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—Me quiero morir.

A la mañana siguiente, Richie busca el apoyo emocional de Beverly antes de que entre a clase.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta ella bastante alarmada.

—Ayer me declaré a Eddie —contesta en voz baja para que nadie más lo escuche.

Beverly sonríe abiertamente, pero su sonrisa desaparece de su rostro cuando Richie niega con la cabeza y el semblante contraído.

—¿Qué pasó?

Richie respira hondo con los ojos cerrados.

—Fue tan bonito. —Sonríe un poco al rememorar el momento—. Joder, fue perfecto. El río, el atardecer, los grillos... Le dije que era precioso como la puesta de sol, que me gustaba, que estaba enamorado de él.

—Oh, Richie... —suspira enternecida. Sabía que en el fondo Richie era un romántico, pero no imaginaba cuánto.

—Pero él se quedó quieto y en silencio, como una estatua. Creo que lo asusté. Seguro que ahora me odia y no quiere seguir siendo mi amigo.

Ver a Richie con la cabeza gacha, completamente desinflado, la desanima a ella también. Beverly se queda pensativa, analizando la situación que le acaba de describir. Había visto antes el brillo en los ojos de Eddie, se había dado cuenta de sus sonrojos por mucho que él intentara ocultarlos. Eddie sentía algo por Richie, estaba segura. Casi.

—Mira el lado positivo.

—¿Cómo voy a ser positivo si me ha rechazado?

—¿Te dijo que no le gustabas? —cuestiona con una ceja alzada.

Entonces una luz se enciende en el interior de Richie. Recuerda el rostro ruborizado de Eddie, la intensidad de su mirada. Iba a decir algo antes de que los interrumpieran. ¿Y si...?

—Tienes razón... ¡Tienes razón, Beverly! —exclama eufórico, atrayendo las miradas de todo el mundo. Pero le da igual. Estrecha a Beverly entre sus brazos y echa a correr por el pasillo a pesar de que está prohibido.

—¡¿A dónde vas?!

—¡A buscar a Eddie!

Necesita verlo ahora, así que corre hasta su taquilla tan rápido como la marea de estudiantes le permite avanzar. Suspira cuando lo ve. Lleva esos pantalones cortos de verano que se ajustan a su cuerpo a la perfección, realzando la curvatura de su espalda. La temperatura de su cuerpo se eleva sólo con ese pensamiento y por un momento se queda petrificado, preguntándose qué va a decirle.

"Maldita sea, Richie, es tu amigo, actúa como siempre", se apremia a sí mismo.

Finalmente, toma aire y se atreve a acercarse.

—Buenos días, Eddie Spaghetti —saluda apoyándose en la taquilla de al lado—, ¿has dormido bien?, ¿has tomado un desayuno completo y equilibrado?, ¿te has lavado bien los dientes después?

Eddie se tensa al instante. Richie lo nota y se muerde la lengua.

—Hola, Richie. —La comisura de sus labios se curva sin querer cuando Richie le dedica una sonrisa genuina.

—Estás radiante esta mañana.

La sonrisa se transforma en una ladina al advertir cómo las mejillas de Eddie se ponen coloradas.

—Ya... tengo que ir a clase —dice dando media vuelta y alejándose.

—Te acompaño. —Richie se coloca a su lado con un par de zancadas. Tiene una forma de andar relajada, con las manos en los bolsillos y la mochila colgada de un hombro.

Winning losersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora