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Otro estornudo interrumpe el silencio.

Es el séptimo que se oye en esa cálida tarde de primavera en el refugio subterráneo que Ben construyó, y Richie no necesita levantar la vista del cómic para saber que Eddie lo está fulminando con la mirada desde la hamaca. La comisura de sus labios se curva en una sonrisa malévola cuando se le ocurre algo que finalmente le hará estallar.

—¡Agh, eres asqueroso! —exclama cuando lo ve limpiarse la nariz con la manga de la camisa floreada.

Richie sonríe satisfecho hacia él y Eddie aparta la vista, más enojado aun porque le conoce lo suficiente para saber que lo ha hecho a propósito.

—No tengo pañuelo —se excusa encogiéndose de hombros.

—Yo sí tengo, pero ni siquiera lo has pedido —dice mientras se incorpora para rebuscar dentro de su inseparable riñonera. Cuando encuentra el paquetito, Richie ya ha recorrido el espacio que los separaba y está agachado de cuclillas metiendo la nariz en ella. Y de repente siente un repentino calor invadir sus mejillas.

—¿Y cómo quieres que sepa lo que llevas encima?

Eddie parece ofendido. Más que antes.

—Idiota, llevo encima hasta vendas, ¡por supuesto que tengo pañuelos! —se queja, pero igualmente le da los pañuelos desechables.

Richie se suena haciendo más ruido del necesario y Eddie mira hacia otro lado, cruzado de brazos y ceñudo. En absoluto está intentando ocultar su cara sonrojada. Cuando termina, guarda el papel arrugado en un bolsillo del pantalón y se sienta con las piernas cruzadas al lado de la hamaca, regresando a las páginas del cómic que estaba leyendo.

Sin embargo, poco tiempo después no puede evitar observar a Eddie de reojo. Está tumbado, escuchando música con los ojos cerrados, y su perfil se recorta a la perfección desde su ángulo de visión con la luz de la tarde que se filtra entre los recovecos de la trampilla. Minúsculas partículas de polvo revolotean a su alrededor al ritmo de su respiración pausada y Richie queda atrapado en la hipnótica imagen, sin darse cuenta de que está absorto en sus facciones.

Eddie ha crecido, haciéndose más y más atractivo a sus ojos. Sigue siendo más bajo que él, pero su cuerpo dista mucho del niño flacucho de once años que se enfrentó a un payaso asesino. Tiene los brazos más anchos y las manos más grandes, y Richie siente curiosidad, mucha, por descubrir cuántos más detalles han cambiado de su anatomía.

Entonces la voz de Beverly detiene el hilo de sus pensamientos.

—Por cierto, chicos, ¿vais a invitar a alguien al baile de graduación?

Nadie responde, aunque uno de ellos quisiera responder "a ti" y hacer realidad sus fantasías de que la pelirroja corresponda sus puros sentimientos, quizá no tan puros como hace tres años.

Que Ben está enamorado de Beverly es un secreto a voces, aunque ni él ni ella han dado el paso para que deje de serlo. Todavía.

Pero hay alguien más que está enamorado. Lleva enamorado tanto tiempo como Ben o puede que incluso más, mucho antes del verano de It, sin saber cómo ni por qué. Pero tampoco hablará. Porque no lo acepta y jamás lo aceptará. No quiere tener ese tipo de sentimientos y cree que si los ignora, algún día se esfumarán. Sin embargo y en contra de sus esfuerzos, estos parecen crecer y hacerse más fuertes con cada sonrisa, cada roce de manos, cada broma tonta. Es frustrante.

Richie vuelve a estornudar.

Hace el amago de limpiarse con la manga, como un acto reflejo inherente a él.

Eddie carraspea para llamar su atención. Le mira. Su cara dice "ni se te ocurra hacerlo otra vez" y Richie ríe bajito, sacando un nuevo pañuelo.

Winning losersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora