razón, pero lo cierto es que siento que estoy en mi derecho y no pienso hacerlo a un lado por él.
—Tú lo has dicho un accidente hace casi quince días, estoy bien ahora —insisto.
—Tienes demasiada tendencia a accidentarte. Dado el caso deberías de medir tus impulsos —hace una pausa y cierra los ojos. Es tan hermoso como una estatua de mármol del renacimiento. Solo que su belleza se encuentra extraviada en el siglo XXI. Con traje azul grisáceo y corbata violeta. Me mira por unos segundos y sus ojos están más oscuros y metalizados—. Erick, la señorita Parisi y yo vamos a caminar y nos vamos en subterráneo hasta donde quiera y en cuanto tenga un sitio en mente te lo haré saber, para que nos alcances. Espera mis indicaciones —da órdenes y llega a mí en un limpio movimiento. Toma mi maletín y se lo entrega a Erick, sin soltar mi mano y emprendemos la caminata en silencio.
Genial, ¿cómo es que quiero alejarme de él para dejarme de sentir en una montaña rusa de emociones y acabo con él de la mano caminando hacia el subterráneo? ¡Bendito, hombre! Me vuelve loca.
Nos detenemos en un cruce a esperar por la señal de paso peatonal. Lleva mi mano agarrada y la aprieta. Aun no sé si es consciente de ello.
—Ahora no puedo caminar a solas. ¿Parezco una discapacitada, acaso? —murmuro con displicencia.
—Has leído las noticias de suceso en la capital. ¿Sabes cuántos muertos hay a diario víctimas de la delincuencia y el hampa organizada? Viajar en subterráneo tampoco es que sea lo más conveniente, cada día falla una línea de alguna estación, dejando varados a muchos. —murmura a la vez que comenzamos a cruzar la calle.
—Soy abogado Christopher. Soy consciente del flagelo del hampa y por cierto... también leo las noticias —mascullo con molestia, esa perorata era innecesaria—. ¿Entonces ninguna persona en sus cinco sentidos debería de salir de su casa, porque sería un inconsciente que no aprecia la vida?
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Con miedo a amar
Romance¿Hay acaso una ley para el amor? ¿Se puede establecer leyes para los sentimientos? ¿Serán capaces de coartar lo que sienten? y... ¿Alguna vez dejarán ir el pasado, sin importar cuán doloroso o feliz este haya sido? Riesgos, Riesgos... la vida está...