VI Visita Inesperada

371 36 8
                                    

—¡Edoardo! buenos días.

¡Esto sí que es inesperado!

—¿Te sorprendes de verme?

Vaya que lo estoy, no sé cómo comportarme.

—No puedo mentirte. Sí, estoy sorprendida. Pasa adelante.

—Gracias. Verás, creo que he dejado algo ayer— dice entrando en el recibidor.

—Ah, dime qué es, así puedo ayudarte a buscarlo.

—Es, eh, eh, este, es una bufanda— balbucea tocándose el rostro.

No recuerdo haberlo visto traer una bufanda, ayer fue un día soleado.

—Ah, ¿de qué color es?

—Es amarilla.

—¿Amarilla?

—Sí, es amarilla con rayas negras.

En estos momentos solo puedo pensar en Edoardo en un disfraz de abeja.

No puedo evitar reír en voz alta.

—Discúlpame Edoardo, por favor.

—¿Qué es tan divertido?

—Tu bufanda.

—¿Qué tiene mi bufanda?

No me atrevo a decirlo, pero ya se me escapó.

—Parece una bufanda de abeja.

Ambos reímos a carcajadas.

—Es verdad. No perdí ninguna bufanda de abeja. He venido a verte.

Esto me toma por sorpresa.

—Ah.

—Sí, pensé venir a ver cómo estabas luego de presenciar el modo en el que te trataron mi madre y mi hermano.

No sé dónde esconderme. Es tan vergonzoso. Mi único instinto es agachar la cabeza.

—Estoy bien, de verdad. Eres muy amable. Gracias— . Logro decir.

—Puedes contar conmigo—. Se acerca demasiado a mi rostro. Me toma las manos. Me mira con seriedad, pero no con la intensidad de Alessandro. Esta mirada es más bien teatral.

—Muchas gracias.

Esto es nuevo para mí. Estoy sin palabras. Me cuesta sostener su mirada.

—¡Dulce!, ¿has echado a esos chicos?— Se escucha desde el interior de la casa.

Oh, Carmen. ¡Gracias a Dios!, me está salvando. Quizá cómo reaccionará al ver a su nieto aquí.

—No son unos chicos, Carmen—. Alzo solo un poco la voz para que pueda escucharme.

De repente, Edoardo camina velozmente hacia el comedor en donde Carmen espera. Lo sigo.

—¡Abuela!—. Escucho a Edoardo exclamar.

—¡Ah!—grita la anciana asustada—¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine a buscar el disfraz de abeja que dejé ayer.

—¿Cuál disfraz de abejas? muchacho desquiciado.

—Es una broma, vine a ver que todo esté bajo control aquí.

—¿Y desde cuándo te interesas en nuestro bienestar?

—Ayer pude notar que ustedes son dos mujeres indefensas en esta casa, y que necesitan que alguien se asegure de que estén bien.

—Oh, Edoardo. ¡Qué gentil pensamiento!—responde Carmen con ironía—Viniste a ver a Dulce, ¿no es cierto?

Los dejo solos inmediatamente. Me aterra estar en medio de una discusión, mucho más si tiene que ver conmigo.

Camino hacia el jardín para concederles privacidad, y para aprovechar unos minutos libres observando las nuevas flores de begonias.

Edoardo me hace reír. Pero no puedo evitar tener esta extraña sensación de incomodidad en mi estómago, como si algo no estuviera bien. Es amable, pero apenas me conoce; sonríe todo el tiempo, pero no creo que sea sincero. 

Por otra parte, pienso en la confesión de Carmen, acerca de estar enojada con Jesús. Reflexiono en cómo puedo ayudarla.

Algunos minutos más tarde, escucho unos pasos venir hacia mí.

—Aquí estás, Dulce. Quería hacerte una pregunta: ¿Tienes algún día libre?

—Eh, sí, por supuesto.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Cuál es ese día?

—Los sábados luego del mediodía y los domingos.

—¿Aceptarías salir conmigo este sábado por la noche?

—Yo...
Repentinamente, percibo que hay alguien más detrás de mí. Edoardo reconoce la persona y su semblante palidece.

Yo me giro.



Dulce, AunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora