Parte 5

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William se marchó cinco días después de recibir la carta de James. Aunque quería parecer apenado por su brusco viaje, tanto Elizabeth como yo sabíamos que en verdad no lo estaba; la diplomacia y los viajes le gustaban mucho más que los quehaceres del hogar.

Por mi parte, debía quedarme en la hacienda porque Willie aún era muy pequeño para viajar tanto, y alguien tenía que hacerse cargo de nuestra visita. Elizabeth. Estaba en mi obligación ser buena anfitriona con ella.

Mientras William estuvo presente, había logrado escapar de ella con facilidad, pero mi esposo estaba ausente y toda la responsabilidad de la casa recaía en mí. Me aterraba pertenecer a solas con mi cuñada, me resguardaba detrás de la presencia de alguno de los niños: siempre teníamos a uno a nuestro alrededor.

Era verano y hacía buen tiempo, decidimos que sería buena idea tomar el té en el jardín y que los niños aprovecharan a tomar un poco el aire y estirar las piernas. No obstante, a Lizzie le parecía mejor idea sentarse a leer un libro, y cada tanto le reprochaba algo sin sentido a Anabella, que corría por el jardín de un lado a otro. Si se caía, volvía a levantarse sin importarle tener todo el vestido lleno de lodo. Elizabeth disfrutaba viendo a sus hijas divertirse de maneras tan contrarias, mientras tenía a Charlotte en brazos y se preguntaba cuál sería el destino de ésta. Lizzie parecía no poder concentrarse en su libro, así que pidió permiso para volver dentro de la casa y tocar un poco el piano. Su madre le pareció buena idea y dejó que la niña se marchara.

Concentrada en la risueña Anabella, perdí de vista a Willie y él aprovechó su momento para desplazarse hasta la zona donde la tierra se convertía en lodo por la gran lluvia de la noche anterior, llenándose así de la tierra mojada. Él era feliz, pero sabía que su niñera y las lavanderas no lo serían.

Me pareció prudente darle un baño a mi hijo antes de la hora de la cena, así de paso estaría más relajado. Cuando llamé a la niñera de Willie, esta apareció como si nunca se hubiera ido de nuestro lado. Aceptó mis ordenes con una reverencia y se metió en la casa con mi hijo en brazos, llenándose así ella también del lodo.

A Elizabeth también le pareció buena idea darles un baño a sus hijas menores. Al cabo de pocos minutos, la niñera de las niñas se las había llevado al interior para así cumplir las órdenes de su ama.

Continuamos tomando el té en silencio. Tan sólo quedábamos en el jardín las dos y un ciervo a la espera de nuevas ordenes. No intercambiamos palabras ninguna de las dos, no fue hasta que el té se terminó que Elizabeth decidió romper el silencio:

—¿Te apetece dar un paseo?

Ambas nos levantamos de nuestro sitio y, hasta que no hubiéramos estado alejadas al menos un metro, el ciervo no retiró lo que había en la mesa.

Caminamos con el mismo silencio que mantuvimos en la mesa. Tan sólo se escuchaba el roce de nuestras faldas y las hojas meciéndose contra el viento. Fuimos rompiendo el hielo de a poco, hablando sobre cosas banales como el clima o nuestros hijos. Entonces, me percaté hacia dónde me estaba llevando.

El árbol seguía en el mismo lugar de siempre, claro está, pero había crecido mucho durante los últimos años.

—¿Recuerdas cuando nos escondíamos detrás de ese árbol? —Señaló Elizabeth.

Ella fue detrás de él, al lugar donde pasamos las horas en nuestra juventud. La seguí y la encontré agachada en el lugar donde habíamos tallado nuestras iniciales. Todo seguí igual que hacía siete años.

Tomé lugar junto a ella y pasé la mano sobre las letras. Mi vida era tan diferente en aquella época.

—Todo era más fácil en aquel momento —comenté.

Elizabeth asintió. Colocó su mano sobre la mía; el gesto me tomó por sorpresa y la intenté mirar, pero ella estaba concentrada en nuestras manos.

—Recuerdo cuando nos escondíamos detrás de este árbol. Era nuestro árbol en aquel entonces. Siempre nos sentábamos aquí durante horas, así que a nadie le llamaba la atención que nos escondiéramos.

Soltó un gran suspiro e hizo entrelazar los dedos de nuestras manos.

—Extraño eso.

Con su otra mano tomó mi mejilla. Se acercó a mí hasta que nuestros labios se tocaron. Lo sentí igual que la primera vez, salvo que con más experiencia en el tema.

Ya no éramos unas niñas. No podíamos estar horas escondidas detrás de nuestro árbol. Teníamos responsabilidades, hijos que atender. Pero también, toda la casa estaba bajo mi mando; ya no dependíamos de lady Shepard para pasar el tiempo juntas y a solas.

Toda la casa y los ciervos estaban a nuestro poder. Disponíamos de todo el tiempo que quisiéramos, no dependíamos de otros. Incluso teníamos disponible toda la casa para hacer lo que quisiéramos. Nadie sospechaba de un par de cuñadas que pasaban mucho tiempo juntas y a solas. O al menos eso creíamos, pero no nos interesaba, éramos felices juntas.

Creía que aquellos días durarían para siempre, olvidándome de mis obligaciones. Pero caí en la realidad cuando recibí una carta de William desde Mánchester, avisando de su retorno.

Mi mundo volvió a destruirse de la misma manera que siete años atrás. Nuevamente nos separa un esposo, pero la diferencia que esta vez era el mío. Ella era viuda, me repetí. No tenía que compartirla con nadie ni volvería a casarse si realmente me amaba. No obstante, yo debía cumplir mi obligación de esposa, aunque Elizabeth no debiera hacerlo. Aquello terminaría distanciándonos más de lo que William por sí sólo hacía sin percatarse. Pero mi amada tenía otros planes.

—Puede durar para siempre —dijo, antes de quedarse profundamente dormida. No era consciente de lo que realmente se refería.

Lady ShepardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora