Es como si hubiese regresado en el tiempo, porque esta vez, cuando va al hipódromo solo puede ver al señor Steel, que parece estar a nada de llegar a la edad media y a la chica rubia, Lucy, que rumorean es su esposa. Pero no ve al chico rubio por ninguna parte.
Quizá debería dejar de buscarlo.
Ya han pasado nueve meses. Él ha pasado de año y aún así no ha vuelto a ver a ese chico rubio.
Solo le queda acercarse, al menos lo suficiente como para que ambos dejen su conversación a la mitad y se le queden mirando el tiempo suficiente como para asustarlo por la semana entera y, quizás, la mitad de la siguiente.
Pero al parecer le tienen una especie de pena, porque la chica rubia le da una suave palmada en el hombro y le dice que lo siente. Le dice que todo estará bien y que no tiene porque sentirse culpable.
No lo entiende hasta que llega a su casa sintiéndose borroso. Es como si su cuerpo entero hubiese entrado en un estado de trance por las siguientes dos semanas que le quedan de vacaciones.
O quizá solo no quiere aceptar la realidad, de pensar que de un día para otro, ha dejado de ver al chico rubio por... ¿por qué? No había un porque, solo un doloroso agujero en su corazón que no parecía irse en ningún momento.
Ni siquiera se animó a salir de su casa en su cumpleaños, que parecía ser su unico día mínimamente feliz en su aburrida y muy normal vida. ¿Qué sentido tendría estar feliz si no volvía a ver a ese chico rubio? Ninguno claramente, probablemente no se sentiría bien hasta que supiera de donde estaba.
Pero tiene que volver a su último año de clases, o al menos eso es lo que su madre le dice. Porque si fuera por el se habría quedado durmiendo en su futón hasta no volver a despertar.
De nuevo se siente la rutina, que quizás es lo mejor, pero se siente vacía sin su espacio de las cuatro. Es algo que le pesa en el corazón todos los días, tanto como todos los cuadernos que carga en su mochila y que se sienten como si todos los pecados que hubiese cometido en su vida (por curiosidad mayormente, y algo de morbo) estuviesen trepando por su espalda.
Así es como un día está en la biblioteca de la ciudad, devolviendo unos libros, con la rutina en su espalda, cuando se da la vuelta y está a punto de golpear a un chico en la cara con una enciclopedia.
Una mano se interpone entre el libro y el rostro del chico y luego siente que su mundo entero está a punto de estallar por la vergüenza. Así que solo cierra los ojos antes de atreverse a mirar al pobre que estuvo a nada de dejarle un dolor de cabeza muy grave.
Aunque cuando abre los ojos, lo primero que ve son dos brillantes orbes azul eléctrico que parecen brillar al simple contacto. ¿O eran esas chispas que brotaban al amor a primera vista? Quizás debieron de salir hace dos años, en cuanto descubrió a un chico de cabellos rubios en su salón, hablando quien sabe que sobre una beca com un profesor.
—¿Estas bien?
No se siente como que esta bien, de hecho, cuando levanta la mirada, siente que está todo menos bien. No quiere verlo, pero lo hace, sus ojos violetas encontrándose con esa delicada figura, su rostro empalideciendo como si hubiese visto un fantasma, reflejado en su mirada azul.
No quiere sentir nada, pero su corazón vuelve a latir con calidez en cuanto sabe que reconoce aquella delgada figura que un año atrás montaba a caballo con elegancia. Misma figura que ahora se encuentra sentada en una silla de ruedas y lo mira penosamente hasta que se de cuenta de que aún tiene el libro a centímetros de su caea.
Sus brazos tiemblan cuando abraza el libro y siente que sus piernas no le funcionaran correctamente durante una semana. Y también siente que le han quitado el piso, quizá lo han hecho, porque no se siente estable en el existir. Porque siente que tiene que decir algo, una especie de disculpa, pero es que su boca le gana por primera vez.
—Hola de nuevo.
Entonces el lo mira durante un buen rato, y puede percatarse de que su piel tiene pequeñas marcas de cicatrices, incluyendo su rostro que ante el se veía terso e implacable, quizá producto de las caídas que obtuvo a montar a caballo.
—¿Te puedo ayudar en algo?
Nunca han hablado antes, eso se demuestra, porque el chico se queda en silencio un buen rato hasta que abre la boca, ni siquiera para responder como una persona decente. Y ve en esa expresión de que tiene que preguntar.
—¿Cual es tu nombre?
Eso es curioso, él tampoco lo sabe.
—¿Cual es el tuyo?
Una risa baja sale de sus labios, es un sonido armonioso, como una primavera abierta hacia él en dirección en punta. Casi puede sentir las flores abriendo sus pétalos en su corazón con aquella calidez del sonido que sale de su boca.
Siente una corriente eléctrica cuando sus manos rozan las de él. Tomando el libro de sus manos. Y devolviendolo en el estante, siendo pronto cambiado por un tomo más ligero.
—Este tiene más información aunque no lo parezca.
Su boca se queda semi abierta, incapaz de formular una respuesta. Por lo que solamente se encuentra capaz de asentir temblorosamente, al menos antes de que él le haga una seña.
Siente que pisa nubes, que en cualquier momento se van a desvanecer para dejarlo caer en un vacío repleto de sentimientos que no podrá controlar.
El chico rubio se recarga contra el escritorio de la recepcionista y le dice un par de cosas antes de que ella selle el libro y luego le de una tarjeta. Entonces una sonrisa, un guiño del ojo y Kakyoin ya se encuentra saliendo de la biblioteca con el corazón latiendo tan rápido que cree que se va a desmayar.
Su mente vibra en colores, un arcoíris de sentimientos de cada tonalidad, cristalizandose en una sola luz entera de la persona causante.
Y solo cuando está en el auto de su madre, apoyando la cara en el timón y con la mano temblorosamente apoyada en la llave, decide darle una mirada al libro.
Al levantarlo, una pequeña tarjeta cae sobre su regazo, y cuando Kakyoin la mira, siente que se va a desvanecer en ese instante.
Johnny Joestar.
Y su número de teléfono.
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Soundtrack To Disaster
FanficOne-shots que sacó de Roles para desestresarme. Algunos drabbles y a veces dibujos. [En su mayoría tienen que ver con Johnny]