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Si cierra los ojos, todavía puede revivir el beso.

Nadie lo ha mencionado, pero Richie siente la tensión saturar el ambiente cuando Eddie y él están en el mismo sitio. Por alguna razón, parece que sus amigos esperan que vuelvan a besarse en cualquier momento. Cosa que no ocurre.

Y entre miradas a escondidas y sutiles caricias disimuladas, la noche del baile llega por fin.

Richie pasa la tarde entera frente al espejo del cuarto de baño. Ha intentado poner orden a sus rizos, le ha robado un poco de colonia a su padre y se ha lavado varias veces los dientes. Quiere verse lo más presentable posible, aunque la elegancia y la finura no encajen con él. Mentiría si dijera que no lo hace pensando en Eddie.

En casa de la familia Kaspbrak, la situación es bastante similar. Eddie lleva más de una hora ocupando el aseo, cambiando la corbata por la pajarita y viceversa sin que ninguna opción le parezca convincente. También mentiría si dijera que sólo piensa en Richie.

El timbre de la entrada suena por toda la casa.

—¡Eddie, tus amigos están aquí! —grita su madre poco después.

Observa fijamente la pajarita mientras la voz de Richie saludando a su madre se cuela a través de la puerta del cuarto de baño. Casi puede oírlo burlarse de cómo le queda, así que se la quita y opta por no llevar ni una cosa ni la otra.

La primera persona que ve al bajar las escaleras es su madre, que gira la cabeza para que le dé un beso en la mejilla. La segunda es Stan, que no presenta un aspecto muy diferente porque lleva el traje que suele usar cuando va a la Sinagoga. Después ve a Bill, que lleva el pelo igual que siempre pero hacia el otro lado, quizás un poco más repeinado. Y por último, Richie, quien espera sentado en las escaleras de la entrada y se pone de pie de un salto en cuanto lo ve.

La verdad es que Richie sigue siendo un desastre. Hay un intento de arreglar la maraña de rizos que es su pelo, una corbata de estampado horrible con el nudo mal hecho y la camisa mal metida en los pantalones.

No obstante, a Eddie se le escapa un débil suspiro.

—No vuelvas tarde —le recuerda su madre.

—Sí, mamá.

—Y ten cuidado con el ponche, si bebes demasiado puede hacerte daño al estómago.

—Tranquila, mamá.

—Y no olvides...

—No se preocupe, señora Kaspbrak —interviene Richie mostrando su mejor sonrisa—, nosotros cuidaremos de él.

Su madre pone mala cara. Eddie sabe la opinión que tiene de sus amigos, sobre todo de Richie. No muy buena, la verdad.

—Sí, tendremos cuidado. —Bill desvía la atención de su madre hacia él y ella hace una mueca de resignación.

—Bueno, marchaos ya o llegaréis tarde.

—Buenas noches, mamá.

—¡Pasadlo bien! —grita ella desde el umbral antes de cerrar la puerta.

—Ahora dice que lo pasemos bien, no te jode —masculla Eddie con verdadero hastío.

Richie ahoga un grito exagerado.

—¡Pero Eddie, ¿con esa boca besas a tu madre?!

—Cállate, Richie.

La noche está despejada y una suave brisa fresca ondea sus cabellos.

Bill y Stan caminan unos pasos por delante, hablando de algo ajeno a ellos.

—Te queda bien el traje —murmura Richie de repente.

Winning losersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora