Parte 4

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Cuando me dieron permiso para salir al jardín, Elizabeth ya se encontraba allí leyendo un libro. Estaba sentada a los pies de un árbol, aprovechando la sombra y la intimidad que éste ofrecía. Estábamos a mediados de julio y el calor era sofocante, era mejor estar en el exterior que dentro de la casa y aprovechar el poco viento que había.

Tomé lugar junto a ella, no demasiado cerca, por el calor, pero tampoco muy lejos, para estar también bajo la sombra. Me gustaba más el otoño, cuando con Elizabeth nos sentábamos muy juntas para poder intercambiar el calor corporal; en invierno era imposible por la nieve y frío extremo, y en primavera, el polen hacia de la suya. Quizás por aquello, el otoño era una de mis estaciones favoritas.

—¿Cómo crees que será el amor? —Me preguntó Elizabeth de repente. Estaba leyendo una de sus novelas románticas favoritas, me pareció normal que tuviera esa curiosidad.

—¿Crees que existe? —Le señalé, ella se encogió de hombros aún con la vista en las hojas.

—Debe existir, sino ¿de dónde sale el género del romance?

Solté un suspiro. No era la primera vez que teníamos esa conversación ni tampoco sería la última.

—Es el privilegio de pocos —agregó luego de un largo silencio.—. Sin duda mis padres no lo tienen —dejó su libro a un lado y se apoyó sobre su codo para mirarme.—. En el hipotético caso que pudieras elegir con quien casarte, ¿con quién lo harías?

Medité la respuesta durante unos segundos: tampoco sabía qué esperar de un esposo, mi poca experiencia sobre el tema era lo que había visto entre las parejas aristocráticas.

—Supongo que debería ser como tú.

Mi respuesta hizo reír a Elizabeth. Su cabello dorado se izó con el viento y queriéndoselo apartar de su cara, rio aún más fuerte y su rostro se volvió rojo. Su risa era muy contagiosa e hizo que yo también riera mientras la ayudaba a colocar su cabello en su lugar, haciendo que mis manos rozaran la piel de su rostro.

—¿Cómo yo?

—Por supuesto —exclamé.—, debe ser mi amigo y confidente. Y apuesto, claro.

Elizabeth era muy hermosa. La envidiaba todos los días por ello: tenía una lista infinita de posibles pretendientes por su alta clase social, pero todos estaban más que dispuestos por su belleza. Ambas cosas no ocurrían conmigo.

—¿Cómo crees...? —Se interrumpió. Bajó la mirada a sus manos y se mordió el labio. En el único momento en el que Elizabeth era indecisa era cuando estaba avergonzada, lo cual de por sí era extraño e inusual. —, ¿cómo crees que será besar?

Me encogí de hombros. Las dos teníamos dieciséis años recién cumplidos y carecíamos de experiencias con hombres, aún éramos jóvenes y no le habían conseguido el candidato perfecto a ella.

—Tú debes tener más experiencia —me señaló.—, tus padres claramente se amaban, debes visto besarse alguna vez.

Negué con la cabeza. Aunque estaba segura que mis padres se habían amado cuando se casaron, lo dudaba al final de su matrimonio. No obstante, ni antes ni después de que se amaran, los había visto demostrando afecto en público; todo estaba resumido a su habitación con la puerta cerrada. Quizás por eso su matrimonio se debilitó, y los continuos viajes de padre no ayudaban.

Elizabeth volvió a acostarse boca arriba y yo la imité.

—¿Sabes el motivo de la fiesta que haremos dentro de un mes? —Antes de que me diera tiempo a responder, mi amiga ya estaba dándome la respuesta:—. Es mi fiesta de compromiso. En verdad, donde se hará oficial mi compromiso.

Me coloqué de costado, pero ella esquivaba mi mirada.

—¿Lo conoces?

—Oh, sí —comentó con su tono alegre usual.—. Eso no es lo que me preocupa; Charles es una persona encantadora.

—Entonces, ¿qué es?

La notaba inquieta; no parecía estar cómoda en ninguna posición y se retorcía en su lugar. Finalmente, imitó mi posición, pero aún se encontraba tímida y avergonzada.

—Tengo miedo a no saber cómo amarlo. Cómo ser una esposa cuando las puertas estén cerradas.

Siempre supuse que era algo que se aprendía con el paso del tiempo, como hablar o caminar, pero nunca estuve del todo segura. Cada cierto tiempo surgía en mí el miedo a no saber nada del tema. Al ser un tema tabú, era muy difícil aprender de él.

—Se me ocurrió que... —vaciló y se detuvo por un segundo.—. Olvídalo.

Volvió a su posición inicial. Le insistí para que me revelara de qué se trataba. No obstante, no estaba muy cómoda hablando sobre aquel tema, al fin y al cabo, ella se casaría posiblemente el año siguiente y, entonces, me abandonaría.

Tras insistirle durante un largo rato, volvió a girarse hacia mí con su usual pálido rostro rojo como un tomate.

—Se me ocurrió que quizás entre las dos podríamos aprender cómo besar, al menos.

Quizás su confesión debería haberme sorprendido más de lo que lo hizo. Quizás sólo quería que nos ayudemos a aprender. Quizás no era más que eso. Me acerqué a ella con temor. Sentía que el primer beso entre dos personas debía ser un momento especial que ambos quisieran compartir y haya sentimientos de por medio. Quizás sí lo era.

Sus labios eran cálidos y suaves, como había supuesto siempre. La primera vez que nos besamos fue desastrosa: no teníamos idea de cómo era. Con el paso del tiempo, comenzamos a tener más confianza y experiencia en el tema. Todas las tardes, nos escondíamos detrás de nuestro árbol y nos besábamos. Aún cuando ya nos consideramos entendidas en el tema, no podíamos dejar de hacerlo. Era una fuerza superior a nosotras. Quizás realmente había sido un verdadero primer beso. Quizás estábamos hechas la una para la otra, por mucho que fuésemos dos mujeres.

Disfrutaba de aquellos momentos íntimos que pasábamos. Suponía que ella también lo hacía, ya que fue ella quien tomó la iniciativa para algo más. Siempre seguíamos aquello que nuestros cuerpos demandaban. Nos dimos cuenta que era algo natural y biológico, y no tendríamos problemas cuando nos casáramos.

Y ella lo hizo.

Elizabeth se casó al año siguiente, poco después de cumplir los diecisiete años. Sabíamos que todo había cambiado: ella se mudaría a Londres mientras que yo seguiría allí. Sin embargo, en medio de la fiesta de su boda, Elizabeth tomó mi mano y me llevó a su habitación. Lo que sentí en aquel momento nunca pude sentirlo con William. Me bastaba con recordarlo para hacer que mi corazón se acelere.

Pero finalmente, ella se fue. Me abandonó y las cosas nunca volvieron a ser como lo habían sido aquel año. Aunque ahora había una diferencia: me encontraba sola en esas paredes, sin la confidencia de Elizabeth... mi amiga... mi amante.

Lady ShepardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora