Cercanía

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El carruaje indicando la llegada de Mitsuki la puso nerviosa. No imaginó que de verdad la visitaría después de su regreso de Edo. ¿En serio pasaría tiempo a solas con ella? Estaba ansiosa y no veía la hora de que se cruzaran. Por lo que le pidió a sus sirvientas que le prepararan el mejor Kimono que tenía y la ayudaran a verse más bonita. Al saber que saldría al jardín para pasar tiempo con él, imaginó prendas más suaves y veraniegas. Vistió un Kimono rosa salmón con estampado florales. Estaba conforme con el resultado.

—¿Me veo bonita?—le preguntó a la señora Temari.

—Claro que sí. Luce perfecta—felicitó—. Y más aún con este Hana Kanzaki otoñal—le colocó la hebilla recalcando su larga cabellera castaña y brillante—. Sus ojos almendras resaltan, ¿no cree?

—Gracias, pero eso ya lo sé, señorita Temari—farfulló orgullosa. 

Temari esbozó una cálida sonrisa y luego soltó una leve risita socarrona. 

—Veo que ese hombre es afortunado.

—No lo creo, la afortunada soy yo—corrigió desinteresada.

Quería sonar ruda y no le salía. ¿Qué más daba? Se miró frente al enorme espejo ovalado y lo único que vio fue una figura regordeta. Con algunos cuantos kilos de más y un rostro bonito. Nada más. Hubiera querido verse como una doncella predilecta y no era así. Hacía tiempo que se conformaba con lo que se veía, pero tampoco admitía que tener unos kilos de más la hacía lucir tentadora para los hombres, pues era evidente que nadie se acostaría con una mujer así. Suspiró desganada. ¿La aceptaría? La vería por primera vez detrás de la cortina y sentía que era como su primera cita. 

—Tendrás que conformarte, Mitsuki. Esta belleza no se dejará convencer por los malditos estereotipos. 

- - - - 

La cortina se levantó y detrás de esta emergió él. Con su figura masculina, sin ser imponente, serena y con un aura pacífica. Su esencia le generaba escalofríos, de esos que calan en tu interior y se exteriorizan en cada poro de su piel, logrando pequeños espasmos de placer en todo su cuerpo. Una corriente viajó desde su espina dorsal hasta la punta de sus pies. Despertó sus instintos. Sus miradas se cruzaron por primera vez y ambos se fundieron como una sola alma. Sintió el choque de emociones conmocionándola. 

Apartó la mirada al notarse intimidada por su presencia y un rubor se tiñó en sus mejillas. El pequeño orgullo no le permitía aceptar que moría de ganas por mirarlo en su plenitud. No lo hizo por tímidez o quién sabe por qué. Solo se cohibió. En especial sus verdaderos sentimientos. Se mostraría fría. O eso intentaría.

El le dedicó una de esas sonrisas que emanaban paz, seguridad, amabilidad. Se acercó con ambos brazos metidos entre las mangas de su hakama y le entregó otra sonrisa más amena. Ella desvió la mirada. 

—Deja de intimidarme.

—Eres más hermosa de lo que imaginé.

—No exageres—bufó sonrojada y tapó su rostro con el abanico—. Salgamos. 

—Me parece una excelente idea—accedió y la siguió. 

Caminaron por el jardín, en silencio, sin mirarse, sin enviarse claras señales de coqueteos. Mitsuki se detuvo frente a uno de los enormes árboles de cerezo y decidió recitarles algunos Haiku solo para ella. La morena lo escuchó atenta, sin mover un solo dedo, utilizando todos sus sentidos. Sus pestañas se agitaron al sentirse agasajada. Los poemas que le profería eran seda pura para su alma endurecida. Un leve sonrojo se estacionó en sus pómulos y se volvieron rojos como el carmín. Se daba cuenta que era más cursi de lo que imaginó. 

Mitsuki era todo un caballero y se notaba. No era presuntuoso, ni atrevido, ni imprudente. Era cauteloso, tranquilo y respetuoso. ¿Cuántos hombres le causaban suspiros por su belleza natural? Hasta ahora Mitsuki era el único que le provocaba más que un suspiro desgarrador, le generaba mariposas en su estómago y un nerviosismo inexplicable. Su corazón se agitaba con vehemencia y el calor se acumulaba en su rostro. 

Siguieron caminando por el jardín. Le contó sobre su viaje en Edo. La situación del país, a pesar de que ella no entendía nada, se dedicó a escucharlo. Su voz era terciopelo, la helaba por completo, le generaba cosquillas, seguridad. Armonía. Amaba su tono de voz, varonil, pausado y ameno. Era hipnótico. Se detuvieron en el extremo de la residencia Akimichi y se sentaron en el porche. Ella tapó su rostro con el abanico. No quería que viera su sonrojo. 

—Hoy estás muy tímida—susurró en una sonrisa ladina.

—Claro queno. Una dama no debe mostrar su rostro a un hombre que ni siquiera es su prometido—excusó. 

—Yo sí quiero verlo—exigió y la sujetó de la muñeca para bajar su mano y a su vez el abanico, dejando entrever su rostro redondo y perfecto—. Eres hermosa, Chouchou. 

Ella sintió su corazón acelerado, golpeando con fuerza contra su pecho, y sus ojos almendras brillaron como una moneda de oro en el profundo lago debajo del sol. Desvió la mirada con ímpetu y frunció sus labios, su labial se volvió objeto de su tentación. Mitsuki bajó la mirada hasta la comisura de sus labios y entonces sin poder contenerse, le robó un casto beso, lento y preciso. Chouchou se sorprendió y  a pesar de su atrevimiento, se dejó besar. 

Era como si se desnudara frente a él. En su completa esencia. Estaba mostrándose tal cual era y eso no le aterraba. Odiaba a este hombre, como así, lo amaba con locura. Era su maldita debilidad. El rey de sus suspiros y de su condenada pasión desenfrenada. 

Correspondió el beso y se quedaron en esa posición unos segundos. Saboreando cada uno de sus labios, excitándose, embriagándose. Consumiéndose por completo. Se soltaron al sentirse exhausto y con falta de aire. El le sonrió enternecido, en señal de triunfo, y ella ladeó el rostro, ignorándolo, negando sus sentimientos. Esa tarde no solo fue amena. Fue la mejor en mucho tiempo. Prometió regresar....

Pero solo le envió cartas.

Lo odiaba. 

Y lo amaba...


Doncella Mariposa (MitsuChou)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora