Parte 6 (Final)

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La monotonía del hogar volvió cuando William también lo hizo. Volvía a sentirme prisionera en mi propia casa: tenía a Elizabeth a tan sólo unos centímetros y era incapaz de tocarla.

Al día siguiente del regreso de William, estábamos desayunando cuando decidió que era buen momento para informarle a su hermana que le había conseguido pretendiente en Liverpool. Sentí como mi corazón se partía en mil pedazos. Odié a William en aquel momento. Él era el único culpable. Por mucho que la sociedad nos demandara a nosotras, como mujeres, casarnos y procrear hijos como vacas de una granja, Elizabeth ya había cumplido con su deber, no era necesario volver a casarla. Menos con tan poco tiempo desde que Charles falleció.

Casi no teníamos tiempo para estar a solas. Siempre teníamos alguna tarea pendiente y nunca coincidíamos los momentos libres. No habíamos logrado hablar desde que mi esposo había dado la noticia poco deseada. Por tercera vez nos separarían, pero no sólo por un cuerpo entre nosotras, sino también por cien millas. No me era difícil pensar que ella tampoco lo deseaba, pues cada vez que nos cruzábamos por los pasillos susurraba en mi oído:

—Puede durar para siempre.

Eso deseaba, pero no sabía cuanto de verdad tendían sus palabras. Cuando pudimos encontrarnos a solas, al menos durante unos minutos, fue cuando pudo terminar su frase.

—Podemos durar para siempre. Tan sólo hay que matarlo.

Nunca antes me había sentido más helada que cuando escuché sus palabras. Ni siquiera cuando propuso besarnos la primera vez o cuando nos declaramos amor eterno. No obstante, deseaba lo mismo. Sabía que no teníamos más opciones disponibles. Era nuestra única alternativa si queríamos estar juntas, no podríamos seguir siendo felices mientras que William estuviera vivo.

Los siguientes días pensamos en las diferentes posibilidades para matarlo que teníamos a nuestra disposición. El láudano no era mala idea, pero levantaríamos sospechas en la ciudad al comprar el medicamento seguido y no aclarar quién era el enfermo. No, lo descartamos con rapidez. También se nos había ocurrido simular un accidente de caza; pero ninguna de las dos sabíamos disparar, e incluso había un mínimo porcentaje de que sobreviviera. Nos quedábamos sin ideas y sabíamos que el pretendiente que William había nombrado llegaría antes de la primavera.

Cada una pensaba alguna opción y se la comunicaba a la otra en los pasillos, siempre que no hubiera ningún criado merodeando. Nos llevó un mes volver a encontrarnos a solas. Decidimos ir a nuestro árbol y aprovechar la intimidad que éste nos daba para hablar sobre nuestro inmoral plan.

—Cuando Charles murió, le pregunté al oficial que me lo comunicó cómo había muerto —comentó Elizabeth—. Me dijo que había muerto de tétanos; una infección producida por el acero oxidado.

—Pero, ¿no sería doloroso?

Lo que menos deseábamos era que tuviera una muerte lenta y dolorosa. Aunque estuviéramos planeando su muerte, lo amábamos... pero no de la forma que debíamos hacerlo, puesto que sino no nos encontraríamos en aquella situación.

Ella negó con la cabeza.

—Me aseguró que fue rápido.

No teníamos mucho tiempo a nuestra disposición para pensar en alguna otra alternativa. No éramos asesinas seriales ni tampoco queríamos que nos atrapasen. Tan sólo queríamos vivir juntas, felices y en paz.

Deseaba que aquel sargento no le hubiese mentido a Elizabeth para tranquilizar su corazón herido. Tenía la esperanza de que realmente fuera rápido. Por mucho que estaba en mi deseo su muerte, cada mañana se encogía mi corazón. Cada vez que tomaba a Willie en brazos y le deseaba los buenos días. Pero aquel sentimiento desaparecía cuando Elizabeth se unía al desayuno. Mis sentimientos por ella eran románticos, mientras que por él tan sólo eran los que se desarrollan tras compartir cuatro años de nuestras vidas y un hermoso hijo.

Un hijo hermoso que crecería sin su padre. Tampoco sería el único. Era perfectamente consciente de que William tenía dos hijos en Liverpool y uno en Mánchester. El de Mánchester se llamaba Thomas, tenía tres años y su madre era una camarera. Desconocía la mujer con la cual había estado en Liverpool, pero sabía que había tenido dos hijos con ella; Rose, concebida poco antes de casarnos, y Benjamin tan sólo dos meses menor que Willie.

No podía culpar a William: siempre que podía me rehusaba a compartir el lecho con él. Desde que había nacido Willie ni siquiera compartíamos alcoba. Me pareció prudente darle una despedida antes de que lleváramos el plan adelante.

A Elizabeth no le agradó la idea cuando nos vio salir de la misma alcoba la semana siguiente. Intenté explicarle durante toda la mañana lo que realmente había pasado, pero no dijo mucho, salvo que así podríamos evitar sospechas. No obstante, me encargó a mi cometer el "accidente". Sabía que era una forma de vengarse por lo ocurrido.

Fue ella quien ideó la mayor parte. Se percató de que habían tirado una herramienta en pésimo estado y muy oxidada, la cual desconocíamos el nombre pero la habíamos visto siendo utilizada en los establos. Así que un día fue y la colocó. Al día siguiente, debí encontrar una excusa para lograr llevar a William a los establos. No lo logré, y la herramienta volvió a ser desechada.

Por suerte, Elizabeth volvió a encontrarla, pero no la colocó en el lugar que habíamos planeado hasta que no estuviera confirmado que William y yo saldríamos en un paseo a caballo.

Cuando volvimos del paseo la observé en su sitio. Me hice la despistada y le señalé a William el pésimo estado de la herramienta. Giré con ésta en las manos, produciéndole un corte en el bíceps a William, no lo suficientemente profundo para llamar a un médico. Él se rio por el descuido y no hizo más comentarios al respecto.

Al día siguiente, William amaneció con fiebre. Se quedó todo el día en la cama. Si un criado nos sugería llamar al médico a Elizabeth y a mí, nos hacíamos las distraídas y evitábamos responder. No obstante, William ayudó en la tarea, por su temor a los médicos nos prohibió llamar a alguno.

Cuando se durmió, pensábamos que sería la última vez que lo haría y no despertaría por la mañana. Pero lo hizo. Se despertó a mitad de la noche por la fiebre alta y no logró volver a conciliar el sueño.

Por la mañana, nos vimos en la obligación de llamar a un médico.

El doctor llegó a la casa por la tarde. Tras una breve inspección al enfermo, nos comunicó aquello que ya sabíamos, pero aún así nos sorprendimos. La infección era una muerte larga y sufrida. Con Elizabeth intercambiamos miradas. Supuse que las dos habíamos pensado en lo mismo: el sargento le había mentido, Charles había tardado en morir. Y William tardaría al menos una semana en hacerlo también.

Cada vez que tenía un momento a solas con Elizabeth me decía que era por una buena causa, nuestro futuro sería mejor. Comencé a pensar que no sólo intentaba convencerme a mí, sino también a ella. No obstante, el mal ya estaba hecho y William estaba a un paso de su tumba.

Fue la octava noche. Estaba a su lado con Willie y le leía un cuento. Ambos estaban concentrados en mi voz. Noté que William hacía un fuerte intento para mantenerse despierto, hasta que sus ojos finalmente se cerraron. Fue demasiado sencillo y tranquilo, pensé, pero no me moví de mi sitio hasta que Willie se hubiera dormido. Entonces, lo llevé a su habitación y volví junto a William para comprobar lo que ya suponía.

William había fallecido.

Era mi esposo y estaba triste. Era su hermano y estaba triste. No obstante, cuando el funeral terminó, nosotras retomamos donde lo habíamos dejado cuando William volvió a la casa. La diferencia era que sabíamos que esta vez no habría un fin.

Lady ShepardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora