Parte 3

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Las gotas ya habían cesado para la hora de la cena, lo cual hacía que el silencio sepulcral de la sala fuera aún más incómodo. Los niños ya habían cenado y se habían retirado a sus dormitorios hacía una hora ya, por lo que el ajetreo del almuerzo con Lizzie y Anabella no estaba disponible para llenar el silencio. Tan sólo se escuchaba el andar de los criados y las preguntas banales que William le hacía a su hermana.

Elizabeth no parecía muy entusiasmada por conversar y, en cuanto la cena se dio por terminada, se retiró a sus aposentos excusando lo cansada que se encontraba del viaje. No la culpaba, el viaje desde Londres duraba casi una semana, seguramente mi cuñada deseaba dormir en un colchón en condiciones.

Como era nuestra costumbre, luego de cenar pasamos a la sala; yo me dedicaba a bordar o tejer mientras que William hacía cosas burocráticas o simplemente tomaba alguna bebida alcohólica. Mi esposo se recostó en su sillón y miraba sus cartas con indiferencia. Me limité a terminar de bordar el pañuelo que había empezado hacía unos días para Lizzie, sabía que le haría ilusión tener algo fino y delicado. La habitación estaba alumbrada sólo por la chimenea y un par de candelabros, principalmente iluminando el escritorio de William, por mi parte, me tuve que acercar a la chimenea para poder hacer mi labor con precisión.

A mi espalda escuchaba los suspiros de mi marido junto con el roce de las cartas. Agudicé el oído: William aguantó la respiración, rompió el sello y se dedicó a leer las hojas escritas. Debían ser al menos tres, y por su respiración irregular, algo importante.

—James envía saludos —exclamó finalmente.

James era su primo, vivía en Mánchester y daba clases en la universidad. No solía frecuentar sus cartas. Entonces entendí su actitud mientras leía: el hombre tenía una letra horrible y grande, y siempre que recibía una carta de él no eran buenas noticias.

—¿Ocurre algo? —Me giré en el sofá para observarlo. Negó con la cabeza, guardó la carta en su sitio y tomó papel y la pluma.

—Nada que deba preocuparte —guardó silencio mientras escribía con rapidez en el papel.

Esperé pacientemente una respuesta más clara; según él, nada debía preocuparme, ni siquiera cuando el país se vio en guerra con Escocia o cuando murió Charles. «Tu deber está junto a Willie» había dicho.

—Deberé viajar a Mánchester —su voz me sacó de mis pensamientos. Se tardaba un día en ir hasta aquella ciudad, así que no estaría en la casa por lo menos durante tres días, hiciera lo que hiciera allá.—, aprovecharé el viaje para ir a Liverpool, tengo unos recados que hacer en el puerto.—terminó de escribir la carta y le puso el sello.—. Supongo que me ausentaré un mes, por lo menos.

Hizo sonar la campana y un criado apareció con rapidez. William le tendió la carta.

—A la Universidad de Mánchester. Es para mi primo James.

El ciervo le hizo una reverencia y se marchó con la carta en mano.

—¿Es por algo que deba saber?

—Nada que deba preocuparte, querida —se acercó hasta mí y besó mi frente.—. ¿Dormirás conmigo hoy?

—Creo que mejor hoy dormiré en mis aposentos.

William me dedicó una educada reverencia y abandonó de la sala, dejándome sola frente a la enorme chimenea.

Lady ShepardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora