1

1K 111 26
                                    

Desventuras de un monstruo

Nie MingJue gruñó mientras recorría el corredor escasamente iluminado. Su capa, revestida de piel carmesí y negra, brillaba a la luz de las antorchas ubicadas a largos tramos.

Era impensable, ¡impensable! ¡Él era ChiFeng-Zun! ¡El más poderoso de los habitantes del Reino Impuro! Sus rugidos podían escucharse a kilómetros de distancia y su fuerza superaba a cien mortales juntos. Su cola podía derribar un árbol y sus garras cortaban el cuero cual si fuera papel de seda. En tiempos del Oscurantismo había recorrido el mundo, arrastrando almas a la locura y la desesperación. Hombres y mujeres habían preferido suicidarse que lidiar con las pesadillas provocadas por él. ¡Y le habían asignado un niño! ¡Un niño! ¿Qué demonios iba a hacer con un niño? HuaiSang podía encargarse de un niño – haciendo ondular las cortinas con sus abanicos decorados. XiChen podía encargarse de un niño – tocando melodías fantasmales para apaciguar sus sueños. ¡Pero él era ChiFeng-Zun!

A su paso, varios monstruos de menor nivel se apartaron, temerosos de su ceño fruncido y el peligroso destello rojo de sus ojos oscuros. Nie MingJue los ignoró, gruñendo entre dientes en tanto presionaba su palma contra el sello grabado en la pared.


Apenas atravesó el umbral mágico al mundo humano, Nie MingJue dejó de gruñir. Desconcertado, echó una ojeada a su alrededor. El cuarto en que se encontraba era tan estrecho que ChiFeng-Zun sospechó que era imposible que nadie – por pequeño que fuera – pudiera dormir allí. En un primer impulso, se dio vuelta para regresar al Reino Impuro y reconfirmar las coordenadas que le dieran.

Sus cuernos chocaron con el adorno colgado en el techo y una maldición escapó de sus labios antes de que pudiera evitarlo.


—Ssshhh.


Bajó la vista para encontrar a una personita de pie a escasa distancia de él.

Era un niño. Al menos esperaba que fuera un niño; pero con ese cabello oscuro y largo por debajo de los hombros y esa carita pálida y ojos como monedas de oro era imposible decir con certeza. Unos siete años, sin duda. Debía de ser el hermano - o la hermana, todavía no lo tenía claro – menor de 'su niño'.


–No hagas ruido — ordenó la criatura en un susurro—. Mamá está durmiendo.

—Lo siento – se encontró diciendo Nie MingJue, esforzándose por suavizar su voz todo lo que los prominentes colmillos le permitían —. ¿No deberías de estar durmiendo? ¿Dónde está tu hermano mayor?


El pequeño humano alzó una ceja y apretó la boca en la forma de un botón de rosa.


—No tengo. Solo somos mi mamá y yo —. Lo estudió con atención, echando la cabeza hacia atrás para verlo mejor —. ¿Te equivocaste de casa?

—Los Yaojing no nos equivocamos de casa — se apresuró a decir Nie MingJue con orgullo.


Enseguida, reconsideró que en esta ocasión alguien debía de haber metido la pata. Se suponía que le habían asignado un niño de diez años, no...


—Es posible que alguien haya cometido un error — admitió con calma —. Tal vez uno de tus vecinos... Busco a Meng Yao...

—Yo soy Meng Yao.


ChiFeng-Zun pestañeó, confuso. ¿Él? ¡Pero si parecía tres o cuatro años menor! ¡Y casi parecía una niña de tan precioso y delicado!

Desventuras de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora