Parte Doce - epílogo

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Ella me hace Reír by Blossom Komatsu
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Siempre juntos.

...

Boruto dejó su delantal listo para regresar a casa, el trabajo del día en la florería de su familia lo fundió.

- hermano! Hermano!

Su hermana menor apareció para abrazarle, Boruto recibió a la pequeña con alegría, y detrás, su abuela.

- abuela, y mamá?

- ah, está ocupada, vengan, los llevaré a la casa- ambos asintieron.

La mujer mantuvo una risa cómplice y pícara, Boruto no entendía el motivo, sin embargo su atención abandonó a la abuela para recordar que olvidó su portakunai en la oficina de su padre.

- ah! Olvidé mi portakunai en la oficina de papá! Ya vuelvo!

Corrió junto a la puesta del sol, siempre amó aquel paisaje, el naranja fundiéndose con el violeta llegaba a su corazón. Y enfrente, creció la figura de la mansión Hokage.

Boruto subió algunas escaleras, abrió la puerta de la oficina y, tras tomar su portakunai, recorrió hasta el final del pasillo.

El palco Hokage.

El aire en sus pulmones desertó con calma, aliviado por presenciar tan hermosa escena.

Cualquier rastro de belleza en el atardecer, menguó con el abrazo de sus padres, incluso los colores simplemente parecían brillar sólo para ellos.

Y el largo cabello de Ino se mecía despacio en la brisa de verano.

Boruto suspiró, no importaba cuán ocupado esté Naruto, siempre tendría tiempo para su mujer.

Uno siempre tiene espacio para ser feliz, verdad?

Nunca reparó en la inmensidad del cielo, sus astros o el amor tan impresionante que su padre profesa a su madre.

Verlos, allí, tan tranquilos, acababa con las barreras de Boruto y no podía apartar la mirada.

Amaba la escena.

Una mano sostuvo al chico y lo obligó a retroceder.

Volteó y su abuela esperaba por él, con Namino entre brazos. Boruto asintió para regresar, sin embargo no quería abandonar el lugar.

- Sabes? Voy a contarte una historia. Quieres?

- claro- susurró él.

La mujer alejó un tanto a los niños para no interrumpir con su voz.

- Había una vez una princesa tan hermosa como el sol... y un caballero tan vívido como el fuego. Al conocerse, enseguida, la chispa saltó, él adoraba la manera en que el sol quemaba más que él, y ella amaba ser quién ilumine y alimente al fuego.
Poco a poco, y sin contratiempos, el amor creció, pero el sol y el fuego estaban muy lejos, se amaban, sí, y la distancia no detendría su amor.
El fuego comenzó a convertirse en una masa aún más grande, más y más, más y más, deseoso de alcanzar al sol.
Y lo hizo.
La princesa vio que brillaba tanto que empezó a creer que ella no era suficiente para el caballero, y decayó. Su luz disminuyó.

La pequeña Namino soltó un débil jadeo.

- y qué pasó?

- pues pasó que a el fuego no le gustó nada ver a su amada princesa tan triste. Así que brilló más. Más y más.

- eh? Porqué?!- exclamó Boruto.

- y ella se motivó, logrando iluminar tanto como el caballero. Así, ambos se convirtieron en dos enormes soles...

- dos?

- Sí, dos. Brillando juntos como muestra de que, en el amor, uno siempre da y muestra lo mejor de sí. Por el otro, siempre ser mejor.

La abuela se levantó revelando a Ino y Naruto detrás de ella, atentos a la historia.

- mamá! Papá!

- ven aquí, bebé.

Ino estrechó a su hijo con sumo cariño y cuidado, Naruto revolvió el cabello de su primogénito y tomó entre sus brazos a Namino, adormilada.

Boruto pensaba una y otra vez aquellos colores tan penetrantes, naranja y violeta, fusionados hasta formar un suave rosa.

Siempre consideró el rosa como su color.

Rápidamente, dirigió una mirada a su madre que brillaba con la luz del atardecer dando en su extenso cabello rubio.

La luz de Ino quemaba más que la del sol.

La princesa...

Observó a Naruto con curiosidad.

Papá es el... caballero?

Y encontró sobre el escritorio de Naruto, la foto que tomaron cuando él e Ino eran pequeños genin.

- mamá?

- sí?

- papá es tu caballero?- la madre de Ino rió despacio.

- y con una voluntad de fuego- cerró sonriendo suavemente.

La familia abandonó el edificio para ir a cenar, Boruto no soltó la mano de su madre en todo el trayecto. Podía sentir su calidez.

Cada tanto regalaba un que otro curioso vistazo al sol muy bajo, muriendo despacio.

Y nuevamente la posaba en sus padres.

La sonrisa de Naruto, la risa de Ino, provocaban en el pequeño Yamanaka una oleada de alegría y candor.

Juntos, Naruto e Ino casi quemaban con su luz.

Son perfectos el uno para el otro.

Al reírse, alimentaban la luz del otro.

No hay sol que los iguale.

Su amor crece y crece, quemando todo a su paso.

Brillando juntos en el cielo.

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Ahora sí es el final. Bye, fresones.

Ella me hace ReírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora