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Sentado en el borde de la cama, Meng Yao se humedeció los labios, manteniendo la vista fija en las manos entrelazadas en su regazo.

Tres días antes, Nie MingJue le había comunicado que con la llegada de la luna llena estaba invitado al mundo de los monstruos. No le explicó mucho más excepto que en el momento preciso una puerta aparecería y un acceso seguro al otro lado le sería garantizado.

Meng Yao había soñado durante ocho años con visitar el hogar de su 'Da ge'. En ese mundo, su estatura no importaría. El hecho de que su padre no le quisiera no sería importante tampoco. Nadie preguntaría por el tamaño de su hogar o la marca de sus ropas. Los monstruos te valoraban por cuánto miedo eras capaz de provocar, cuánto respeto obtenías de los demás, cuántas misiones concluías exitosamente... Meng Yao estaba convencido de que él habría sido un buen monstruo.

Pero eso ya no importaba porque esta noche por fin conocería el hogar de su compañero.


Si iba a ser sincero, se había enamorado de Nie MingJue en la primera noche en que irrumpió en su ridículamente estrecho cuarto – en ese momento en que con toda la delicadeza de que un monstruo era capaz le había cubierto el hombro desnudo con la camiseta demasiado grande para él. Debía admitirlo: había sido precoz en todo, incluso en encontrar el amor... y reconocerlo.

Por supuesto que Da ge no lo supo nunca. Disfrazó su amor, su añoranza de afecto, de la necesidad de ser protegido, de tener un único y verdadero amigo.


Tenía doce años cuando el monstruo le habló de los 'compañeros destinados'. Escuchó embobado la historia de HanGuang-Jun y su novio humano que ahora vivía entre los monstruos. Oyó con ojos brillantes cómo el mismo Rey Monstruo había encontrado a su destinado entre los mortales, tantos siglos atrás. Y se permitió soñar. Pero su monstruo solo parecía compartir conocimientos. Nada más.


Durante casi dos años Meng Yao se dedicó a espiar cada movimiento de 'Da ge' que pudiese permitirle vislumbrar un retazo de caligrafía, una pista de que el nombre del monstruo estaba a su alcance. Finalmente se dio por vencido: Da ge solo veía en él al niño que le habían endilgado y cuando alcanzara la mayoría de edad, su monstruo se marcharía para no volver jamás.


Meng Yao creía que no había momento más feliz que enterarse de que su madre estaba curada. La noche de su dieciocho cumpleaños Meng Yao supo cuán egoísta era cuando miró en el interior del brazalete y pudo leer un nombre – ese nombre: Nie MingJue.



Tomó aire. Durante los últimos seis meses Meng Yao se había obligado a respirar y mantener la calma, temiendo que todo fuera un sueño.


Tenía una idea de lo que iba a ocurrir esta noche. Da ge – Nie MingJue - le había contado una vez que no bastaba con identificar al compañero destinado: debía celebrarse una ceremonia que les ataría juntos – cuerpos y almas, esencia y corazón, para siempre.


Tomó aire de nuevo, más profundo esta vez y alzó la vista para fijarla en la pared frente a él. Frunció ligeramente el ceño: ¿el muro acababa de ondular?


La pared se movió nuevamente, ondeando como si se hubiese tornado líquida. Despacio, la sustancia en que el muro se transformara se elevó, formando una silueta oval, como un anillo deformado. La pintura color crema se deslizó hacia atrás, desnudando la superficie lisa y oscura de un espejo.

Desventuras de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora