01

703 54 13
                                    

Siempre me arrepiento de dejarte, Yeosang.



¿Te acuerdas de todas esas veces que sonreías para ti mismo?



Eras tú solamente, tú. Con tu femino cuerpo tan suave a simple vista que parecía danzar sobre el césped mojado y cosquilleante de tu jardín trasero, tan delicado y frágil que con simples movimientos bruscos podía romperse. Con tus cantos tranquilizadores que se perdían en el aire que siempre corría cada vez que salías a respirar por alguna situación. Tu voz era una melodía perfecta, una combinación de sonidos graves y agudos al cantar que creaba miles de sensaciones extrañas a quien te escuchara, tocándolos como si fuesen las pequeñas teclas del piano en cual aprendo las canciones que solías recitar para nadie, solo a la nada, con tal de que se perdiera por las hojas de los arboles y arbustos, algo que sigue siendo estupido si lo recuerdo en este momento. Tus dedos tocaban todo a tu alcance de manera tan cuidadosa y débil que apenas los rozabas con las puntas de los dedos, de tus grandes y delgados dedos que siempre me parecieron adorables cuando los enredabas entre si o simplemente me tocabas con ellos, enviando pequeñas corrientes eléctricas.



Tal vez tú no te acuerdas, pero yo si.



En ese tiempo aún no te conocía, no sabia tu nombre, ni tu edad, ni nada. Pero siempre iba todas las tardes y te espiaba por un árbol a corta distancia, siguiendo cada uno de tus suaves movimientos y pasos, como si estuvieses danzando entre fuego ardiente quemándote los pies y no te importara en absoluto.



¿Te acuerdas de esos días?



Tú siempre mirabas al mundo con una sonrisa en el rostro, mirabas el cielo y extendías las manos hacia arriba, intentando tocar esas nubes suaves y esponjosas que tanto te gustaban y tranquilizaba ver. Mirabas cada hoja y flor con amor, tocándolas al roce y cuidándolas de ellas mas que de ti mismo. Querías tanto a todos los animales que siempre llevabas uno a casa y jugabas con ellos en el jardín, persiguiéndolos y mimándolos como si se tratara de un padre con sus hijos. Y luego los dejabas ir con una hermosa sonrisa abierta en tu rostro; porque sabías que eran libres, que no debías mantenerlos ahí y que por un momento, fuiste el amigo de ellos.



Mirabas todo con tanta inocencia y pureza, que jamas pensé que alguien te podría levantar mano y corromper aquella hermosa persona que llevabas dentro. Aquella persona que siempre se la pasaba en el jardín, desconectado del mundo con un libro entre sus manos o simplemente paseando por ahí de forma extravagantemente hermosa. Ya que eso era lo único que hacías por horas, y no parecías aburrirte, ya que todo te llamaba la atención. Eras tan curioso que hasta el color de las hojas primaverales, invernales, otoñales y veraniegas te podía hacer pensar demasiado sobre el por qué de cualquier cosa que tuviera. Tenias una concentración tan impresionante que ni te dabas cuenta de que mis pies colgaban de las ramas, a la vista de la gente en el árbol de la vereda.



Un día me acerque a ti en el instituto, dispuesto a saludarte de manera pacífica y amistosa. Pero a mi leve tacto te apartaste de mi, logrando descubrir parte de tu cuello de aquella bufanda negra y suave, y por un mili segundo sentí tu piel arder bajo la ropa, caliente y blanda, y tu cuerpo tensarse con fuerza. Me miraste con temor y horror, mientras tus pupilas se contraían y dejaban de expresar esa calidez tan apacible, borraste esa sonrisa tan amigable y perfecta de tus finos labios que jamás se separaban y solo tus comisuras se movían, y que hace unos instantes cubría tu hermoso rostro de piel extremadamente suave y sin imperfecciones, con pequeños lunares que decoraban tus delicadas facciones al oler las rosas. Y en ese instante, en donde claramente una mueca adornaba mi rostro adolescente, no pude evitar no bajar mi mirada a tu cuello que fue descubierto por la brusquedad que tuviste al apartarte de mi.



𝑹𝑬𝑮𝑹𝑬𝑻𝑭𝑼𝑳 ⸗ ˢᵉᵒᶰᵍˢᵃᶰᵍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora