Han pasado 10 años desde las elecciones que pusieron nuestras vidas patas arribas y yo ya no soy el mismo. Nadie lo es. Cuando me detengo frente a la puerta de roble y me dispongo a llamar, no puedo evitar pensar que Helena tampoco será la misma que antes. Han pasado dos años desde que tuvo que salir del país, huyendo de un decreto que le impedía estudiar o trabajar, tanto ella como el resto de mujeres.
-¿Uli? -pregunta incrédula cuando por fin me decido a tocar el timbre de la puerta-. ¿En serio eres tú?
Su sonrisa se ilumina al instante y se abalanza hacia mí para darme un abrazo que logra desestabilizarme y por poco hace que acabemos los dos en el suelo. Mis ojos se llenan de lágrimas al sentir el calor de mi hermana; siempre he sido el más sentimental de los dos, y todavía no me creo que esté aquí con ella, a quien que pensé que no volvería a ver nunca más.
-Será mejor que pasemos dentro, mi compañera de piso no volverá del trabajo hasta dentro de unas horas -dice tras limpiar las lágrimas de mis ojos con el pulgar, por debajo de las gafas, como hacía cuando éramos pequeños a pesar de que yo era el mayor-. Así podrás ponerme al día.
Asiento y la sigo hasta una pequeña sala que tan sólo tiene un pequeño sofá y una tele, no demasiado grande, pero que en España sería considerada un lujo que sólo las personas más pudientes podrían permitirse. Nos sentamos en el sofá y Helena me ofrece una taza de café que rechazo por el nudo que tengo en el estómago y que me impide probar bocado, pues todavía no sé cómo contarle a Helena los acontecimientos que me han traído hasta aquí y eso que llevo dándole vueltas todo el viaje. Ella no se merece esto, ya ha perdido bastante, pero tampoco sería justo seguir ocultándoselo.
-¿Qué tal van las cosas? -me pregunta finalmente tras un incómodo silencio en el que ninguno de los dos sabe muy bien cómo empezar la conversación. -Los periódicos alemanes no hablan mucho de España, prefieren hacer como si no existiera, puede que así logren dormir por las noches tras haber permitido que se llegase a esta situación.
-Todo va cada vez peor. Cuando crees que ya nos han quitado todo lo que podían quitarnos, sale un nuevo decreto y la vida empeora un poco más. Ya no se puede ni salir a la calle sin sentirse observado, tienen cámaras por todos lados y controlan todos los aparatos tecnológicos. La privacidad es un lujo del pasado reservado para los más poderosos.
-Lo sé -me dice Helena -. Por eso no te he escrito en todo este tiempo. Tenía miedo de que pudieran hacerte daño por mi culpa, ya sabes que soy una bocazas.
Logro esbozar una sonrisa porque sé que tiene razón. Cuando todavía vivía en España, tuvo que pasar alguna noche en la cárcel por algún comentario inapropiado o acto fuera de lugar.
-¿A ti qué tal te va aquí? ¿Te tratan bien los alemanes?-pregunto, retrasando el momento en que tenga que contarle porqué he tenido que salir del país con sólo una mochila como equipaje.
-No me puedo quejar. Ahora soy oficialmente Biotecnóloga y tengo un contrato fijo de investigadora en una empresa que desarrolla transgénicos, si bien yo me dedico a la parte de biorremediación. ¿Y tú? ¿Sigues dando clases?
-No, cerraron la Universidad el año pasado. Sólo quieren que estudie la gente con dinero y además, no consideran que la Literatura sea importante. Yo creo que la realidad es que tienen miedo, y si borran toda huella del pasado así como todo rastro de ideas que no sean las suyas, pronto la única realidad que exista será esa. Ya han regulado internet y pronto empezarán con la quema de libros.
-Uli, si han cerrado la Universidad y han despedido a todo el mundo... ¿Qué ha pasado con mamá y papá? ¿Están bien?
Nuestras miradas se cruzan y sé que Helena puede leer el dolor en mis ojos porque inmediatamente se lleva las manos a la boca y ahoga un grito.
ESTÁS LEYENDO
El Planeta Rojo
Ciencia FicciónEstamos en el año 2034 después de Jesucristo. Todo el Sistema Solar está ocupado por los fachas... ¿Todo? ¡No! Una aldea marciana poblada por irreductibles rojos resiste todavía y siempre a la ultraderecha.