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Tumbado en la cama, Richie evoca ese primer beso con sabor a limón.

Una sonrisa soñadora se forma en su cara pensando en el rostro de Eddie, a sólo unos centímetros del suyo, con los ojos cerrados y los labios dispuestos, respirando el mismo aire. Es un sueño hecho realidad. Mejor que un sueño. Porque jamás imaginó que Eddie podría besar así, con una mano enredada en su pelo y la otra en su nuca, atrayéndolo hacia él para profundizar el beso, buscando su lengua sin pudor.

El sonido del teléfono suena en el salón y llega a los oídos de Richie, que se levanta de un salto y baja corriendo las escaleras.

—¡Yo contesto! —grita de camino.

Se abalanza contra el mueble donde está el teléfono y descuelga de inmediato.

—¿Diga? —responde sin aliento.

—Hola —contesta Eddie al otro de la línea.

Y Richie no puede evitar sonreír de oreja a oreja.

—Hola —dice otra vez, haciendo reír a Eddie—. Llevo todo el día pensando en ti.

—Yo también...

Sus latidos se aceleran sólo con eso. Porque a pesar de decirse lo mismo todos los días durante casi una semana entera, sigue siendo increíble escucharlo.

—Te echo de menos.

Eddie se ganó un castigo de tiempo indefinido por llegar tarde después de su cita. Por esa razón no han podido verse. Hasta ahora.

—Sobre eso quería hablarte. Mi madre me deja salir hoy con la condición de que esté en casa cuando anochezca.

—¿Eso significa que...? —Su rostro se ilumina.

—¿Podemos vernos en los Barrens en media hora?

—Sí, por supuesto.

—Nos vemos en media hora.

—Sí. En media hora. Los Barrens. —Está tan contento que no es capaz de construir una oración completa—. Eddie.

—¿Sí?

"Te quiero", quiere decir. Pero se contiene porque ya lo asustó una vez siendo demasiado directo y no quiere fastidiar lo que recién han empezado.

—Nada, da igual.

Sin embargo, Eddie averigua lo que piensa a través del auricular.

—Yo también te quiero. Nos vemos en un rato —dice antes de colgar.

Richie no puede contener la emoción. Corre hasta su habitación y se lanza sobre la cama exhalando un suspiro. Mira al techo sin mirar a ningún sitio en concreto y se permite rememorar una vez más los besos de Eddie.

De repente repara en que tiene que cambiarse de ropa y la decisión de qué ponerse le lleva más de quince minutos, acabando con todo su armario volcado en las sábanas. Pero no puede detenerse a ordenar el desastre porque está ansioso por llegar. Así que se sube a su bicicleta y pedalea lo más rápido que puede.

Hace un día de verano radiante. El Sol brilla en lo alto y el cielo está despejado, de un azul intenso casi cegador. Mientras se dirige a los Barrens, cierra los ojos sobre la bicicleta, respirando el aire del bosque y dejando que la suave brisa acaricie su rostro. Definitivamente es un día perfecto.

Cuando llega a la zona donde siempre se reúnen con sus amigos, no ve a nadie. Deja la bicicleta a un lado del camino, escondida entre unos arbustos altos, y se acerca a la orilla del río, sentándose en una de las grandes rocas a esperar.

Winning losersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora